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Los agricultores cortan al amanecer la A-3 a su paso por Chiva. LP
ANÁLISIS

Agricultores en lucha: el campo valenciano no se rinde

La tierra brama a pecho descubierto y la orden de arriba es clara: desalojadlos por lo civil o lo criminal

Héctor Esteban

Valencia

Domingo, 11 de febrero 2024

El viernes por la noche, en el teatro Astoria de Chiva, un buen número de vecinos disfrutamos de un monólogo de San Valentín. Nos sentamos donde pudimos y desde arriba, desde el gallinero, a vista de pájaro observamos como la primera fila, como pasa siempre, ... estaba reservada para los concejales del Ayuntamiento, a los que el cargo siempre les da pase preferencial sin que lo ponga en ningún programa electoral. En mitad del cachondeo, recibí un par de mensajes: «Mañana cortamos la A-3». Agricultores en lucha.

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Ayer, a las 08.28 de la mañana, la llamada de un amigo me sacó de la cama: «Héctor, vente que nos ha dicho la Guardia Civil que van a cargar contra nosotros». Me vestí y me uní para dar fe de lo que pudiera pasar. Al alba ya estaban los agricultores, los de mi pueblo y los de municipos vecinos, en lucha por sus derechos, pegados al arcén de la autovía A-3 con el fin de cortar la carretera para que se atiendan de una vez sus peticiones. Medidas extremas para una situación límite. Sin más armas que su voz, sus manos y su cuerpo. Al rato llegaron los furgones de los Grupo de Reserva y Seguridad de la Guardia Civil, los conocidos GRS, dispuestos a dispersar al personal a porrazo limpio si era de menester. «Estamos con vosotros pero recibimos órdenes de arriba», susurró uno detrás del casco antidisturbio. Y la orden no era otra que por lo civil o lo criminal.

Allí, en ese grupo de labradores, tenía amigos, de esos que a las siete y media de la mañana ya veo dando vueltas con sus tractores para ganarse el pan. Haga frío o calor. Amigos que se han perdido fiestas, actos y eventos porque el campo o el rebaño manda. Gente para la que el domingo no es distinto a un lunes. Tipos de manos terrosas y agrietadas, con surcos como sus campos, que trabajan de sol a sol para dar de comer al mundo y para ganar algo con el fin de mantener a sus familias. Jóvenes agricultores, que se resisten a dejar el campo. Y mayores, muchos de ellos jubilados, que estaban ahí para que no se pierda la memoria por la que lucharon y trabajaron.

En esa primera fila, con las primeras luces de la mañana, no pasó lo mismo que la noche anterior en el teatro. Por allí no apareció ninguno de los concejales a dar apoyo a sus convecinos, a sus agricultores. No hacía falta acudir con carácter oficial pero sí era necesario el respaldo moral. Allí, más que risas lo que se podían repartir eran galletas, y los cargos y carguitos no están para que les toquen la cara. Las miserias del pueblo que se las coma el pueblo. Y los de más arriba, los altos cargos, están más preocupados de tik tok y de la realidad virtual que de tocar la tierra que les da de comer. Menos fotos y más terreno.

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Los agricultores han salido a las carreteras sin el amparo de las asociaciones agrarias, cada vez más acomodadas y apelmazadas. Como ejemplo, un dato: Cristobal Aguado acumula siete mandatos para sumar ya casi 28 años al frente de AVA-Asaja, que pide una renovación a gritos. El campo ya vuela libre, al margen de estos colectivos oficiales y oficialistas, y ha tomado la calle por iniciativa propia ante la falta de respuestas. El hartazgo rebosa.

En la mañana de ayer no había banderas ni de partidos ni de sindicatos. Sólo personas. Mayores y jóvenes. Rojos y azules. Vivir en un pueblo tiene la ventaja de conocer, de cerca o por aproximación, la querencia de casi todos. Y ayer, sobre la calzada había un abanico de sensibilidades con el único objetivo de reclamar justicia para el campo. Los que plantaron cara a las porras antidisturbio pasaron después por el cuartelillo para declarar lo vivido. Fichados. La competencia desleal respecto a otros países, las jugarretas para colar como propias naranjas ajenas y la pleitesía a Bruselas son el garrote vil de nuestra agricultura. El pueblo clama. Eran muchos los que pasaban en sus coches, pacientes ante la espera, que pitaban y levantaban los puños para animar en la lucha. Dejar morir el campo es matar el mañana.

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