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Tiene el pecho partido en dos con ese perfecto tajo vertical que los cirujanos dejan de recuerdo cuando pasas por el taller de los corazones. El de Juan Picazo López late bien y con fuerza, aunque funciona mejor el del Algarrobo, que es el apodo que luce orgulloso en el casco junto a tres pegatinas con los nombres de sus nietas: Edurne, Claudia y Lara. No se trata de una pieza destinada sólo a proteger su cabeza sino que nos hallamos ante una pieza única, es el único en la plaza del Ayuntamiento de color verde porque hasta que el Algarrobo no cubre su calva con el trozo de plástico verde que lleva su nombre no puede comenzar la mascletà, ese gesto es la señal que esperan las falleras mayores desde el balcón para lanzar su grito de guerra: «Senyor Pirotècnic, pot començar la mascletà!».
Hemos ido a almorzar a un bar por detrás del ayuntamiento y ente bocado y bocado me va contando sus cosas. La primera es que ya está jubilado pero sigue yendo a dar la señal, es un privilegio que nadie quiere que deje de tener. Iba a venir también el teniente de la Guardia Civil que comprueba que la cantidad de pólvora no supere los kilos permitidos pero se le ha complicado la mañana, también está su hijo y un compañero al que considera como de su carne, que han heredado su cometido supervisando el vallado y perimetraje de todos los eventos. Algo que parece sencillo pero que requiere de pericia y conocimientos, de los que presume con orgullo, «soy oficial de primera de cerrajería». Pero eso vendrá después.
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Al Algarrobo le encuentro cierto parecido al cantante de Motörhead, pero me ahorro el chiste. Y mejor, porque me cuenta que nació, como el niño Jesús, en un pesebre «porque mis padres eran feriantes y a mi madre le pilló el parto en Abenójar, a unos treinta kilómetros de Puertollano». Luego pasó su existencia por Madrid y también por Palma de Mallorca hasta que en el 74 vino a parar a Valencia donde tiempo después conoció a Amparo, una paternera nacida en las cuevas, con la que estuvo casado más de cuatro décadas hasta que un cáncer se la llevó. Gracias a ella comenzó a trabajar en Secopsa (que ahora es Fovasa), empresa que realiza muchos trabajos de mantenimiento de todo tipo en la ciudad. Al principio llevaba un camión pero «al poco tiempo el encargado me dijo que las manos que yo tenía trabajando el metal era un desperdicio que anduviera conduciendo», el Algarrobo es famoso por en su mundillo por eso, lo mismo abre o cierra una puerta, que diseña un enrejado que soporte las explosiones de una mascletà o te cambia, sin grúa y a pulso, el mástil en sobre el que ondea la senyera de las Torres de Serranos. Luego nos acercamos a la plaza y abre el coche para sacar el chaleco y el famoso casco grabado con su nombre. Lo lleva envuelto con mimo en una bolsa de tela roja fruncida en un extremo con un cordón, como si fuera una pieza única de un famoso museo. Confiesa que no tiene plan B ante un hipotético olvido «porque siempre lo llevo en el asiento de detrás» y que en alguna ocasión no ha podido evitar salir su vena gamberra y hacerse esperar más de la cuenta para cubrir con él su cabeza, «no veas como se pone la gente a silbar y yo pensando que todos están esperándome a mi y no lo saben».
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