Mamá, tráeme gomina«. Es el mensaje que recibió el pasado martes Juana Fos, madre de Patricia Pérez, una de las integrantes del equipo español que ha afrontado el Mundial de gimnasia rítmica en Valencia. Esta vez compite en casa, pero no hay espacio para ... las distracciones. «¿Contacto con ella? Esta semana, ninguno. Están concentradas. Nos pasa en todos los campeonatos. Pueden llamar y decirnos algo, pero mi hija es de las que no suele llamar para contarnos cosas. Prácticamente no hablamos. Me ha escrito porque se le ha olvidado la gomina. Es para que no se le mueva el pelo, que lo llevan siempre muy bien puesto. Me acercaré al hotel y lo dejaré allí para que lo recoja», explica. No se trata de una regla impuesta, sino de un proceso mental que ejecutan antes de jugarse una vida de sacrificio en apenas 150 segundos. El tiempo que dura el ejercicio sobre el tapiz. El sentido de la responsabilidad que transmiten es inaudito en personas tan jóvenes. Patricia Pérez, de 19 años, y Mireia Martínez, de 18, aterrizaron en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid en 2018 y 2020, respectivamente. Dentro de la selección, dirigida por la alicantina Alejandra Quereda, ellas representan con orgullo a la Comunitat en la modalidad de conjuntos. En el CAR, durante el curso, suena el despertador a las siete de la mañana, ya que a las ocho toca abrir los libros en clase. Jornadas interminables con dobles sesiones tanto académicas como deportivas. Vivir en la residencia, entrenamientos intensos, alimentación controlada, trabajo psicológíco... Nada queda al azar para cumplir un sueño que arranca en la infancia.
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«Hace falta un físico que esté preparado y una cabeza que esté muy bien amueblada. Es un deporte muy exigente porque trabajas en edades muy tempranas. Entonces se les exige que sean personitas muy responsables y disciplinadas. Pero si el ambiente de trabajo es el que toca y ellas están con las ideas claras, es fácil. Las gimnastas suelen ser comprometidas. Es algo que llevan intrínseco. Es casi más importante la cabeza que el físico», afirma la entrenadora Blanca López, quien trabajó con la selección española. Concretamente, en el proyecto que hubo en el Centro Colonial Sport, en Alfafar. Allí tuvo a sus órdenes a Mireia Martínez, de la Pobla de Vallbona. También dirigió a Polina Berezina, rusa de nacimiento pero alicantina de adopción, así como a la turolense Alba Bautista, empadronada en Vinaròs. Estas dos compiten en individual, modalidad en la que el tiempo para convencer al jurado se reduce a 90 segundos.
Ismael Martínez, padre de Mireia, relata una época especialmente intensa. «Hemos tenido que sacrificar mucho por ellas, porque su hermana, Nuria, también hacía gimnasia rítmica. Íbamos por toda España con ellas. Pero si ellas estaban bien, nosotros también», rememora. Cuando tenía 12 años, pasó del club de Ribarroja a la selección española júnior: «Se concentraron en Alfafar. Era la única de Valencia. Las demás niñas estaban en una casa con una tutora. Nosotros la llevábamos todos los días de la Pobla de Vallbona a Alfafar. Salía a las dos o a las tres del colegio, comía en el coche, llegábamos a Alfafar y muchas veces volvíamos a las 22:30 de entrenar. Es duro».
Todo empezó por casualidad. «No había ni cumplido los cinco años. Un verano ella y su hermano querían hacer una actividad y vimos un cartel de gimnasia rítmica. La apuntamos al campus y las entrenadoras me dijeron que tenía muy buenas condiciones y que prometía», recuerda Juana Fos, madre de Patricia Pérez. La joven pasó por el Aceus y el Almussafes. Con 13 años llegó al CAR de Madrid y el curso pasado comenzó el Grado en Medicina.
