CARLOS BONELL
Domingo, 2 de octubre 2022
Las exageradas alzas de los precios de la energía están empezando a provocar graves desajustes en las cadenas de producción y conservación de alimentos, especialmente en el caso de los productos perecederos, como frutas, hortalizas, carnes, lácteos y pescados.
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Multitud de empresas productoras y ... agricultores individuales de toda Europa están frenando su actividad o sopesan si les convendrá detener pronto sus cultivos o paralizar nuevas plantaciones, ante las enormes subidas de los costes, sobre todo en las facturas de electricidad, gas, fertilizantes, fitosanitarios y actividades relacionadas con todo ello, como los servicios de tratamientos contra plagas y los transportes.
La paralización de actividades afecta, antes que nada, a productores de invernaderos en el norte y centro de Europa, puesto que, ante la proximidad del invierno, se enfrentan a notables aumentos de consumo y de gasto en gas y electricidad para calefacción, lo que puede resultarles prohibitivo y dejar sus ciclos productivos a mitad.
Al mismo tiempo quedan en entredicho todos los sistemas de producción y conservación en frío, puesto que las cámaras frigoríficas y de congelación tienen altos consumos de energía, sin que haya certidumbre en que se puedan repercutir y recuperar los sobrecostes, que están disparados. Es un problema similar al que han sufrido líneas de suministro de cubitos de hielo este pasado verano, porque las fábricas producían al día y no conservaban nada ni almacenaron antes stocks para no recargar el producto con gastos adicionales difíciles de recuperar.
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Por otro lado, las industrias conserveras, de transformados y de congelación se suelen abastecer de producciones excedentarias o de segundas calidades externas, por su menor cotización en el mercado, pero si baja la producción en general difícilmente habrá excedentes en el suministro cotidiano en fresco.
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Diversas fuentes de organizaciones agrarias de toda Europa vienen advirtiendo que la situación se está complicando más de día en día y pueden verse seriamente amenazados los suministros de alimentos, especialmente los perecederos. Dado que los precios energéticos están desorbitados, dan por seguro que la producción de hortalizas en invernaderos será insostenible este invierno donde hace falta emplear mucha energía en calefacción.
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Otra cosa será en el sur de España e Italia y en el Magreb, donde la benignidad del clima permite -salvo años con esporádicas heladas puntuales- producir tomates, pimientos, berenjenas, pepinos, calabacines, etc. en invernaderos sin calefacción y suministrar a toda Europa. Así pues, el próximo invierno cabe que sea muy favorable para los intereses de productores hortícolas en el sur y este de España, incluso en cultivos al aire libre (coles, lechugas, alcachofas, etc.)
Si los agricultores valencianos -como los del resto de España- se quejan de los altísimos precios de la electricidad y de los fertilizantes y de cómo se ha vuelto insostenible la situación, han de saber que, según noticias divulgadas en medios informativos de Francia, las nuevas tarifas de contratos de electricidad en el sector agrario galo son hasta diez veces superiores a los precios de 2021. Por lo consultado por agricultores de aquí con colegas de Holanda, Bélgica o Alemania, el problema alcanza parecidas dimensiones, o incluso peores. Los precios de los abonos están igual de carísimos, en el mejor de los casos sólo se han triplicado los precios de meses atrás, y las exigencias medioambientales a la hora de fertilizar incluso llegan a ser más altas en algunos casos.
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Frente a todo este panorama cunde la desesperanza en el sector, que se traduce en continuas deserciones. El problema, que se irá trasladando de forma inusitada a los consumidores, alcanza a actividades que hasta ahora se consideraban perfectamente previstas y habituales. Por ejemplo, en la gestión de cámaras frigoríficas de conservación de manzanas, peras, cebollas o patatas.
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Hasta ahora se veía completamente normal tener disponibles manzanas y peras todo el año, sin que la mayoría de los ciudadanos sepan ya cuando nacen o se recolectan. Simplemente se recogen, se guardan en cámaras y van saliendo poco a poco, según la demanda, con frutos perfectos aunque hayan pasado meses desde la recolección. Pero con las facturas de la luz por las nubes son muchos los que se plantean que no compensa gastar en conservar lo que tal vez no se pueda cobrar después. Y para perder, o como mínimo no ganar, la gente ya está cansada de arriesgar.
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Lo mismo puede ocurrir con las patatas y cebollas, cuando el abastecimiento durante muchos meses suele depender en toda Europa de lo que se mantiene guardado en frío, pero ahora no compensa.
De esta forma, cobrará mayor relevancia el producto de temporada, que luego quizás escasee. Y tampoco cabe esperar grandes suministros alternativos del hemisferio sur, porque allí también sufren con igual o peor crudeza los sobrecostes, con el añadido del transporte por mar, con los fletes también en niveles disparatados.
Vienen meses invernales muy problemáticos, como no se conocía en muchas décadas. ¿Estarán las nuevas generaciones europeas preparada para resistir restricciones inesperadas?
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