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Los hemos visto en la música (desde el ‘Despechá’ de Rosalía hasta los ya clásicos Locomía), en la alfombra roja (por ejemplo, en los Goya ... para reivindicar más presencia de la mujer en el cine) e, incluso en el deporte, donde es imposible olvidar a Jaume Ortí, expresidente del Valencia CF, agitando el abanico gigante de las dos Ligas (la de 1971 y la de 2002). Y, claro, no hay verano sin abanico. Hasta tienen su propio lenguaje.
Su origen no se conoce con exactitud (según la fuente que se consulte, Egipto, China o Japón) pero nadie cuestiona que fue Valencia -y la calidad de su producción- la ciudad que hizo que floreciera en España la industria del abanico y que se situó como la principal productora en el siglo XVIII no sólo a nivel nacional sino europeo por la calidad de sus palmitos. De hecho, de 1715 data el Gremio de Maestros Abaniqueros de Valencia y, casi cien años después, se creaba la Real Fábrica de Abanicos de Valencia.
De toda esa tradición respira Abanicos Carbonell, la empresa familiar fundada en 1810 y que en la actualidad es la única que mantiene su producción en la ciudad de Valencia, en concreto en el barrio de Ruzafa, en la calle Castellón, donde se instalaron a finales de la década de los treinta y desde donde siguen vendiendo abanicos con sello artesanal a todo el mundo: desde Europa a Estados Unidos, pasando por Japón, Filipinas o Latinoamérica. Con anterioridad estuvieron en algunas de las calles emblemáticas de la capital del Turia, como Guillem de Castro, Martí, San Vicente o la Gran Vía Marqués del Turia.
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Hoy, detrás del mostrador y al frente del taller está la quinta generación de una firma que atesora más de dos siglos de antigüedad. Es Paula Carbonell, diseñadora y artesana abaniquera, como le gusta denominarse a pesar de la sorpresa de la gente. "Y eso que es una tradición muy nuestra, muy de Valencia", explica durante la entrevista con LAS PROVINCIAS. Ella fue quien recogió recientemente el premio Mejor Trayectoria Artesanal que concede el Círculo Fortuny, un reconocimiento al trabajo de artesanía que la llena de satisfacción con un matiz agridulce: "Queda mucho camino por recorrer todavía. Necesitamos que los artesanos sigan, que perduren estos trabajos".
Esa fidelidad "a la calidad y a la artesanía" es lo que, a su juicio, ha hecho que el negocio familiar continúe generación tras generación. Sumado a la innovación para adaptarse a los nuevos tiempos y los nuevos gustos de los consumidores, sin caer en el abaratamiento de las calidades o de las materias primas. Así han resistido varias guerras, crisis financieras y a la invasión de productos asiáticos.
El negocio de los abanicos arrancó en 1810 aunque está bajo el apellido Carbonell desde 1864, cuando Arturo Carbonell Rubio decidió comprar una vieja fábrica a la que devolvió el esplendor. Tras él siguieron otros tres hombres: Arturo Carbonell Requena (segunda generación), que asumió las riendas de la empresa con el fallecimiento de su padre; José Carbonell Peydró, nieto del primero, se puso al frente posteriormente, ya como tercera generación; y el biznieto, Guillermo Carbonell, es el representante de la cuarta generación hasta su jubilación, cuando su esposa (se jubila este año) y, sobre todo, su hija Paula mantienen en pie un negocio con 213 años de trayectoria y con presencia internacional gracias a su tienda online.
Paula es, además, la primera mujer que dirige la empresa familiar, algo que lleva con orgullo aunque al principio no tuvo claro aquello de seguir los pasos de sus predecesores. Al final "es algo con lo que he crecido" y el salto fue natural. De ahí que también de importancia a la conciliación familiar pues, además, tanto en el taller como en la tienda son mujeres las que trabajan.
