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Son obras de arte. Tejidos hilo a hilo. Envueltos en la más exquisita seda y los más cotizados filamentos de plata y oro. Realizados a mano, en un excepcional y centenario telar que los convierte en objetos únicos. Son espolines. La tela que toda fallera quiere lucir y que está al alcance de muy pocas por su valor económico. Pero pasan de generación en generación y tienen nombres tan evocadores como 'Reina', 'Carpio', 'La Rica', 'Espigas de Montserrat' o 'Desamparados'. Para su confección, cada día se destinan horas y horas para tejer, como mucho, unos veinte centímetros. Beben de la más alta tradición sedera y nacen de unos diseños, de unos bocetos, con más de un siglo de historia.
Un paseo por los talleres manuales de la Compañía Valenciana de la Seda nos descubre no sólo la forma en la que estas creaciones ven la luz tras meses de trabajo sino también que, como los grandes cuadros, requirieron antes de un boceto previo, de un dibujo, para luego tomar forma a través del telar. Como hacía el genio de la luz, el valenciano Joaquín Sorolla, el origen de estos diseños llega de un esbozo, de unos cuantos trazos en un papel de seda, que dieron inicio a lo que hoy conocemos como espolín. Los responsables de la firma sedera, que han abierto las puertas de su taller para que conozcamos el paso a paso de la confección de estos tejidos, muestran esas primeras obras primigenias, esos diseños que nacieron de las manos de «artistas», como los califica Alberto Catalá, responsable de la firma aunque ya jubilado, junto a su hija Andrea Catalá.
«Eran anónimos, desconocemos sus nombres, pero ellos hicieron esos dibujos que después se plasmaron en los espolines», relata. Para observar esas primigenias creaciones basta con retroceder en el tiempo más de cien años. Como enseñan los dueños de la Compañía Valenciana de la Seda, aún conservan algunos esbozos de esas primeras líneas dibujadas, que permiten viajar en el tiempo hasta, por ejemplo, 1850. «Se puede decir que la historia de los espolines empieza con los dibujantes, son el alma de la tela. Cuando nosotros vemos algún diseño, por ejemplo el 'Carpio', que es muy conocido, debemos saber que esa creación arranca con un dibujante», aseguran.
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Pero en estos orígenes de los espolines hay aspectos que se nos revelan desconocidos. Un ejemplo: en los inicios, estas confecciones iban destinados al clero. «Los dibujantes tenían sus limitaciones. Antiguamente cuanto más atrás viajamos en el tiempo, hablaremos de espolines para casullas. Por esa razón, los diseñadores debían tener en cuenta dos elementos fundamentales como las espigas y las uvas, es decir, el pan y el vino de la consagración. Después, cuando ya la proliferación de estos tejidos se amplió a la burguesía, ya no era tan necesario que contaran con estos dibujos», cuentan.
No obstante, de aquel pasado que nos recuerda la riqueza de estas telas llegan a la actualidad diseños como el 'Espigas de Montserrat' que lució la que fuera Fallera Mayor de Valencia en 2014, Carmen Sancho de Rosa, para la Crida de ese ejercicio. En él se observa la tradición de aquellos «artistas» trasladada a la actualidad a través, precisamente, de aquellas espigas inspiradas en los primeros espolines que se tejían orientados al ámbito eclesiástico. Pero en el recorrido por el inicio de una cotizada técnica que conforma la indumentaria de los falleros más privilegiados, no sólo porque puedan costear una pieza de estas características sino porque hayan heredado de sus madres o familiares alguna de estas joyas, cabe destacar que aquellos autores eran anónimos. «Almas» sin nombre conocido en la actualidad porque formaban parte de un oficio que ya no existe. Es más, ahora ya no se boceta sino que se exhiben muestras de distintos diseños y los afortunados que deciden apostar por este tejido eligen sobre el muestrario el modelo que quieren lucir y los colores con los que van a adornar su indumentaria.
Aún así, cuentan los responsables de la Compañía Valenciana de la Seda, hay fuentes documentales que permiten recoger el aroma de esos primeros dibujos que dieron luz a los actuales espolines. «En Valencia tenemos la suerte de que en el Museo de Bellas Artes hay unos fondos de dibujos fantásticos donde nosotros nos inspiramos. Hemos podido trabajar con ellos», señalan.
Artífices, por ejemplo, de los espolines que han lucido este año las niñas de la Corte de Honor de la Fallera Mayor Infantil de Valencia, en su archivo conservan algunos de esos primeros esbozos que dieron origen a los tejidos. Son piezas de coleccionista, a las que hay que mirar con una sensibilidad especial. Y, además, son también el primer paso de la confección de unas telas que mantienen vivo el espíritu de una fabricación totalmente artesanal que se lleva a cabo en unos telares manuales que también son vestigios del pasado al contar con décadas de historia cosida hilo a hilo.
Además, son el origen de un proceso en ocasiones desconocido para el gran público. Porque de esos dibujos en papel de seda se pasa a lo que se llama puesta en carta. «Una revolución», según los expertos. Se trata de una cuadrícula milimetrada, que es el segundo paso antes de la confección tanto del fondo como del dibujo del espolín, que se erige como el diseño que luego se toma de referencia para unos cartones que se utilizan también como muestra para tejer la tela. Un espolín puede llegar a requerir, cuando de la puesta en carta se traslada a estas hojas troqueladas, de miles de páginas para que el trabajador del taller, que previamente se ha aprendido los colores que llevarán cada una de las flores o elementos del espolín, pueda seguir el diseño escogido.
Porque en todo el procedimiento, el carácter artesanal es la tónica de la confección. De esos primeros dibujos, esos artistas pioneros que, como Joaquín Sorolla, se inspiraban en motivos valencianos para llenar de color, luz y flores las telas que hoy en día siguen luciendo los falleros y falleras, beben los maestros sederos que confeccionan los cotizados espolines.
¿Cómo se hace? Cada hilo, tanto de la urdimbre, que es la base del tejido, como de la trama, que es el dibujo que va a presentar, se cose pasando unas lanzaderas, de mayor tamaño cuando se confecciona el fondo y más pequeñas cuando lo que se crea es la trama. Y un dato más: para conocer realmente si estamos ante una joya fallera de estas características tan concreta debe mirarse la tela por la parte de atrás. Porque al ser elaboradas manualmente, tienen los hilos rematados justo donde se encuentran los motivos del dibujo. Ya ven, así es el origen de estas obras de arte falleras.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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