Un refugio llamado casal

Mientras truenan los tambores de guerra en la Europa (se supone) civilizada, en un casal de la calle Pelayo reinaba el sábado la armonía. Había un trasiego de gente que iba y venía con las bebidas, otros falleros servían la mesa y quien entraba era recibido con esa clase de hospitalidad sin alardes que tanta confianza me despierta. El recién llegado se quitaba el anorak y en unos segundos se convertía en uno más. Echaba una mano y también alguna risa y de repente brotaba la magia: ver ese espectáculo desde la puerta disparaba alguna punzada de envidia. Ojalá el mundo siempre fuera así.

Desde que un día escuché a Adela Cortina defender el 'meninfotisme' como una saludable manera de estar en el mundo, con un sentido superior de civismo, el mismo 'meninfotisme' del que me alertó un compañero de redacción, no soy digno de desmentir a la prestigiosa intelectual. También yo opino que un poco de 'meninfotisme' al año no hace daño, porque permite a las cabezas volar más libres sin la presión del hecho diferencial que distingue a quienes se tocan de boina o barretina. Y esa idea de liberalidad que se expresa cada día en cada casal es la gran aportación valenciana a la convivencia. Su auténtica contribución a patrimonio de la humanidad.

Continuará.