La historia de la compañía valenciana Vicky Foods (antiguo Grupo Dulcesol) empieza en Malvedo (Asturias) aunque la sede de la empresa familiar está desde ... sus inicios en Villalonga, en la comarca de la Safor. Porque su evolución y los hitos que ha ido marcando en el sector de la bollería y pastelería en España no se entenderían sin la figura de Victoria Fernández que, más que la cofundadora de la empresa, fue alma, corazón y cerebro de la que en la actualidad es una de las grandes firmas de alimentación españolas con una facturación de 376 millones en 2020 y presencia en más de 50 países y una cartera de 2.500 referencias. Todo ello manteniendo el carácter de empresa familiar.
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Ese legado de «liderazgo y valores» y una empresa «sólida y comprometida con las personas y el territorio» es lo que destaca el actual CEO de la compañía, Rafael Juan, como herencia recibida de sus padres (en la empresa también trabajan sus hermanos, Juanjo y Mariola) y que espera ser capaz de transmitir a las generaciones futuras, pues sus hijos (tercera generación) ya están incorporados.
De liderazgo, de gestión, del valor que representa la plantilla, de innovación, de competidores o de su pasión por la tecnología (fueron de los primeros en tener un Apple en la empresa) habla Rafael Juan en el libro 'Una dulce historia' (Editorial Profit) que acaba de publicarse y en el que repasa la trayectoria de la actual Vicky Foods. Un nombre seleccionado con «la mirada puesta en asaltar el mercado internacional y para visualizar nuestra nueva realidad, la de un grupo multimarca» y que es también un reconocimiento a la historia de Victoria, recientemente fallecida.
«Llevaba ya algunos años pensando en contar la historia de Vicky Foods: su nacimiento, el papel de mis padres y, sobre todo, cómo mi madre a lo largo de sus muchos años de trayectoria en la empresa consiguió ir salvando las enormes dificultades y avatares que se fue encontrando en el camino hasta conseguir no solo su objetivo, que era pagar las deudas pendientes del negocio, sino crear una empresa sólida y con proyección de futuro», explica a LAS PROVINCIAS el consejero delegado. Y, también, «narrar la historia de amor de mis padres».
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Precisamente esa historia de amor nace en Malvedo, de donde era Victoria Fernández y hasta donde se desplaza Antonio Juan para conocerla, ya que ambos mantenían una relación epistolar. Ella era una gran aficionada a la radio y a escribir y le publicaban colaboraciones en una revista, lo que le generaba la llegada de numerosas cartas, entre ellas las de Antonio que, cuando se enteró de que Victoria iba a casarse, decidió desplazarse hasta Asturias para conocerla. Ambos se enamoraron y se casaron en octubre de 1958 en el santuario de Covadonga.
La pareja se trasladó a vivir a Villalonga, donde Antonio trabajaba en el horno de sus padres tras haber fracasado en varios negocios. Es este horno de leña, que se transformó en panificadora tras juntarse las tres panaderías del pueblo, el que dio origen posteriormente a Dulcesol. Primero, en 1952, se constituía la empresa Juan, Moratal y cía, que se convirtió en un negocio rentable hasta que finalizó el monopolio existente en el sector y surgieron más tiendas. Uno de los socios, Moratal, abandonó la empresa y pasó a ser propiedad de la familia Juan.
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El negocio empezó a caer y Victoria, de carácter curioso y decidido, comprobó un día que el precio de los bizcochos que también se producían en el horno no daba para compensar los ingredientes empleados. Así que decidió adentrarse en la empresa y comenzar a organizarla. Primera decisión, abandonar el pan y centrarse en los productos de pastelería. En pocos años la empresa creció mucho y se trasladaron a una nueva nave industrial a las afueras de Villalonga. Era 1969.
«Los productos de pastelería y bollería, más duraderos que el pan, resultaban más fáciles de vender y distribuir. Una decisión que cambió el rumbo de la empresa», remarca Rafael Juan. «La visión creativa e innovadora de mi madre, sumada a la ambición emprendedora y a las ganas de crecer de mi padre, dieron un buen resultado», añade.
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Llegaron así las palmeritas, de las que Juan relata en el libro cómo se producían; las magdalenas en forma de concha y, finalmente, por el afán de buscar recetas para crear productos originales, las Glorias, que supusieron una auténtica revolución por sus características, pues eran unas magdalenas cuadradas.
«Mi madre inventa las magdalenas cuadradas, con una receta casera que le proporcionó la telefonista de Villalonga, buena amiga suya. Para diferenciarlas más aún las llamó Glorias y, gracias a su particular composición, su original forma y su precio competitivo, fueron todo un éxito que ayudó a poner el germen de lo que iba a ser la compañía en los años siguientes y nos colocó entre las diez empresas más importantes de pastelería de España», rememora Rafael Juan. De hecho, el éxito fue tal que tuvieron que instalar otra línea de producción aunque Antonio y Victoria decidieron dedicarla a elaborar otros productos en aras de la diversificación.
