EFE
Sábado, 19 de marzo 2016, 21:12
La que debió ser tarde de fiesta grande en Valencia no pasó de ser una corrida tediosa y anodina, marcada por la falta de raza y de fuerzas de los bonitos toros de Cuvillo y por los largos e infructuosos empeños de la terna por sacarles un partido a todas luces improbable.
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Enrique Ponce, por ejemplo, ya estuvo mucho más tiempo de la cuenta con el inválido sobrero que sustituyó a otro de similares características que abrió plaza.
El veterano torero de Chiva logró, sí, sostener en pie al tambaleante ejemplar con su reconocida pulcritud técnica pero sin lograr más que mostrar su voluntarismo al entregado público de su tierra.
También fue muy flojo el cuarto, al que perdonaron en el caballo y al que Ponce tiró al suelo en varias ovaciones, sin acertar a cogerle el pulso hasta mediada otra de sus largas y parsimoniosas faenas, en la que sólo destacó una serie de tres buenos naturales como escaso aval para esa oreja que le concedieron con gran generosidad.
Paradójicamente, el presidente le había negado el trofeo en el turno anterior a David Mora por una faena, como poco, de méritos similares, ya que el madrileño le ligó varias series estimables al segundo de los sobreros que hubieron de salir al ruedo.
Aprovechó Mora a acompañar con compostura las pocas arrancadas que el animal repitió con cierta inercia, pero que duraron justo hasta el momento en que la lluvia hizo acto de presencia y la faena cayó en picado.
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Ya con el sexto, un jabonero absolutamente vacío de celo y de raza, Mora no tuvo mayores opciones que quitárselo de en medio con una brevedad, que, dos horas y tres cuartos después del paseíllo, hubo quien le agradeció.
Tampoco tardó mucho Sebastián Castella en pasaportar al segundo, otro toro vacío de todo con el que hasta el público le apremió para entrar a matar. En cambio, se extendió con el quinto en una faena cargada de tiempos muertos ante un toro que antes de que el francés cogiera la muleta ya habían tirado al suelo David Mora, en un quite, y Ponce, durante el tercio de banderillas.
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Fue el último de Castella un trasteo anodino con el mismo número de aciertos técnicos que de desajustes, y que se extendió en un arrimón sin mucho sentido ante un toro tan apagado como el entusiasmo de la gente a esas alturas de la corrida.
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