El fuego cruzado en la latente guerra comercial que Estados Unidos ha declarado a la Unión Europea puede alcanzar a España. La nueva ronda de ... medidas en política comercial proclamada por Donald Trump de imponer aranceles recíprocos supone, en la práctica, imponer tasas sobre los Veintisiete como respuesta al Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA), que grava los productos interiores y los foráneos. Aunque este impuesto no es una medida proteccionista como tal, la nueva Administración estadounidense sí lo está interpretando como un arancel indirecto.
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La situación de España en esta guerra es peculiar. El país compra a las empresas estadounidenses más bienes de los que ellos importan de España y se sitúa como el segundo territorio de la UE con un mayor déficit comercial con EE UU: 5.700 millones de euros, según los últimos datos de la Comisión Europea correspondientes a 2023, sólo por detrás de Países Bajos.
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España se sitúa en las antípodas del superávit comercial de Alemania o Italia, con 85.800 millones y 42.100 millones, respectivamente, lo que a priori podría alejar a los productos nacionales de la primera línea de represalias del dirigente republicano en materia comercial.
Sin embargo, en este escenario de incertidumbre y a pesar de que las exportaciones de España a EE UU solo representan alrededor del 2,3% del PIB español -frente al 4,6% que suponen para los Veintisiete-, sectores como el agroalimentario, la industria del automóvil y la farmacéutica están en la diana para recibir aranceles adicionales.
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En juego están 18.900 millones de euros, equivalente a todo el volumen exportado por España a EE UU durante el año 2023, según Eurostat. Y el foco está puesto en el petróleo refinado, los productos agroalimentarios y otros componentes industriales -automóviles, turbinas eólicas-, así como bienes semifacturados como químicos y farmacéuticos. Particularmente sensible es el sector agroalimentario, donde España mantiene un superávit comercial con Washington en productos como el aceite de oliva, el vino o los embutidos, reduciendo su competitividad.
Por otro lado, los aranceles que afectan al sector automovilístico serían especialmente negativos para Eslovaquia, Hungría y Alemania, que son las economías europeas más dependientes de las exportaciones de automóviles a EE UU. Sin embargo, la elevada integración de la industria española con la cadena de suministro automovilística alemana también convertiría a nuestro país en otro de los socios más damnificados, especialmente por marcas como SEAT.
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