Urgente Fallece el Papa Francisco

Un inesperado corresponsal me aconsejó por redes sociales deambular por Valencia siguiendo el alma de las Fallas mediante la práctica de una serie de ritos ... asociados al espíritu festivo que sólo distinguen a la capital del Turia. En una de sus recomendaciones coincidió con una compañera de redacción, quien me sugirió que desistiera de cruzar Valencia de barra en barra por sus bares conspicuos, puesto que la población autóctona se decanta por el hábito de disfrutar de sus refrigerios sentada en la mesa del bar de guardia. Una costumbre desconcertante para quien se haya educado en la cultura de la barra fija, pie en el estribo de latón, pero que (en efecto) se cumple con puntualidad ferroviaria: fui una mañana al Aquarium, llena de clientela su terraza y también repletos sus veladores interiores y nadie (en efecto, de nuevo) gozando del espectáculo de ver pasar la vida acodado como es norma en otras capitales de ese país llamado España. En la barra sólo me encontré con la servicial plantilla de camareros embutidos en su uniforme Montecarlo, esperando a que las Fallas entre en combustión.

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Nadie tampoco en la barra de El Kiosko de la plaza del doctor Collado aunque desbordantes de parroquianos sus mesas para cumplir el rito del almuerzo, bocadillo mediante. Nadie en la barra de Casa Victoria, coqueto local de la calle Calatrava, donde por el contrario se alza uno de los pocos bares del corazón de Valencia donde no te puedes sentar: el diminuto Oliví, de tamaño tan exiguo que exige una extraordinaria puntería para hacerte un sitio en su barra. La excepción valenciana.

Moraleja: toda una novedad eso de vivir las Fallas en los bares de confianza pero siempre sentado. Me pregunto qué será lo siguiente. ¿Pirotecnia silenciosa? ¿Fiestas sin mascarilla?

Continuará.

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