Carlos Bonell
VALENCIA.
Domingo, 21 de mayo 2023
No son sólo los chips y los semiconductores o las llamadas 'tierras raras' en poder de China lo que preocupa al mundo occidental. Pekín también acapara cantidades crecientes de cereales y otras materias primas básicas, lo que extiende una inquietud todavía más grave, porque ... se conocen las consecuencias de una dependencia al alza en tantas cosas de la llamada 'gran fábrica mundial', como para no temer ahora una situación peor con la comida. Y como dice un castizo refrán español, «con las cosas de comer no se juega».
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Esta inquietud por lo que significa y puede representar la imparable expansión china está cada día en la agenda de innumerables gobiernos e instituciones internacionales. Los datos son preocupantes: China aglutina de un modo u otro la mitad de la producción mundial de trigo y de soja, el 60% de la arroz y casi dos tercios de la de maíz. Su estrategia 'multicanal' de acaparamiento le ha llevado a este punto casi sin que se dieran cuenta los países y organizaciones del resto del mundo que ahora levantan la voz de alarma. En realidad se veía venir, algunos especialistas detectaron los movimientos claros y lo advirtieron, pero se prefirió hacer la vista gorda o mirar hacia otro lado. Hasta que las cifras comienzan a verse inquietantes... y llegan hasta la gran mesa del G7 en Hiroshima, que acaba de reaccionar contra Pekín y ha soliviantado al Gobierno de Xi. que ha respondido airado.
La estrategia china tenía por objeto asegurarse el abastecimiento interno al menos para diez años, y lo ha conseguido. Para ello no era suficiente con aumentar cultivos internos, sino que debía 'colonizar' otros territorios por todo el mundo. Esto lo ha logrado mediante la adquisición de grandes extensiones agrícolas, sobre todo en Sudamérica y África, también empresas y corporaciones especializadas y procesadoras, y por otra parte mediante alianzas con gobiernos de países pobres a los que asegura su estabilidad e inversiones en infraestructuras básicas a cambio de contar con la exclusiva productora, extractora e importadora de todo tipo de materias primas: minería, combustibles, tierras raras, cereales, soja, frutas...
Para alcanzar tan ambiciosos objetivos, el régimen comunista-capitalista de Pekín se vale con mucha inteligencia de sus redes empresariales y navieras, en las que se basa la propia política de continua expansión en varios frentes: venden más de esto y de aquello, el mundo se acostumbra a dejar de producir múltiples cosas y a comprárselo barato y al mismo tiempo aprovechan los tentáculos para absorber estructuras productoras y financieras, lo que redunda en retroalimentar el proceso en una progresión perturbadora que empieza a asustar.
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La siguiente fase podría ser todavía más problemática: tras contar con su abastecimiento tan asegurado para años por delante, China pasaría a utilizar su dominio del mercado para fijar precios y racionar suministros. La dependencia en el terreno fabril y electrónico se quedaría corta, puestos en lo más esencial.
Y esta preocupación occidental ha dejado de anidar en el fondo de estudios o advertencias a media voz para pasar a primer plano en el G7, que ha rechazado «el uso como arma de las fortalezas exportadoras y la instrumentalización de la coerción económica como herramienta política», en una declaración oficial, el sábado pasado, con la vista puesta sobre China.
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La escalada de la tensión está servida. Pekín respondió enseguida calificando al grupo de países del G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Canadá, Francia, Italia y Reino Unido) de «obstáculo para la paz mundial». La cumbre de las siete principales economías occidentales, celebrada en tierra nipona, ha señalado a China como principal desafío del presente y futuro. La declaración oficial indica que «trabajaremos juntos para asegurarnos de que los intentos de convertir en arma las dependencias económicas al obligar a los miembros del G7 y a nuestros socios, incluidas pequeñas economías, a cumplir y ada
ptarse, fracasen y enfrenten consecuencias».
El G7 se ha mostrado muy preocupado por «el perturbador aumento de los incidentes de coerción económica que buscan explotar las vulnerabilidades y dependencias», haciendo un llamamiento a todos los países a que se abstengan de ejercer estas prácticas, en una clara alusión a China.
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