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Una falla de milagro
Apariciones

Una falla de milagro

Nadie quería ser presidente de Málaga-Doctor Montoro, una comisión pobre de solemnidad por los gastos de las celebraciones de su cincuenta aniversario unidos al agujero que les dejó el artista del año pasado

Txema Rodríguez

Valencia

Sábado, 16 de marzo 2024, 01:03

A este lado del río una larga hilera de autobuses recoge a seres humanos vestidos con el forro polar de color rojo. Al otro, cruzado el puente de San José, que ha de ser el más fallero del ranking, reina la calma y huele a pizza caliente. En el de aquí las luces cegadoras de Na Jordana rompen la noche y se mezclan con los destellos de churrerías y pantallas que anuncian una cerveza; en el de allá pasa un coche de vez en cuando, un grupo de chavales cena en una terraza de un bar y en la esquina una clínica de estética pregona entre su oferta la «lipopapada HD» y la «bichectomía». Lo primero creo entenderlo, lo segundo se ve que es la extracción de las bolsas de Bichat (algo que tenemos en la cara, cuya existencia ignoraba y que espero olvidar). Que uno se distrae con estas cosas de camino a los lugares, al otro lado, en La Saidia, donde está la falla Málaga Doctor Montoro, que es humilde y pobre de solemnidad pero muy bien avenida. Me reciben con cariño y eso que llego mientras andan hincándole el diente al bocata dentro del casal y me siento a charlar de nada en concreto y de todo en general con dos de sus tres presidentes, Josefina Alventosa y Sergio Soler (el otro, Tomás Sarás, falleció hace poco). Setenta falleros componen la nómina, contando a los críos, que ha superado gracias a la decisión de la mujer que ahora lleva el mando del casal la herida casi mortal que supuso celebrar el año pasado, por todo lo alto, el cincuenta aniversario. Que se vinieron arriba y ya sabe cómo son estas cosas. Además el artista que habían contratado les dejó tirados (a ellos y a otras comisiones) y con un agujero cercano a los cinco mil euros tras declararse insolvente , aunque asegura Sergio que ahoya está trabajando «en Convento y en la de Baenas».

Pero volvamos al presente. No tienen falleras mayores este año y los monumentos se los están haciendo ellos como buenamente pueden. Montan entre todos la falla infantil y, al día siguiente, la grande, llamémosla así. Se trata de una barca que han hecho con madera y guardaban en un rincón del casal. Todo aquí tiene un aire familiar y auténtico. Lo dice Josefina y se nota, es un espacio pequeño, un par de fincas, cuatro portales con un espacio diáfano entre ellos, casi todos son vecinos, conocidos, aunque el reloj ha corrido medio siglo y muchos de los vecinos son ahora ancianos que ya no están tan dispuestos para la fiesta. Dice la presidenta que se trata de «un microcosmos en el que cabe gente de todo tipo, tenemos familias tradiciones, monoparentales, del mismo sexo, es una falla también muy abierta al público» y ahora en periodo de transición porque lo importante «era que se salvara, que no desapareciera, plantar la falla y seguir adelante, dejar un tiempo para que los bolsillos se vayan recuperando». Parece que el año que viene habrá falleras mayores y tal vez se pueda echar mano de algún artista. Se entra la noche en la humedad y el frío y sigo mi camino. He de volver al otro lado del río, donde la luz y el bullicio me deslumbran, donde me he de apartar para no ser arrollado por los ejércitos de jóvenes que llevan bolsas de supermercados, donde he de dar una vuelta enorme para evitar una masa de chavales que apestan a Red Bull, donde hecho de menos el sosiego y la paz de los que tienen muy poco.

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