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Llantos, aplausos y muchas promesas por cumplir en el reencuentro de la 'Mareta' con su pueblo bajo un intenso calor valencia. Vaya usted a explicarle a un alemán, o a un francés, o a un madrileño o a un sevillano, lo que se vive cuando el sol golpea la corona de la Mare de Déu en el Traslado a su salida de la Basílica. Como en tantos otros aspectos de la idiosincrasia valenciana (y de cualquiera, en realidad), resulta complicado transmitir la emoción que supone el Traslado para quien no lo ha vivido. Cómo suben las voces hacia la bóveda de la Basílica cuando el Himne de la Coronació sale de cientos de gargantas poco antes de que la Mare de Déu salga a su plaza. Las lágrimas de los eixidors antes de abrirse paso hacia la talla. Los llantos de los niños que sobrevuelan un mar de manos en su camino al manto, en lo que año tras año supone casi un milagro. En fin, eso. Difícil de explicar.
Pero vamos a intentarlo. El Traslado es el nombre que recibe al camino que, a hombros de los Eixidors, hace la Mare de Déu desde la Basílica hasta la catedral tras la Misa d'Infants el día de la Virgen, el segundo domingo de mayo. Esa es la definición académica, por decirlo de alguna manera. La realidad es distinta. El Traslado se convierte, año tras año, en la mayor muestra de devoción y amor por la patrona de todos los valencianos. El uso de «todos» no es baladí: el cariño por la 'Mareta' va más allá de izquierda o derecha, incluso de si uno es fiel o ateo. Resulta difícil abstraerse de la emoción que transpiran las miles de personas que este domingo han acompañado a la Virgen en el Traslado.
Lo que se vive en la Basílica sorprende. Por las poesías, los himnos improvisados, los aplausos que resuenan en la bóveda. El murmullo de nervios, los «guapa» que surcan el templo cuando la talla empieza su camino. Los aplausos de quienes se quedan para aplaudir a la Mare de Déu que se queda dentro de pleno, porque esta madre nunca deja su casa vacante. Pero cuando la Virgen sale a la plaza, la devoción roza el paroxismo. Ya en la puerta se vive uno de esos pequeños milagros que se repiten año tras año y que ya son más éxitos organizativos que momentos en los que se roce la tragedia. Las puertas tiemblan ante el empuje de los fieles mientras desde el exterior de la plaza se ve salir a la Virgen de la oscuridad a la luz. No le espera toda la ciudad, pero la verdad es que lo parece.
El manto que ha llevado la imagen de la Virgen, en tonos rojos, es un regalo del grupo Portadors del Trasllat y que lo regalaron para el traslado del año 2020 pero que hasta ahora no ha podido ser estrenado. Los niños empiezan a pasar de mano en mano para tocar el manto mientras las campanas del Micalet resuenan, el sol brilla en lo alto y las Senyeras ondean, incluida una con las siglas del Grup d'Acció Valencianista. En cualquier ventana que da a la plaza de la Virgen la gente se asoma para ver a la 'Mareta'. Como nosotros tras la pandemia, tiembla pero no cae. A ella se han agarrado, durante meses, Carla y su familia, que lloran a lágrima viva en la puerta de la Basílica. «Mi padre ha superado el Covid y creemos que ha sido por ella, le pusimos una estampa suya en la camilla», cuenta Carla, todavía emocionada.
Llueven los pétalos desde el número 4 de la plaza de la Virgen, poco antes de llegar a la Casa Vestuario donde los representantes del Ayuntamiento se dejan las manos aplaudiendo. En el balcón están María José Catalá, portavoz municipal del PP; y Carlos Mazón, presidente del partido; Fernando Giner, portavoz municipal de Ciudadanos; Pepe Gosálbez, portavoz municipal de Ciudadanos, y varios de los concejales de las dos primeras formaciones. Por parte del Gobierno municipal, ante la ausencia del alcalde, Joan Ribó, y los dos vicealcaldes, Sergi Campillo y Sandra Gómez, está el concejal de Cultura Festiva, Carlos Galiana, junto a su marido (ambos muy emocionados) y el concejal de Turismo, Emiliano García. La Virgen enfila después la calle del Micalet para entrar por la puerta de los Hierros. Las obras habrán afeado alguna que otra foto, seguro, pero hay sentimientos tan fuertes que son inmunes a un poco de polvo.
La Mare de Déu ha salido de la Basílica a las 10.33 horas y ha entrado a la catedral por la puerta de los Hierros (de espaldas para no dejar de mirar a los fieles) bajo la lluvia de pétalos de rosa que ha caído desde el Micalet a las 10.49 horas, en un Traslado que ha durado apenas 16 minutos y que ha sido más corto que incluso el de 2019. Miles de personas abandonan los alrededores de la plaza de la Reina entre lágrimas y expresiones casi enamoradas («estaba preciosa», «tenia moltes ganes de vore-la»). Las campanas repican y en la catedral se dice misa. El año que viene, más. Y es que los valencianos saben que hay citas que son eternas.
El programa de actos no terminaba exactamente ahí. Una vez ha terminado el Traslado, ha comenzado, en el suelo de la plaza frente a la Basílica, la elaboración de una alfombra floral a cargo de 22 alfombristas de la villa gallega de Ponteareas que realizarán, así, un homenaje a la patrona de Valencia con motivo del comienzo del Año Jubilar. Su propósito: que la imagen de la Mare de Déu fuera la primera en pisar este manto, realizado con cinco mil flores y elementos vegetales, al paso de la procesión general vespertina.
Fue un día emocionante. La sensación chispeante que rodeó el Traslado se dejó notar en la ciudad incluso horas después porque muchos valencianos optaron por quedarse a comer por los alrededores. Y eso que la plaza no estaba tan engalanada como de normal, primero por el póster pagado por el Consistorio en ausencia del tapiz de flores y segundo por la falta del toldo que cubra la plaza, lo que se habría agradecido en una jornada como la de este domingo, con una temperatura superior a los 20 grados y bajo un sol de justicia. Poco importa el calor bajo el abrazo de la 'Mareta', pero los servicios de emergencia tuvieron que hacer frente a varias lipotimias y golpes de calor.
Era complicado explicarlo. Esperamos haberlo conseguido.
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