Tal como advirtió LAS PROVINCIAS a principios de enero, está sucediendo: la naranja barata de Egipto inunda ya todos los mercados europeos, incluida la propia España, arrinconando la producción valenciana, que no puede competir con unos precios que se basan en costes sensiblemente ... inferiores.
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La situación es ya tan complicada que hasta quienes, semanas atrás, se mostraban reacios a reconocer lo que estaba ocurriendo, no han tenido más remedio que acudir a ello, presionados por la realidad. Los precios de la competencia citrícola de fuera de la UE son imbatibles. Los costes también. La diferencia es que los costes se quedan en los puntos de procedencia y la producción llega hasta aqui, apartando a la valenciana y del resto de España.
Éste es el resultado claro de una política europea de apertura a todo el mundo sin proteger lo propio. Y es por eso uno de los apartados principales de las reivindicaciones de los agricultores que vienen protagonizando la actual oleada de protestas por toda la geografía española y del resto de la UE. Por que éste es un problema común: en cada sitio hay producciones sensibles que sufren dumping de países terceros, extrañamente consentido por la Comisión Europea y los gobiernos de la mayopría de países miembros. La problemática empezó con los productos hortofrutícolas, tradicionalmente los más vapuleados por Bruselas en estas lides, pero se ha ido extendiendo a casi todo.
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Elísabeth Rodríguez
Francia ha marcado un punto y aparte en la cuestión y, por ejemplo, ha dicho que no ratificará el acuerdo con Mercosur mientras no se den suficientes garantías a sus agricultores. Porque en el fondo se trata de abrir las puertas para recibir más productos agroalimentarios baratos a cambio de exportar más coches, maquinaria y tecnología industrial.
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España, sin embargo, no ha corregido nada al respecto, por lo que no se tiene confianza en que las palabras del ministro Planas vayan a plasmarse en algo eficaz cuando habla de exigir 'cláusulas espejo' o reciprocidad en las corrientes comerciales. No se conjugan bien tales anuncios cuando se tiene delante lo que está ocurriendo con las naranjas de Egipto y, más al centro y al este de Europa, con las de Turquía y otros países.
La fruta egipcia está ofertándose en los 'mercas' de toda España a unos 60 céntimos por kilo, cuando la naranja nacional precisa venderse como mínimo a 0,90 para poder cubrir todos los costes de compra en campo, recolección, selección, empaquetado, transportes, comercialización... Los operadores se encuentran todos los días con ofertas de fuera todavía más bajas, por lo que no es de extrañar que acaben sucumbiendo a la tentación para mantener el negocio en marcha y no perder clientes. Las cadenas comerciales que compran directamente reciben la naranja de Egipto a 0,50 y hasta menos y se olvidan de realizar pedidos a sus proveedores españoles, salvo cuando precisan una calidad superior. Si no, el precio manda; lo demás da igual. Cada vez más, nuestra agricultora se está convirtiendo en un sistema accesorio o marginal frente a las producciones a bajo precio de fuera. Como se suele decir en argot comercial, el campo valenciano se queda a la expectativa por si fallan otros: una agricultura «a falta de buenos». Lo cual genera un clima de inseguridad que está tirando para atrás a unos y otros. No se extrañen del clima de abandono.
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El diferencial de costes por kilo respecto a la naranja de Egipto se sitúa en unos 40-45 céntimos, contando todo el proceso, desde el árbol hasta el lineal de venta final. Esto se traduce en un sensible freno en el campo: la recolección está amortiguada, y cuando parecía que faltaría producción, empiezan a cundir los nervios. Si esto pasa ahora, con una cosecha española corta, ¿qué puede ocurrir en el futuro próximo? Los menos pesimistas prefieren aludir a que la avalancha de Egipto se ha visto acrecentada este año por la crisis del mar Rojo, lo que le obliga a derivar hacia Europa envíos que de otro modo irían a países asiáticos. Pero eso puede explicar una pequeña parte del problema del momento, pero no todo. Si no sabes nadar, con tres metros de agua te ahogas; con dos también.
La realidad es que Egipto no para de aumentar sus plantaciones mirando a Europa como gran mercado preferente. Grandes inversores europeos participan en ello, basándose en los costes inferiores de producción. La UE lo consiente y muchos miran hacia otro lado. No se sorprendan si la gente del campo se solivianta, porque no tiene escapatoria. Las palabras animosas de las autoridades suenan huecas, faltan hechos concretos. Curiosamente, el problema llega hasta la industria de zumos, que también trae naranjas de Egipto; por cierto, pagándolas más caras que aquí: 37,5 céntimos el kilo frente a 27. El mundo al revés.
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