Castillo de Liria, Hoya de Cadenas, Marqués del Turia, Ceremonia, El Miracle, Fusta Nova, Sandara... Son algunos de los nombres que entrelazan las raíces de ... una bodega que ha hecho historia en el sector vinícola valenciano no sólo por sus cifras (40 millones de facturación en 2019, 30 millones de botellas producidas o un centenar de países a los que exporta) o su longevidad (136 años de trayectoria) sino por haber roto los tópicos que se asociaban al vino valenciano y haber apostado siempre por la tierra. Bodegas Vicente Gandía fue la responsable del primer vino valenciano embotellado (Castillo de Liria), del primero de autor (Ceremonia) o del primer proyecto enoturístico en la Comunitat.
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Los primeros porque, aunque suene a tópico, detrás hay ilusión, esfuerzo, «responsabilidad hacia el legado y amor al trabajo bien hecho», cuenta el presidente de la compañía, José María Gandía Perales (Valencia, 1940). Representa a la tercera generación de una firma que está presente en varias Denominaciones de Origen (Valencia, Utiel-Requena, Alicante, La Rioja, Ribera del Duero, Rias Baixas, etc.) y que actualmente dirige la cuarta generación, con su hijo, Javier Gandía de Cecilio, al frente desde 2015 tras asumir la dirección general.
Fundada en 1885, su historia se pudo haber cortado en la segunda generación, cuando José María Gandía Ferri, no siguió la estela del fundador, Vicente Gandía Pla, y estudió Medicina. Acabados sus estudios, entró a trabajar en el Hospital Provincial de Valencia con tan mala fortuna que coincidió con la epidemia de gripe española. «Mi padre al llegar y ver el duro panorama que tenía ante sus ojos, con la gente muriendo, llamó su padre y le dijo 'Padre, no quiero ser médico'. Una semana después dejó el hospital y regresó al negocio familiar», explica ahora su hijo.
Pero ¿cómo fueron los primeros pasos de la compañía? «De Agullent a conquistar el mundo», bromea Javier Gandía. Fue en este municipio de la Vall d'Albaida donde nacía el fundador de la saga, Vicente Gandía Pla, en 1865. «Tenía un oficio que en aquella época debía ser duro, era peón de agricultura. Sabía leer y escribir lo justo pero tenía una inteligencia natural y muchas ganas de progresar, así que emigró a Valencia y se metió en una casa de vinos francesa que había en aquella época en el Grao», relata su nieto y hoy presidente, José María Gandía. Gracias a su constancia y esfuerzo, fue ascendiendo y llegó a ser encargado de compras, lo que le permitió conocer los entresijos del sector.
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«Empezó a ganar dinero y, con unos ahorros, se montó su propio negocio en el Grao porque había que estar en el puerto», rememora Gandía. Estaba en la calle Serrano (actual Ernesto Anastasio) y, como curiosidad, vivía en la parte superior de la bodega. Durante muchos años sólo se dedicaba al comercio a granel. La buena marcha del negocio derivó en la ampliación de instalaciones, por lo que hacia 1910 se traslada a la calle Maderas. Aquella bodega ya figuraba en la 'Guía Bailly-Bailliere' de 1920 como una de las 34 que por aquellas fechas se dedicaba al negocio de la exportación de vinos.
De aquella época viene el legado que aún hoy respira la familia: «El nombre de nuestra empresa y de la familia se fue construyendo ahí porque era un sello de calidad», remarca Javier Gandía, que tiene claro que calidad e innovación han marcado siempre la trayectoria de la compañía, a las que ahora suman el reto de la sostenibilidad. Persona de convicciones y de hacer equipo confiesa que es algo que ha aprendido de su padre quien, a su vez, lo aprendió del suyo. Y ese consejo es el que ha ido pasando de generación en generación: «Les he intentado transmitir que deben trabajar bien, con honradez. He intentado que sea una empresa transparente y siempre tratando bien a la plantilla. Es algo que me marqué desde el inicio: están los accionistas, los colaboradores y los trabajadores. Y esa estela la han seguido mis hijos», comenta José María Gandía.
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Los años veinte fueron de prosperidad para la empresa, que compra una bodega en San Antonio (Requena) y otra en Llíria. Es el momento de la llegada de José María Gandía Ferri al negocio tras colgar la bata de médico. «Tuvo mala suerte porque le tocó el periodo de la guerra civil, la II Guerra Mundial, la postguerra... Y la pandemia que le hizo dejar la medicina. La heroicidad realmente fue sobrevivir«, recuerda su hijo, José María Gandía Perales, que también evoca aquel día en que vio llorar a su padre y lo acompañó al banco. »Los números no salían«, comenta.
Pero Bodegas Gandía logró sobrevivir, ya que una plaga en las viñas francesas a finales de la década de los 50 hizo que el país vecino volviera a recurrir a las uvas valencianas. «Fue la salvación: de estar a punto de cerrar a recibir una inyección de futuro», señala José María Gandía, que se incorporó (tercera generación) en 1963. Tenía 23 años y había estudiado en la Escuela de Comercio de Suiza, donde lo mandó su padre al acabar el bachillerato. «Allí aprendí el amor al trabajo bien hecho», dice.
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El vino que se vendía era todo a granel y el joven Gandía entendió que era el momento de dar un paso al frente y lograr un formato de comercialización que les permitiese aumentar el valor añadido de cada litro de vino. «Un día le planteé a mi padre que había que embotellar el vino y me dijo '¿Estás loco?'. Pero logré convencerlo», explica. Y así nació Castillo de Liria, el primer vino valenciano embotellado y el que cambió el rumbo de la compañía y de la viticultura valenciana.