Hace unos años, tanto Mireia como Patricia hicieron las maletas para instalarse en el CAR de Madrid. Para ellas, integrantes del Proyecto FER junto a Polina y Alba, este es su tercer Mundial. «Su vida es muy ajetreada. Entrenan de lunes a viernes entre seis y ocho horas. Normalmente van a clase de lo que estén estudiando a las ocho, luego entrenan tres o cuatro horas, comen, a las tres tienen estudios otra vez y después entrenan hasta las nueve de la noche. El sábado normalmente es sólo por la mañana. Libre sólo tienen el domingo», cuenta Juana, de Sueca. En ocasiones, al acabar de cenar, sacan fuerzas de donde no hay para estudiar: «A nivel personal, el año más duro de Patricia fue el pasado. Llevar un Bachillerato al mismo ritmo que una persona normal con las pocas horas que tiene y luego examinarse como todo el mundo en la EvAU fue muy complicado. Luego al entrar en la carrera tiene los beneficios de ser deportista de élite. En general las deportistas de gimnasia rítmica son muy buenas estudiantes».
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Ismael, padre de Mireia, echa la mirada atrás: «Los mejores años de tu hija, en casa los pierdes. Pero lo eligió ella. Quiso dar el salto e irse a Madrid». El estrés resulta inevitable: «Cuando tiene un montón de objetivos que cumplir y se le acumulan, se puede agobiar. Pero en el día a día, no. Son niñas que están muy preparadas mentalmente para eso». No puede ocultar la emoción al describirla personalmente. «Es perseverante, muy inteligente, trabajadora, muy noble, destaca por sus valores humanos... Es una niña ejemplar», añade el de la Pobla de Vallbona con la voz quebrada.
Los compromisos de las gimnastas obligan a distanciar las visitas familiares. Sin embargo, hay un amuleto del que Mireia nunca se separa cuando va a pisar el tapiz. «Es una medallita que le regaló su abuela y la lleva siempre. La colocan a una especie de mascota que tiene el conjunto. Un peluchito», desvela Ismael.
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Las gimnastas llevan el cuerpo al límite. Y también la mente. De ahí que cobren tanta relevancia la figura del nutricionista y la del psicólogo. «La rítmica ha cambiado mucho. Hoy en día físicamente son muy fuertes. Últimamente llevan más control de dieta, comen de todo. Ya no es ese mito famoso. A lo mejor tenemos un concepto de rítmica de hace mucho tiempo, cuando eran gimnastas delgadas, muy estilizadas y con un trabajo físico menor», recalca Ismael.
Cuando tenía cinco años, Mireia, de la mano de su madre, Amparo, fue al pabellón de la Pobla de Vallbona. La pequeña vio a unas niñas practicando gimnasia rítmica. «Dijo que quería hacer eso. Empezó jugando. Luego, en Ribarroja, entró a competir. Todo ha fluido», cuenta Ismael Martínez, padre de la deportista. Entró en el CAR de Madrid con 15 años: «Ahora tiene 18 y se ha matriculado en Arquitectura. Compatibilizarlo con el estudio es complicado».
Más que la palabra 'dureza', Blanca López prefiere emplear 'exigencia': «Que ellas comprendan que es por su bien, por su mejora. Los deportes individuales requieren una disciplina añadida a los deportes de equipo. La gimnasia es un deporte muy completo que te obliga a tener flexibilidad, fuerza, potencia, rapidez, habilidad, destreza con el aparato, ir a acorde a un tiempo y una música, transmitir… Necesitas muchísima preparación y muchísimas cualidades». La entrenadora lanza una advertencia: «Necesitan estar sanas para no lesionarse. Sano no es no comer. Hay que comer. Pero tienen que comer bien. Una dieta muy completa».
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La nutricionista Cristina Claver estuvo con Polina Berezina y Alba Bautista en Alfafar. «Sobre todo trabajé la educación alimentaria. Que entendieran los alimentos, cómo combinarlos en cantidades adecuadas a su actividad física y que fueran todos de calidad. Es verdad que la gimnasia es muy estricta y rigurosa en todos los sentidos. Y hacía mucho hincapié en la hidratación», explica.
