¿Quién no tiene azafrán para dar color a la paella, orégano para las pizzas o canela para acompañar a la leche merengada? Eche un vistazo al armario o al cajón de su despensa y, casi con toda probabilidad, se encontrará con la imagen de ... una niña con sombrero andaluz y clavel que responde a la etiqueta de Carmencita. Detrás, una empresa familiar valenciana con sede en Novelda (Alicante) que lleva cien años poniendo color y olor a los guisos de casi toda España (produce el 60% de las especias que se venden en las tiendas españolas) y de los más de 60 países a los que exporta.
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Fundada en 1923 por Jesús Navarro Jover, hoy tiene al frente a la tercera generación, con Jesús Navarro Navarro como CEO y con sus primos Jesús Navarro Alberola y Paco Escolano Navarro en el staff, además de miembros de la cuarta ya integrados en la plantilla pero sin responsabilidades. Y quizás ahí, en la propia familia, resida el éxito de una marca que cerró 2021 con una facturación de 85 millones, unos beneficios de 4,8 millones y una plantilla de 415 personas. Todo desde Novelda, donde empezó la historia del emprendedor, del abuelo, «un hombre inquieto, que venía de la nada, con una enorme voluntad de trabajo y que decidió meterse en el mundo del azafrán», relata el actual CEO.
Y es que el municipio alicantino vivía, a comienzos del siglo XX, un intenso ir y venir de comercio de azafrán procedente de Albacete y que se exportaba a Oriente Próximo y Lejano Oriente. Ahí decidió meterse el primer Jesús Navarro, con unos sobrecitos de 90 miligramos de azafrán que empezó a vender por los pueblos próximos hasta Murcia. Luego daría el salto a Canarias y a Andalucía, donde la marca cuenta con una importante presencia. ¿Por qué? «Era una manera de protegerse: si es más difícil de ir, allá voy para ganar mercado», comenta Navarro. De hecho, en estas dos comunidades existe la creencia de que Carmencita es andaluza o canaria según el territorio que se pise.
Hablar de Carmencita es hablar de la niña que representa a la marca y que no es otra que la propia hija del fundador, nacida en 1926. «Se dio cuenta de que no podía vender sin marca; como diría un gurú de la comunicación: si no eres una marca, eres una mercancía», cuenta su nieto. Así que cogió a su hija Carmencita, le puso un lazo en el pelo, tomó una foto y registró la marca en 1926. Pero una empresa local tenía un emblema similar, así que hubo que buscar alternativa.
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«¿Y qué hace?», explica Jesús. «Pues coge otra vez a la niña y la viste de andaluza», añade. De ahí, ya en 1929, el sombrero cordobés, un mantón de Manila y un clavel, que identifican a Carmencita desde entonces. Son esos sobres o cajitas de azafrán con el retrato de Carmencita Navarro Valero (hermana de Jesús Navarro Valero, que se puso al frente de la empresa como segunda generación) que entraban en los hogares españoles.
Es durante la postguerra cuando la empresa diversifica y del azafrán pasan al colorante como sustituto más económico del primero. «Todo se hacía a mano, en el porche que estaba al lado de las casas», rememora Jesús Navarro. Contaban con cerca de un centenar de personas haciendo carteritas de azafrán y colorante cuando apareció, ya en la década de los 50, la primera máquina que envasaba esas carteritas y que hacía el trabajo de diez mujeres. «Es un hito importante en nuestra historia porque el abuelo no despidió a nadie: las máquinas se dedicaron al colorante y las mujeres empezaron a hacer sobrecitos de anís, comino, pimienta, canela y otras especias», detalla. Porque prácticamente el 90% de los trabajadores eran mujeres que ayudaban al sustento de la familia mientras los hombres se dedicaban al mármol y la agricultura.
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«El porche formaba parte de la familia y la familia formaba parte del porche. Y ese amor por la empresa que inculcó la abuela -también Carmen- se ha mantenido hasta ahora», añade Jesús Navarro al tiempo que remarca que somos «una empresa familiar que la hacen las familias». Un consejo que traslada a la cuarta generación: «mantener el amor y la unión que nos tenemos entre todos, pensar más en la empresa que en los temas personales».
La sociedad española avanza, aterriza la gran distribución y aumenta el tamaño de los sobres y los envases. Es a finales de los 60 cuando Carmencita se convierte en la primera empresa española que lanza el tarro estándar de cristal. Siempre desde Novelda, donde permanece la sede aunque ha ido cambiando de ubicación. De hecho, ultiman la apertura de una nueva fábrica para 2023, coincidiendo con el centenario y que ya está al 40%.
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En la década de los 70 entra la segunda generación en la empresa. Con ellos, casi veinte años más tarde (1989), se abre la puerta a la entrada de la azucarera Ebro. «Nuestros padres tenían entonces unos 60 años y nosotros 'veintialgo', y les dio miedo cómo evolucionaba la distribución, pues no estábamos en la gran distribución aunque sí en la tradicional. Vendimos el 50% a esta multinacional, lo que supuso una gran transformación», explica.
Porque se modernizó la empresa al tener que reportar todos los meses al socio industrial debido a que Ebro cotizaba en Bolsa. Según el CEO de Carmencita, «esos 13 años sirvieron de protocolo familiar e hizo que todos los líos o vicios de familia desaparecieran». En 2003 la familia decide recomprar la participación y Carmencita vuelve a la esencia de ser 100% familiar. Hoy tienen como socio industrial principal a Mercadona.
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Los años 90 son de expansión de la marca. Cinco años antes, en 1985, lanza uno de sus productos estrella tanto en el mercado nacional como internacional, el 'Paellero', una mezcla de especias para dar sabor a la paella. «Aquello era innovación. Desarrollada en casa, y después de probar cientos de paellas de la abuela, pero innovación», bromea Navarro. Hoy el departamento está integrado en el de Calidad y cuenta con 16 personas.
Hoy el consumo ha cambiado y la pandemia ha provocado un 'boom' de las especias, que son como «las hermanas pobres» de la gastronomía: cuestan poco y las acabas tirando con el tiempo. Sin embargo, sin ellas no hay cocina como lo demuestra la gran cantidad de verbos asociados (aderezar, condimentar, salpimentar, aliñar, sazonar, adobar… ) o «los viajes de Magallanes o Marco Polo buscando las especias».
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El futuro, según el CEO de Carmencita, pasa por controlar la calidad de los productos desde su origen y por eliminar alérgenos y aditivos, además de poner la mirada en el canal horeca y mejorar su presencia en este sector. «Los cocineros tienen Carmencita en casa pero no en el restaurante», lamenta Jesús Navarro. De ahí iniciativas como la Cátedra Carmencita en el grado de Gastronomía de la Universidad de Alicante para dar el espacio que se merecen las especias.
Porque, como reflexiona el empresario, Carmencita es «más que un nombre. Es una historia de sabores y aromas porque, al final, lo que aportan las especias son los recuerdos del guiso de tu madre o tu abuela, y eso es lo que cuentan las especias».
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