Tienda, fábrica y almacén en un mismo enclave, el de la calle Castellón, con escaparates, armarios, cajoneras, mostradores y un suelo hidráulico que han pisado varias generaciones de los Carbonell y de los clientes. Porque a la tienda acuden también jóvenes que quieren el abanico de donde lo compraban sus abuelas. O porque tienen una ocasión especial y quieren una pieza especial. O porque quieren que un abanico que dure más de una temporada. Incluso ellos tienen también interés, pues existen abanicos de caballero, "que se caracterizan por no llevar el escaloncito, pues las caberas son rectas para que no enganche en el bolsillo de la chaqueta". También están esas hermanas que viajan desde Estados Unidos todos los años a Valencia para visitar a una de ellas, residente en la ciudad, "y que siempre vienen a ver qué he hecho nuevo y compran".
¿Y la gente joven? "A no ser que lo haya visto en casa, es difícil que lleven, salvo que sea un diseño que les haga gracia. Lo buscan para algo puntual, como una boda, o para regalar. Los diseños modernos les entran por el ojo, por eso intento hacer nuevos todos los años ya sean impresos o pintados a mano, y siempre hay uno que despunta. Soy bastante diferente para hacer los diseños que los abaniqueros clásicos", cuenta Paula, que pinta abanicos de seda natural con dibujos modernos y aplica técnicas novedosas en un proceso de fabricación que puede durar hasta dos meses en el caso de un abanico que lleve puntilla o varillaje grabado, ya que todo es artesanal. Por cierto, a esta firma valenciana se debe el abanico de puntas redondeadas, que ellos patentaron.
Su gama de productos va desde los 10 euros hasta los miles de euros y en su colección cuenta con un muestrario anual de 500 abanicos. Desde los básicos y lisos hasta clásicos que se mantienen año tras año. "Para vender vamos con el muestrario a cuestas, con dos maletas muy grandes porque a la gente le gusta ver el abanico en la mano, abrirlo, escucharlo…", explica Carbonell. Ahí entran también esos abanicos con manchas de vaca o de camuflaje -creación de la propia Paula- que arrasaron en ventas, o una de sus primeras colecciones, llamada Olé, con ilustraciones de un zapato rojo de tacón y lunares blancos, claveles, guitarra y peineta. "Funcionó muy bien y sigue saliendo", apunta.
Esa innovación sin perder la esencia es lo que les ha llevado a trabajar con grandes firmas de lujo como Loewe, Hugo Boss o Dior, que el verano pasado hizo que las miradas se dirigieran hacia este taller pues la directora creativa de la casa francesa, María Grazia Chiuri, contó con ellos para la colección crucero 2023 que Dior presentaba el año pasado en la plaza España de Sevilla. También colaboran con la italiana Loro Piana, la marca de hiperlujo que se ha puesto de moda por la serie de televisión ‘Succession’ gracias al personaje de Kendall Roy. Y otros nombres que quedan bajo la discreción de la confidencialidad. Todos ellos han acudido "buscando la calidad de la artesanía española".
Por eso, de cara al futuro -y tras haber atravesado algún que otro bache (crisis financiera o pandemia) gracias al buen trabajo de gestión de muchos años-, Paula Carbonell pide "mayor reconocimiento y algo de apoyo institucional". "Tener un comercio centenario no implica ningún beneficio, ni siquiera a la hora de negociar un alquiler, son todo peros y pegas…", lamenta. Eso y mayor interés hacia un trabajo artesanal que puede acabar perdiéndose por falta de vocaciones.
Además de que el material y los acabados son primordiales para obtener un buen resultado, siempre surge la duda: ¿un abanico con más tela o con más madera? “Depende de los gustos”, sugiere Paula Carbonell. Pero entra en materia: “El abanico que abre y cierra mejor es el que tiene menos tela porque ofrece menos resistencia, pesan más las varillas y se abre mejor. Con más tejido son más ligeros y cuesta abrirlos y cerros hasta que les des uso, por eso, los abanicos con dos caras de laca abren y cierran mejor. Y si está muy calado, no te va a dar el aire”. ¿Conclusión? Los de tela ayudarán a soportar mejor el calor.
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