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Recolección. Una cuadrilla de jornaleros inmigrantes recoge y envasa lechugas en una explotación agraria. jordi Maura

El campo valenciano se queda sin mano de obra especializada y operarios

La falta de un relevo generacional provoca que no haya profesionales para tareas de poda e injerto

CARLOS BONELL

Lunes, 1 de agosto 2022, 00:08

El campo se está quedando sin mano de obra, y mucho más sin especialistas de tareas concretas. Han desaparecido de la escena ... la mayoría de cuadrillas de experimentados podadores e injertadores que había en todos los pueblos. Los poquísimos que quedan se rifan, y todo el mundo sabe que no hay continuidad: los grupos menguan, se quedan los más mayores, y van desapareciendo conforme se jubilan. Los más jóvenes -el término ya acoge en el campo a los de edad mediana o avanzada, pero a un trecho todavía largo de cobrar pensión- prefieren refugiarse en trabajos fijos, con horarios regularizados, derecho a vacaciones, fines de semana libres y sueldo seguro a fin de mes, aunque sea algo inferior a lo que podían sumar con tareas como autónomos. La seguridad cuenta más que nunca, y en ella se incluye también no depender cada día o semana de unos y otros y de la variabilidad meteorológica. En el campo, si llueve, no se puede trabajar, y si el sol aprieta o hace frío, la incomodidad se acrecienta.

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Es un problema generalizado en toda España, como lo es de todos los países desarrollados, y va en paralelo al otro problema de la falta de jóvenes al frente de las explotaciones agrarias, de la ausencia de relevo generacional y del abandono de fincas. Son dos cuestiones interrelacionadas con un punto de fondo en común: la falta de rentabilidad del campo, que determina salarios menores que en otros trabajos industriales o de servicios, pero, además, la escasez creciente de mano de obra supone un problema que añade a todos los demás la mayor gravedad posible, hasta hacer inviable cualquier proyecto empresarial, porque si no se dispone de los operarios necesarios, no hay capacidad de emprender nada o de terminar lo emprendido. Hasta tal punto es gravísima la situación que en muchos sectores agrarios ya se advierte que el disparatado incremento de costes de producción queda en segundo plano cuando no se dispone de trabajadores. Y es evidente, porque si no hay mano de obra para plantar lo que sea, o para poder recolectar lo que se plantó, de qué sirve lo que se invirtió: todo queda en trance de perderse o de entrar en una espiral de caída sin posibilidad de remedio.

Para las producciones más mecanizadas o mecanizables, la falta de operarios puede ser limitada y hasta cabe remediarla en gran parte invirtiendo en más máquinas, pero en frutas y hortalizas, por ejemplo, es indispensable contar con el personal requerido. En unos casos las dificultades radican en la recolección, como en la fresa en Huelva, pero en otros abarcan también otras facetas del cultivo. En cítricos es preciso podar bien cada año, y no quedan podadores, y la recolección se cumple cada vez con más fruta estropeada al cogerla.

Ante la demanda de podadores, algunos inmigrantes se atreven con la tarea sin formación ni experiencia, aprendiendo sobre la marcha. Al principio chocaban con los productores más exigentes, pero ahora se conforman todos con lo que sea, y aun así no hay gente.

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Por ello urge que la anunciada reforma de la Ley de Extranjería dé cauce pronto a la contratación de inmigrantes en sus países, porque de lo contrario peligra gran parte de la normalidad productora.

Pese a todo, quedan jóvenes agricultores que resisten al frente de sus explotaciones

A pesar de tantas dificultades, quedan jóvenes agricultores empeñados en sacar adelante sus explotaciones, multplicando horas y esfuerzos, ilusionados con su profesión y esperanzados en que todo mejore.

Un ejemplo bien singular es el de Vicent Pérez Santacreu, de 20 años, productor de nísperos y aguacates en Callosa d'En Sarrià, y cuya trayectoria ha merecido la atención de la revista 'Camp Valencià', de La Unió de Llauradors, en una entrevista de Josep Sanchis. Casos como el de este protagonista del rejuvenecimiento del campo, tan necesario y escaso, deben servir de modelos y tienen que mimarse.

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Vicent Pérez, de 20 años, en un campo de nísperos de Callosa. Unió

Vicent compatibiliza su trabajo al frente de la explotación agrícola familiar -diversas parcelas entre Callosa y Altea- con sus estudios de grado superior de Administración. Tiene muy claro que entre aguacates y nísperos le conviene apostar ahora más por los segundos, porque son más exclusivos de su zona, donde se obtiene una calidad muy apreciada en el mercado, mientras que el aguacate ha caído mucho de precio y quizá se esté plantando demasiado en todas partes. Prefiere ir algo a contracorriente, ahora que muchas pequeñas parcelas de nísperos se han abandonado. Incluso ve ahí una oportunidad para expandir su base territorial, puesto que alquila campos en desuso y los incorpora a su explotación sin necesidad de disponer de mucho dinero para tener que comprarlos. Es socio de la cooperativa Ruchey de Callosa, pero a la vez planea crear una marca propia y probar a vender algo directamente y a través de internet. Reconoce el apoyo que ha encontrado en La Unió para fortalecer su formación y ayudarle en trámites y dedica también en la entrevista palabras de crítica a su generación, porque «no hay ganas entre los jóvenes de dedicarse al campo, prefieren ser asalariados y hacerse funcionarios», mientras que él valora que «mi libertad y que nadie me mande son un lujo». Convencido de que «hay una oportunidad en la tierra», y con una madurez casi impropia de sus edad, se pregunta: «¿si todos los jóvenes se dedican a otras cosas, quién producirá lo que comemos?»

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