Y durante esa etapa, Cristina trató de desmarcarse de algunos clichés relacionados con la rítmica. «A lo mejor rompí un poco con lo que parece que se trabaje en gimnasia. Les decía que ingirieran más líquido y que tuvieran una buena alimentación. Y que tomaran algún alimento como medio plátano, un dátil o un puñadito de frutos secos a mitad de un entrenamiento de cuatro horas. Les cuesta a veces por lo que van escuchando en general en el mundo de la rítmica».
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La dieta gira alrededor de frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, frutos secos, carne, pescado, huevos… Una alimentación variada y un desayuno potente. Y conviene evitar los ultraprocesados: «Tienen mucha densidad calórica. Y no nos van a saciar igual que si me como una ensalada de garbanzos. No nos van a aportar tantos nutrientes y ellas necesitan hierro, calcio, magnesio… Exponen su cuerpo a lo máximo».
Hay tentaciones. «A Patricia, al igual que a mí, le gusta el chocolate. Eso lo tiene que controlar mucho. Algún día puntual puede comerlo, pero no habitualmente», apunta Juana. En cualquier caso, Cristina no habla de alimentos prohibidos: «Trabajo en la frecuencia con la que podemos comer ciertas cosas. Y ellas sí que tienen que ser más fieles a que eso sea muy ocasional. Pero el chocolate con un buen porcentaje de cacao sí que se introducía en algunas comidas. Intento quitar hierro a muchos mitos que hay en la alimentación». Una postura que también toma a la hora de valorar el peso de las deportistas.
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«Más que mirarles sólo el peso, les hacía estudios antropométricos para valorar la composición corporal en todos los sentidos. Así puedes ver masa grasa, masa muscular… Así podíamos hacer mejor un balance. El peso es relativo. Es verdad que vienen de esa cultura. Y tenían una báscula al lado del tapiz. Pero yo no llegaba y las pesaba», agrega.
En Alfafar, Blanca, en muchas ocasiones, solicitaba ayuda psicológica para las deportistas. «Cuando son pequeñas parece que todas tienen que vivir en los mundos de Yupi. Y todas tienen sus miedos, sus frustraciones, sus herencias familiares…», subraya la entrenadora. En el CAR, las gimnastas trabajan con un psicólogo tanto en grupo como de forma individual. «Se reúnen, visualizan ejercicios, hacen refuerzo positivo…», agrega Ismael.
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Jorge Crecis es un coach que colabora con gimnastas y atletas. Y continúa haciéndolo con Polina Berezina. «Les doy herramientas para que estén más tranquilas, trabajo la neurofisiología para que no tengan tanto miedo, para que no haya pensamientos intrusivos… A nivel cognitivo, tenemos el entrenador, el coach y el psicólogo. El psicólogo trabaja unos miedos más profundos. Nos complementamos. Es fundamental y cada vez se ve más», comenta.
En la élite, hay una delgada línea entre el triunfo y la derrota. «La diferencia entre un buen atleta y un atleta excelente es el que tiene esa preparación cognitiva también, no sólo física. A la hora de ir a una competición, nosotros entrenamos esa situación antes de que llegue. La toma de decisiones es constante en todos los deportistas de élite. Todos los que llegan a un Mundial son muy buenos. Lo que hace la diferencia son esos pequeños detalles», sentencia Jorge.
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Blanca ofrece las claves: «La preparación consta sobre todo de muchas dosis de ilusión, porque es un trabajo que requiere mucha repetición. Y la estadística de la repetición siempre es un aval que te garantiza que eso va a salir. Y rodearte de un buen equipo multidisciplinar. Y que la gimnasta temple los nervios y sepa realizar el ejercicio en un minuto y medio o dos minutos y medio». Detrás de ese tiempo cronometrado, hay una preparación incombustible.
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