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Sagunto resurge con Volkswagen 40 años después de sentenciar los Altos Hornos
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Se cumplen cuatro décadas de la decisión de cerrar el segundo horno, considerado el principio del fin de una industria que forjó el ADN de la localidadUna cuestión de justicia que, de alguna forma, ayuda a cerrar una herida abierta desde hace 40 años. Este es el análisis que hacen en Puerto de Sagunto cuando se compara la llegada de la gigafactoría de baterías de Volkswagen con el cierre de los Altos Hornos del Mediterráneo, que justo hace cuatro décadas fueron sentenciados al comenzar un proceso que supuso una lenta agonía que terminó con el cierre de las históricas instalaciones.
Porque el Puerto de Sagunto, un núcleo de población diferenciado de Sagunto pese a pertenecer al mismo municipio, existe por la actividad siderúrgica. Los Altos Hornos están en su ADN y son parte de su razón de ser. Sus barrios nacieron gracias a estas grandes instalaciones que moldearon el paisaje y eran la actividad principal de una población que se fue asentando poco a poco en un territorio cuyas escuelas y centros de salud los costeaba la fábrica. Hasta la iglesia fue construida con sus fondos. Por ello, es traumático recordar esta historia de su pasado.
La misma comenzó el 4 de febrero de 1983, día en el que el Gobierno decidió detener el segundo alto horno de los tres con los que contaba la factoría. La decisión vino precedida de años en los que se fue creando un clima de pesimismo respecto a los sectores con una gran dependencia energética. Tal y como recuerda Miguel Sáez García, experto investigador del departamento de Análisis Económico Aplicado de la Universidad de Alicante y coautor del libro 'El puerto del acero. Historia de la siderurgia de Sagunto (1900-1984)', España vivía una dramática situación a raíz de las dos crisis del petróleo que golpearon de forma especial a un sector que solo en la capital del Camp de Morvedre empleaba a 6.000 personas de forma directa y miles de forma indirecta.
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Los últimos Ejecutivos franquistas y los de la Transición trataron de retrasar lo inevitable invirtiendo dinero y nacionalizando plantas que quedaron bajo el paraguas del Ministerio de Industria y la empresa pública Siresa, pero el Gobierno encabezado por la UCD se vio obligado a aprobar el primer plan de reconversión industrial que luego marcó el camino a Felipe González. La Comunidad Económica Europea en la que se quería integrar España mandaba avisos de que había una sobrecapacidad y ese problema debía ser abordado de la mano de los otros dos grandes Altos Hornos, los de Vizcaya y los de Asturias.
Aquí entró el juego el denominado 'informe Kawasaki' que, de alguna forma, apostaba por Sagunto debido a la cuarta planta que se puso en marcha para hacer la laminación en frío de la que sí había posibilidades de negocio y que, en parte, sigue funcionando en la actualidad. Podía haber absorbido parte del trabajo de las otros tres altos hornos, mucho más obsoletos que nacieron a principios del siglo XX y después pasaron a ser subsidiarios de los Altos Hornos de Vizcaya. Pero llegó un momento que hubo que elegir entre si debía caer uno u otro o Asturias y perdió Sagunto.
Sáez recuerda que esta «no fue una decisión técnica sino política» ya que el informe apuntaba en otra dirección, pero quedó en un cajón. Como en cualquier procedimiento de desmantelamiento de un pulmón industrial, el proceso fue largo y un tanto agónico. Tal y como recogió en su día LAS PROVINCIAS, ese mismo día que se anunció el primer cierre la recién nacida Generalitat ganó algo de tiempo, pero fue imparable.
El 16 de febrero de ese año tuvo lugar la primera huelga general que paralizó la población y hubo más de una decena más, así como manifestaciones en Sagunto, Valencia y Madrid. Las marchas primero fueron pacíficas, aunque conforme la situación fue empeorando la indignación fue creciente y tuvieron lugar altercados. En abril un grupo de manifestantes intentó agredir al entonces presidente Joan Lerma en un mitin electoral y en junio y julio hasta se cortaron carreteras.
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Pero los cronistas de la época coinciden en que la jornada de más tensión fue, sin duda, la que se vivió el 27 de diciembre. En una concentración un obrero fue herido por una bala de un agente y se desató el caos. La jornada terminó con coches quemados y el asalto de un cuartel de la Policía en Sagunto. Tal y como narró este diario, tras este caos el día siguiente se decidió se decidió dejar «la ciudad muerta» y solo salieron a la calle los vecinos para realizar una 'cacelorada'. En 1984 siguieron las protestas, pero nada evitó que llegasen los despidos y que en octubre se decretase el cierre.
Darío Moreno, alcalde de Sagunto, forma parte de esa generación que nació una vez los Altos Hornos del Mediterráneo pasaron a la historia, pero admite que esta es «una cicatriz que se ha notado durante décadas». «Con Volkswagen cerramos el circulo, pero lo hacemos aprendiendo de la historia», admite el primer edil, que no quiere que la ciudad solo dependa de este gigante sino que compagine las otras actividades que poco a poco surgieron de las cenizas de la siderurgia, que aún mantiene algo de tejido.
Eso sí, como le repiten los vecinos, tiene que «preparar todo» para la multinacional. Se trabaja para ampliar las infraestructuras sanitarias, escolares y vivienda y se está al lado de la Generalitat y el Gobierno en el trabajo de los terrenos para dejarlo todo listo para la gigafactoría, que ahora es la que debe anunciar cuando comienzan formalmente las obras.
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