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C. BONELL
valencia.
Lunes, 30 de mayo 2022, 00:09
Hubo un tiempo en el que la campaña de patatas tempranas atraía cada primavera a la huerta de Valencia a cuadrillas de trabajadores que venían de otras comarcas e incluso de provincias aledañas. En los años 60 o 70 no estaba mecanizada la recolección y hacían falta muchas manos, porque además era una producción que repartía dinero. En Inglaterra, Alemania, Holanda... esperaban la primera patata del año, la más tierna, la valenciana, y la pagaban bien. Había para exportadores, para transportistas, para que familias labradoras vivieran de cultivar apenas una hectárea y para que vinieran a ganarse la vida jornaleros de La Mancha, muchos de los cuales se quedaron y nutrirían después plantillas industriales y de la construcción.
Hoy, en cambio, la patata nueva no es ni sombra de aquello; tampoco es protagonista de una exportación preferente, sino víctima de las importaciones, y pelea a duras penas por seguir presente cada año en campos donde los huertanos que quedan prometen una y otra vez que no volverán a sembrarlas, para evitar más pérdidas. De hecho, cada vez hay menos producción local de patata nueva. Ni siquiera pervive entre la población un conocimiento de qué significa eso de 'nueva'. La mayoría de los consumidores ya no saben qué patata es nueva o no, ni por qué preferirla. Ni nadie se lo explica.
La conclusión es la decadencia. El kilo de patatas que está a más de euro y medio en el supermercado se paga a 22 céntimos en el campo, gastos incluidos, y bajando. Como el frío y las lluvias de meses pasados han determinado poca producción, los resultados son catastróficos para los agricultores. Salen entre 1.000 y 1.200 kilos por hanegada, la mitad o un tercio de lo habitual. Muchos han decidido olvidase para siempre de las patatas. Y con las cebollas pasa lo mismo. Las muy buenas se pagan a 30-40 céntimos el kilo, pero el comercio escoge y el resto se queda. Resultado ruinoso. Prefieren traerlas de ultramar.
Así, poco a poco se extiende la evidencia de que la huerta valenciana queda relegada a servir a falta de buenos. Cualquier cadena comercial prefiere antes lo que venga de cualquier sitio, por lejano que sea, y si ocasionalmente falla algo ya se recurre en un momento a lo que todavía se haga cerca. Y es un mal que se va contagiando a todo. La naranja lo está sufriendo igual: primero la de las antípodas, luego ya veremos si entra la de ahí al lado.
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