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A partir de aquí empieza una historia de crecimiento vertiginoso, de construir una nueva fábrica en Gandia (hoy sede del grupo), de competidores que surgen desde dentro de la propia compañía y desde fuera, como La Bella Easo o Repostería Martínez, de crecer en distribución en Valencia y Alicante, etc. Es también el nacimiento de Dulcesa, S.A. (1976) y de la marca Dulcesol. Llegaron las valencianas, los bocaditos, los pandorinos... Y el momento de crear una delegación propia para distribución.
La enfermedad de Antonio Juan y su fallecimiento en 1983 hace que Victoria tome las riendas de la empresa y que, un poco más adelante, se incorporen sus hijos. En el caso de Rafael, con reticencias pues su vocación era dar clases en la universidad. Pasó por administración, informática (donde demostró que gracias a los ordenadores se subsanaban errores contables), distribución y producción. A él y su pasión por las tecnologías se debe, por ejemplo, la creación de un programa para calcular las nóminas de la plantilla.
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A esta etapa corresponde la compra de una granja en Terrateig para garantizar la máxima calidad de las materias primas, lo que les lleva también a elaborar todos los chocolates o cremas que emplean; y la apuesta por la comunicación y la publicidad, valga de ejemplo un anuncio con Gracita Morales en 1987. Todo bajo la impronta de la incansable Victoria, de la que su hijo Rafael ensalza «su empatía con las personas, su talante enérgico y práctico, y su visión conservadora pero generadora de valor para los consumidores».
«Empezamos a exportar en los años 90 [las primeras fueron a Portugal], dando el salto definitivo a nuestra expansión internacional en 2009, etapa en la que destaca la instalación de una planta de producción en Argelia«, relata el CEO de Vicky Foods. Un paso, el de de abrirse a la internacionalización, motivado también por la decisión de desvincularse gradualmente de Mercadona, de la que Dulcesol era entonces interproveedor.
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Aquella caída de ventas (renunciaron al 50% del volumen que tenían y supuso reducir plantilla) se superó en apenas unos años e incluso lograron superar las cifras iniciales. «El hambre agudiza el ingenio», escribe Juan en el apartado del libro en que explica la relación con Mercadona.
La llegada del siglo XXI llevó a la compañía a reforzar aún más su apuesta por la diversificación, primero con el pan de molde y especialidades (que hoy suponen un gran volumen de ventas) y ya más recientemente con nuevas categorías, como la marca Be Plus, a la que llegan tras un incipiente paso por la nutrición infantil (2013), o la línea premium. Años en los que también fue clave la visión de la fundadora para reforzar la red comercial dado el proceso de concentración de marcas que estaba viviendo el sector.
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En 2007, tras más de cinco décadas en primera línea, Victoria pasó el testigo a la segunda generación de la familia: Rafael, Juanjo y Mariola, aunque siempre se mantuvo muy activa con todos los aspectos relacionados con la gestión de la compañía hasta su fallecimiento el pasado abril. Dos años antes, en 2005, Rafael cambió Dulcesol por una tienda de muebles y decoración aunque después regresó a la compañía familiar y fue nombrado consejero delegado.
En 2019 la compañía se transformó en Vicky Foods «para mostrar la nueva realidad de un grupo empresarial multimarca y multicategoría», detalla Juan, que remarca que el futuro pasa «por continuar con nuestra expansión potenciando los países estratégicos en los que estamos presente como Portugal, Francia, Italia, Argelia, Reino Unido y Marruecos, y abriendo nuevos mercados ligados a tendencias de consumo saludables e innovadoras».
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Además, hace hincapié en la innovación (hay inversiones por valor de 75 millones hasta 2022 y la empresa cuenta con un centro de innovación), la la integración de la sostenibilidad o la eficiencia medioambiental. Asimismo, ha impulsado la Fundación Vicky Foods «con la que buscamos fomentar la innovación, el emprendimiento e iniciativas relacionadas con la formación y el aprendizaje».
Todo ello sin perder de vista los orígenes y el legado familiar, así como los valores que Victoria inculcó a la compañía y que enumera su actual CEO: «trabajo, perseverancia, creatividad y visión de futuro. Y, sin duda, el ingrediente más importante es nuestro equipo de más 2.600 personas, cuya profesionalidad y compromiso son una parte indiscutible de nuestro éxito».
De ella recuerda Rafael Juan una frase que repetía a menudo y que resume la huella de una mujer empresaria que fue superando, con prudencia y con tesón, las numerosas dificultades que tuvo que superar durante sus años al frente de la compañía: «No quiero una empresa más grande, quiero una empresa más feliz».
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