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La baja rentabilidad de las explotaciones citrícolas en la Comunitat Valenciana está dando lugar a una situación paradójica: cada vez más productores valencianos optan por ... comprar terrenos en países terceros para cultivar naranjas y mandarinas y, así, evitarse los costes que implica aplicar la normativa europea para la explotación.
Una parte del sector agrario ve este fenómeno como casi una traición, puesto que finalmente supone seguir hundiendo los precios del producto local debido a la competencia desleal que ejercen las importaciones, que al venir de países terceros cuentan con una mano de obra más barata y además no tienen restricciones en el uso de ciertos productos fitosanitarios.
«El jornal de una persona en Egipto son dos euros y medio. Esto está llevando a que algunas exportadoras que producen aquí se vayan a África. ¿El planeta no es el mismo? ¿Por qué la Unión Europea no tiene las mismas exigencias ambientales para los productos que quieren venderse en Europa y proceden de estos países?», se pregunta Juan Vicente Moros, director de la Cooperativa Agrícola de Burriana y presidente de la Asociación de Clemenules de la Plana de Castellón.
Moros explica que la situación en la provincia de Castellón «es muy agónica», dado a que cada vez «es más difícil» llevar la explotación. «Tenemos problemas en la aplicación de fitosanitarios y fertilizantes frente a otros países. Aquí tienes que llevar un cuaderno de cultivo, casi diario, que para muchos pequeños productores es muy complicado. Tenemos plagas que son muy difíciles de matar con los productos permitidos. Y si te vas a un país tercero es más fácil esquivar estas restricciones», añade.
Esta tendencia no es reciente, aunque sí irá a más, según explica Guillermo Prats, socio de la consultora valenciana Improven, especializada en estrategia y operaciones. «Trabajamos con el sector y hemos visto esa evolución. En un principio, los productores que hacían esto era por un motivo estacional. En el hemisferio sur es invierno cuando aquí es verano y viceversa. La demanda del consumidor, de tener cítricos durante todo durante todo el año, ha hecho que algunas empresas hayan apostado por invertir también fuera», explica.
Por ello, se han ejecutado algunas alianzas entre productores de estos países y locales. Pero, ¿cuál es el perfil de estas empresas? Por un lado hay productores locales, de tamaño medio, que se dedican a la exportación y que han cerrado alianzas con productores de otros países. Por otro lado, están los casos de empresas familiares que han sido adquiridas por fondos de inversión. Además, en los últimos años se ha detectado una importante concentración del sector agrario en este sentido.
«Están creciendo mucho estas operaciones por la aparición de fondos que empiezan a buscar fuentes de materia prima y fuentes de mercancía donde sea más barato, porque tienen una visión más enfocada a la rentabilidad. Y eso va a ir a más. Al final el objetivo de los grandes grupos que se están formando es este», señala el experto.
Según indica, hace aproximadamente siete años decimos que se detecta esta tendencia a la concentración, con la llegada de fondos externos. «Es una pena que tengan que venir de fuera para que el sector se una. Al final es un fondo que viene y compra empresas familiares. Lo que quieren estos fondos es, frente a un cliente muy concentrado como es la gran distribución, ofrecer más productos durante un periodo de tiempo mayor», cuenta.
Fondos y operaciones
Algunos de los fondos más conocidos en el sector agrario y que han protagonizado operaciones en empresas de la Comunitat son Miura, Fremman Capital y The Natural Fruit Company. Por ejemplo, el fondo Miura compró hace unos años Citri&co y ahora trata de vender por 1.500 millones de euros el grupo frutícola, que en total está conformado por diez empresas, entre ellas la valenciana Martín Navarro y la alicantina Perales&Ferrer, además de otras firmas ubicadas en países como Perú, Argentina y Sudáfrica.
Según Prats, «muchos fondos» se han interesado en el sector de la alimentación y hortofrutícola debido a su carácter estratégico en términos globales y, además, por su delicada situación en el caso valenciano. Y es que, la falta de relevo generacional y su baja rentabilidad los convierten en un blanco fácil. «Estas empresas han visto que su poder de negociación respecto a la gran distribución ha ido mermando muchísimo y por ello ven que vender la empresa es una solución», afirma Prats, que añade que estos fondos «no son buitre» y que invierten en maquinaria y tecnología. «Sospechamos que el futuro del sector será este», declara.
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