«Dibujé hasta la etiqueta. Me puse con el bolígrafo y pinté un castillo y unas viñas, siguiendo el modelo francés. Teníamos una bodega en Llíria y pensé en 'Castillo de Liria', aunque quizás me equivoqué en poner castillo porque es una traducción literal de 'château', que en Francia es un castillo y aquí lo asociamos con una fortaleza», rememora José María Gandía.
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Con las primeras botellas de Castillo de Liria salidas de un sistema de embotellado y etiquetado manual se fue a la cadena de supermercados Superette (que luego absorbería Mercadona). Según cuenta, «me vi con el jefe de compras, un señor que para mí era muy mayor, porque yo tenía veintitantos años y él cincuenta. 'Mira xiquet', me dijo, 'dedícate a vender neveras o lavadoras que vendiendo vino no tienes nada que hacer'. Salí de allí con la moral por los suelos porque tampoco se quiso quedar una botella para probarla».
Era 1971 y hoy aquella marca cumple 50 años. Porque a los pocos meses de aquel encuentro Castillo de Liria ya estaba en los estantes del supermercado. Fue un éxito debido a su buena relación calidad-precio, ya que lo hizo asequible para la mayoría de familias. Se convirtió en el buque insignia de la bodega (la marca está presente en 60 países) y en el punto de inflexión de las ventas al exterior, con la mirada puesta en los mercados británico y norteamericano.
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Las instalaciones de la callea Maderas en Valencia, de 4.000 metros cuadrados, se quedaron pequeñas, a lo que se sumaron los problemas con los vecinos y sus quejas por los grandes camiones que entraban para cargar la mercancía. «O vendíamos la empresa o nos trasladábamos», confiesa José María Gandía. Empezaban los ochenta y la mirada entonces se dirigió a Chiva, donde compró un terreno de casi 100.000 metros cuadrados en el que, en varias etapas, se levantó una bodega de elaboración y embotellado. «Tuvimos que pedir un crédito de 800 millones de pesetas, que era una fortuna entonces, con interese al 16-18%. Pero los vinos funcionaron y pudimos hacer frente a los préstamos», relata.
Atrás quedaron el Grao, San Antonio y Llíria. Llegó el reto de hacer vinos 'premium' en la Comunitat Valenciana, «algo impensable hace treinta años», añade Javier Gandía. A la sede actual, en Chiva, se sumó una finca en Utiel-Requena, ya en 1992, que se conocía como Hoya de Cadenas por la historia que tenía detrás. Este edificio de orígenes reales se remonta al siglo XVII, cuya propiedad pertenecía a la familia Fernández de Córdova, quienes tras hospedar al rey Felipe IV recibieron el 'derecho de asilo'. Para hacer constar este privilegio, el frente de la casa se adornó con unas pesadas cadenas y de ahí su particular nombre.
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Situada en las laderas de la sierra de la Bicuerca y con más de 300 hectáreas, hoy alberga una bodega de elaboración y crianza de vinos en funcionamiento desde 2001 tras una inversión de casi 10 millones de euros, y el centro del turismo enológico con el Museo Arte en Barrica (año 2011) como principal atractivo. Esta bodega cuenta con una sala de 15.000 barricas de roble de dos procedencias: americano, de los bosques de Misuri, y francés, de los bosques de Allier. Recientemente se han incorporado tinajas de cerámica subterráneas, de donde saldrá su próximo vino, Ceramic, elaborado con Monastrell.
«Con este vino, que saldrá tras el verano, damos un paso más en la gama de vinos muy top, que iniciamos con Bobal (negro y blanco) y cerraremos con los de Casa Gallur», explica Javier Gandía. Precisamente la Finca Casa Gallur, de 61 hectáreas y ubicada en Caudete, es la última adquisición de la compañía en su apuesta por hacer vinos de alta gama. «Tenemos un proyecto muy claro de calidad, de hacer un gran producto en cada marca, de defender nuestras raíces, de diversificar, innovar...», resalta.
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Esa es la inquietud que ha movido a la cuarta generación, que entró en la década de los 90 y en la que también tomó parte otro de los hijos de José María Gandía, José Gandía. «Mi hermano fue el que lideró la empresa en los primeros años de este siglo y con él empezamos a hacer vinos en otras zonas de España e internacionalizarnos más», destaca Javier Gandía.
«Hemos pasado de estar en países como China, Alemania o Francia a sitios tan dispares como Mongolia, Nepal, Honduras, Kazajistán, Bosnia… Cuando estás en esos países, eres de los primeros en llegar y es un orgullo. Hacemos de embajadores del vino valenciano en el mundo y eso es importante porque el vino es origen, vendes un producto de una tierra… Y eso es lo más bonito de esto«, reconoce el actual responsable de la compañía.
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De su padre, hoy retirado del día a día, Javier Gandía ha aprendido «la constancia, la honestidad, el pragmatismo y rodearse de gente buena«. A su juicio, »eso es fundamental, porque un negocio es un equipo«. »El capital principal de una empresa es el capital humano, es el que más hay que cuidar«, añade su padre, presente en la conversación con LAS PROVINCIAS y que también resalta el valor de que la empresa vaya por la cuarta generación.
La quinta generación ya sabe qué son los viñedos y empiezan a probar los vinos, pues alguno de ellos ya ha cumplido los 18 años. «Están estudiando. Ojalá algunos quieran incorporarse a la empresa, pero primero que se formen bien y, si quieren, aquí habrá espacio», reflexiona Javier Gandía, que hace hincapié en que la clave de un legado centenario está en el «trabajo bien hecho. Cuando una cosa se hace, hay que darle una vuelta más. De bueno a excelente, sólo hay unas horas más de trabajo. No hay que conformarse con lo primero que salga».
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