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Amparo Bonet, ante el puesto de Bunyols Bienve en la avendida Antiguo Reino de Valencia. Paula Hernández

Buñuelos Bienve, cincuenta años del mejor sabor de las Fallas

Amparo Bonet celebra cinco décadas al frente del establecimiento que heredó de su abuela I La maestra en el arte de la masa tradicional de Valencia, que tiene un puesto en Antiguo Reino, asegura que la clave del éxito para «la magia del buñuelo» está en la calidad de los productos y en un aceite limpio I El negocio ha alcanzado ya la quinta generación

Laura Garcés

Valencia

Miércoles, 19 de marzo 2025, 01:58

El buñuelo, de calabaza claro, es más que un dulce delicioso. Es un hecho cultural, un bocado de afectos y con ello de emociones intrínsecamente ... ligadas a las muchísimas más que traen consigo las Fallas, esa fiesta que despierta todos los sentidos. Es un mundo. Un universo habitado, cada vez menos, por buñoleras de toda la vida, titulares del legado de una tradición vinculante para una sociedad que se resiste a borrar tan incomparable sabor de la memoria gustativa de los valencianos al tiempo que se convierte en delicioso descubrimiento para turistas de uno y otro lado de las fronteras de España.

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En ese escenario de las mejores sensaciones, brilla el nombre de Amparo Bonet, heredera de la rica mezcla de harina, calabaza y aceite -siempre limpio- que su abuela Bienve empezó a amasar en 1928. De la abuela pasó a la madre, que por razones de salud no pudo aguantar mucho ante la caldera de aceite hirviendo. Pero ahí estuvo la nieta, Amparo, para tomar el relevo. «Con mi abuela contraje el compromiso de estar al frente de Bunyols Bienve cincuenta años y que si tenía descendientes que me siguieran también».

Y como no podía ser de otra manera en una mujer valiente y emprendedora, vaya que lo ha conseguido. La buñolería Bienve en manos de Amparo está de aniversario, cincuenta años de buen hacer en el barrio de Russafa, donde cada año cuando las Fallas asoman por el horizonte instala un puesto lleno de encanto inspirado en la arquitectura rural valenciana, «lo diseñó un amigo de la familia que es artista fallero», en la emblemática Avenida Antiguo Reino De Valencia esquina con la calle Pintor Salvador Abril.

Puesto y cola de público en busca del precido dulce valenciano. Paula Hernández

La calidad está garantizada. «No hay más secreto que harina, calabaza, agua y aceite. El aceite siempre limpio, hay que cambiarlo continuamente». Pero se necesita algo más: la maestría que conduce a sacar una buena masa, y la destreza de ese movimiento de muñeca que sólo las buenas buñoleras saben hacer y que la cultura popular valenciana define como 'el pessic' que tan bien mide la cantidad de masa y dibuja el agujero que describe al buen buñuelo hasta convertir la práctica en un espectáculo. Parece fácil, pero hay que ser maestra, como Amparo, una mujer convencida de que en este oficio de lo que se trata es de «hacer magia con los buñuelos».

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Amparo, la mujer que regenta el puesto Bienve, «nunca hemos querido cambiar el nombre», es sin duda una artista del sabor de la fiesta. De su paraeta cada día salen miles de esos círculos de masa frita que compran «hijos para con mucho cariño regalárselos sus padres o padres para llevárselos a los niños para merendar o desayunar». La grandeza de lo cotidiano, las costumbres que han servido de fuente a la ley de las Fallas.

Por el puesto de Antiguo Reino han pasado y lo siguen haciendo varias generaciones de una misma familia a las que Amparo conoce. «El otro día vino una señora que me dijo que su abuela ya le compraba buñuelos a la mía». Es imposible que Amparo no se emocione.

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Buñuelos en la caldera de aceite . Paula Hernández

Cada día del calendario fallero sirven miles de buñuelos. Las colas son incesantes. Tanto que han decidido cerrar un rato a la hora de comer. Para responder a la demanda «en octubre compramos dos mil kilos de calabaza en Vilamarxant», siempre producto natural y adquirido a su tiempo.

Sin parar, con jornadas de hasta veinte horas se mantiene vivo el establecimiento que en 1928 incluso antes de que se construyera el Mercado de Ruzafa tal como se conoce, la abuela Bienve -originaria de la localidad de Buñol, casualidades de la vida- ya se instaló como buñolera en los rudimentarios puestos de la época. Luego vino el bar en la calle Clero. Y siguió, sin abandonar Russafa, el negocio buñolero de la familia en La Flor de Ruzafa de la calle Carlos Cervera.

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La madre de Amparo afectada de una esclerosis no pudo por mucho tiempo estar al frente del oficio de la casa y Amparo, «»que estudiaba en el colegio Armelar» cuando cumplió los 18 años se vio con las manos en la masa. «He trabajado de administrativa en varios sitios, también como limpiadora», pero cuando llegaban las Fallas el buñuelo tiraba y había que ponerse aunque se quedara sin vacaciones. «A lo largo de veinte años los hice durante las Fallas para la cafetería Bimbi», aquel mítico establecimiento que el legendario Barrachina tuvo abierto en la Gran Vía.

Vida dedicada para endulzar la fiesta en la que Amparo, que gusta de ponerse delantal con puntillas y sujeto con alfileres, lleva toda una vida, aquellos cincuenta años que prometió a la fundadora de la saga. «Estoy jubilada, pero cada año por Fallas me salgo de la jubilación y me doy de alta como autónoma. Aquí todos los que trabajan están de alta, como toca».

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Una nueva generación ya afronta el negocio. Paula Hernández

Con ella ya trabajan sus descendientes, sus hijas, su hijo y también su nieto. Ya van cinco generaciones. Unos amasan, otros atienden al público y preparan lo que sea necesario. Visto lo visto, parece que Leticia, «es un espectáculo verla», es la que apunta las mejores maneras para mantener el legado de la abuela Bienve, que dejó dicho a su nieta que la siguiera durante cincuenta años y que su descendencia continuara. «Leticia tiene buñolería en Càrcer, un pueblo de la Ribera. Además, sirve a la heladería Glasol de Antiguo Reino». Hay disposición para seguir un camino en el que cada vez son menos las buñoleras tradicionales.

Largo recorrido en el que Amparo Bonet ha alcanzado cinco décadas, pero que ya tiene a la vuelta de la esquina el centenario de la casa, el que la abuela Bienve empezó a escribir en 1928.

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Hoy, en el siglo XXI, en medio de unas Fallas multitudinarias que, seguro, la abuela ni siquiera pudo soñar, la buñolería sigue en pie. Queriendo o sin querer, el relato de la casa es historia de Valencia. Se pregona en la calle con un rótulo pintado en azul sobre la blanca pared de ese puesto inspirado en la arquitectura rural valenciana para servir los buñuelos que aun en contra de las buenas maneras, para las que seguro que en estas fechas hay bula, obligan a chuparse los dedos. Amparo, que no pudo tener mejor nombre para el oficio, no deja de emocionarse. Lo suyo es una historia de amor con laos afectos que desata la dulce cultura del bueñuelo.

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