La estabilidad llega a tu vida. Tienes un contrato laboral que ha superado el periodo de prueba y decides que es el momento de dar el salto e irte de casa de tus padres. Enciendes el ordenador, entras al buscador por excelencia de Internet y ... pones las palabras mágicas: pisos, alquiler, Valencia. Los resultados parecen una broma pesada. Nada por debajo de 700 euros al mes. Entonces, optas por buscar en municipios del entorno. Mislata, Quart de Poblet, Manises...pero las cuentas siguen sin salir con tu sueldo de mil euros. Piensas que es cuestión de tiempo que aparezca el piso perfecto, así que no dejas de buscar. Al día siguiente, más de lo mismo. Vuelta a empezar. Y, así, llevan tres meses María López y Javier Ojeda.
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Esta pareja de valencianos, de 24 años de edad, son la muestra viva de lo que sufren miles de jóvenes en la Comunitat a la hora de emprender el camino de su independencia. «Soy periodista y trabajo a jornada completa en el departamento de comunicación de una empresa privada. Tengo un contrato indefinido, por lo que mi situación personal es bastante estable», cuenta María, cuyos ingresos oscilan entre 1.100 y 1.400 euros.
Por su parte, Javier cuenta con un grado en Comunicación Audiovisual y está preparándose el doctorado, por lo que tiene un trabajo a media jornada. Entre los dos ganan 1.700 euros al mes.
«Fuimos a buscar por pueblos cercanos a Valencia porque vimos que en Campanar no había nada por debajo de 800 euros», relata la joven, quien ha mirado en Burjassot, Godella, Moncada, entre otros pueblos.
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En su caso, las características de la casa han dejado de ser una prioridad. Hay preferencias, por supuesto, pero lo que prima ahora es el precio. «No es que busquemos una casa concreta, pero sí que nos gustaría que tuviera dos habitaciones porque así uso una de despacho, ya que teletrabajo. Sin embargo, prácticamente todos los que nos podían encajar no bajan de los 650 y 700 euros. Esto es el 40% de nuestros ingresos», relata resignada la periodista, quien agrega, además, los gastos de mobiliario y de entrada que deben añadir para entrar a vivir de alquiler.
Su entorno no es tampoco muy alentador. «La mayoría de nuestros amigos comparte piso con tres o cuatro personas más o bien tienen la suerte de que su familia es propietaria de un piso y se lo ceden», indica María, que, pese a la situación, agradece la estabilidad con la que pueden vivir, aunque estén todavía en casa de sus padres. «La generación de nuestros padres tienen esa mentalidad de ahorrar e intentar comprar un piso, pero nosotros ni nos lo planteamos», subraya sobre la idea de adquirir una vivienda.
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En cuanto a los inmuebles con los que se han topado, María asegura que «había de todo». Sin embargo, hay algo que le llama especialmente la atención. «Vi el anuncio de un piso por 400 euros, pero cuando entré a verlo me encontré con que eran 400 euros por una habitación solamente, por lo que compartes con más gente», afirma la joven, que se encontró con pisos muy antiguos, de no más de 80 metros cuadrados y sin amueblar o con muebles muy viejos.
«Aprovecharemos que vivimos en casa de nuestros padres, que es algo que no pueden decir todos, para ir ahorrando y seguir buscando. Esperaremos a que mejore la situación y el acceso a la vivienda o a que mejoren nuestros ingresos», cuenta la joven, que pasó de la rabia a la resignación ante la cruda realidad.
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