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ANA CORTÉs
Miércoles, 28 de agosto 2019
Los vítores y gritos de impaciencia retumbaban ayer a las once de la mañana junto a la iglesia de Buñol. El culpable del caos era el primer camión de la Tomatina, que aparecía con rigurosa puntualidad. Los 22.000 asistentes iniciaron entonces la tradicional batalla campal y en tan sólo una hora se lanzaron los 145.000 kilos de tomate. El protagonista del día fue transportado en siete camiones que se abrían paso entre la muchedumbre como podían. Nadie se libraba de un buen golpe y aguantar limpio en el epicentro de la fiesta duraba unos segundos. Gafas de buceo, chubasqueros y zapatos acuáticos son las armas clásicas para protegerse. Sin embargo, los vecinos de Buñol y otros curtidos en esta particular guerra se disfrazaban de personajes icónicos, vestían trajes de gala o neoprenos.
Precisamente, la novedad son ellos, los locales. Tras años de masificación e internacionalización de la fiesta, los vecinos han retomado su emblema. Según datos oficiales, han acudido ocho mil buñoleros, es decir, más de un tercio del público. Jimena, de 12 años, espera la celebración durante todo el verano. Su madre, Eva, no recuerda cuándo fue la primera vez que asistió, pero lo vive desde pequeña como una tradición familiar, donde asistir «es un placer y una obligación».
La Tomatina nació hace 74 años y son muchas las historias que corren entorno a su primera vez. «Surgió durante las fiestas de Gigantes y Cabezones de la época. Unos niños jugaban a tirarse trapos cuando pasó un tractor repleto de tomates. Comenzaron a lanzarlos y lo repitieron hasta que se convirtió en una costumbre», asegura una residente, Jezabel.
Las calles de San Luis, el Cid, la plaza Layana y la del Pueblo son la ruta de esta batalla que, según los participantes, «libera, descarga tensiones y funciona como la mejor terapia». Muchos son los adeptos que llegan a la Comunitat para disfrutar de esta «cura». Es el caso de Olivia. La australiana viajó a España con este fin, aunque ahora continuará su recorrido por otras capitales nacionales.
Mariano, uno de los buñoleros más conocidos, no falta a una Tomatina desde hace 62 años. Para la ocasión, se viste con elegante traje de chaqueta blanco y corbata roja. «Empecé a hacerlo hace veinte años, ¿por qué no?», se pregunta este hombre de 69. Participó en una parte de la ruta donde la batalla es más cruenta, entre el ayuntamiento, en la plaza Ramón y Cajal, y la iglesia del pueblo, en la vía el Cid.
La Tomatina se ha consolidado como la fiesta más internacional de la región. Japoneses o ingleses suelen ser las nacionalidades más populares. Asimismo, la organización señala que ha habido un aumento importante de visitantes de Europa del Este y de India.
«Miedo, emoción y ganas» eran las palabras que utilizaba Steven para describir los instantes previos a la batalla. Durante ella, estaba ocupado lanzando con rapidez todos los frutos que alcanzaba. Después, en el río de la Jarra, se limpiaba exhausto los restos que había dejado el famoso evento. Iba acompañado de su esposa y otras veinte personas. Todos ellos venían expresamente desde Inglaterra a la provincia de Valencia para jugar como niños en Buñol.
22.000 asistentes.
La fiesta vuelve al pueblo. Un tercio de ellos eran vecinos, unos ocho mil.
145 toneladas de tomates.
En siete camiones. Todos los frutos cargados se lanzaron en una hora.
400 efectivos de seguridad.
Una día sin sobresaltos. Agentes de diversos cuerpos garantizaron la protección del evento multitudinario.
74 años.
Casi una centuria. Ya preparan las sorpresas del próximo 75 aniversario.
Los internacionales llegan a la localidad valenciana atraídos gracias a la publicidad online. Muchos coinciden en que el festejo es muy famoso en sus países de origen y que suele ser retrasmitido por la televisión. De hecho, el despliegue mediático internacional reunía a periodistas rusos, sudamericanos, japoneses o francófonos. El Ayuntamiento de Buñol reconoce que las ventas se han reducido, pero que no lo han hecho las de los paquetes turísticos a extranjeros.
En la calle principal, por la que pasaban todos los camiones, no cabía un alfiler y los tomates alcanzaban alturas de unos 50 metros. Algunos se colaban en el consistorio y en las casas colindantes. Al mediodía, la carcasa que ponía punto final a la fiesta estalló en el cielo. A partir de este momento, está prohibido supuestamente continuar con el lanzamiento de tomates. No obstante, la diversión no acaba ahí. Los asistentes se revolcaban por el suelo y nadaban, literalmente, entre un espeso jugo de unos quince centímetros de profundidad. A esas horas, ya no quedaba nadie sin ensuciar, pero quien conservaba cierto aseo era el blanco de los tiros.
Los vecinos no saben cómo explicar el encanto de su fiesta o su expansión internacional, pero coinciden en «está volviendo a ellos». Ha sido objetivo principal del Ayuntamiento de Buñol, que ha incrementado la inversión en seguridad «para regularizar la fiesta y fomentar la participación de los habitantes», explica Juncal Carrasco. Los carteles que cuelgan en las calles principales llaman al respeto y a disfrutar de la fiesta sin incidentes. Se han retomado los puntos violeta del año anterior, un grupo de efectivos que resuelven conflictos ligados a las agresiones sexuales o al acoso. Al colectivo se sumaron 400 agentes de Protección Civil, Policía Local, seguridad privada y Guardia Civil.
Con la resaca del éxito aún latente, el Consistorio ya está planeando las sorpresas de la próxima Tomatina y dará un empuje a su candidatura para convertirse en Patrimonio de la Humanidad.
¿Estuvo Jeff Bezos en la tomatina?
Visita envuelta en misterio. No sólo tomates hubo ayer en Buñol. Fuentes de la organización de la Tomatina situaron ayer allí al fundador de Amazon, Jeff Bezos. Las mismas apuntaron que asistió a la fiesta desde un edificio privilegiado en la plaza del Pueblo. Aunque el propietario del inmueble conocido como el Litro, el Centro Instructivo Musical la Armónica de Buñol, no confirmó su presencia en Buñol, según las citadas fuentes su estancia y la de sus acompañantes, varios directivos de Google, fue todo un secreto. Añadieron que llegaron escoltados por la Guardia Civil. Horas antes, los rumores plantearon que el asistente a la fiesta era el fundador de Facebook. Las fuentes consultadas también aseguran que el alquiler del edificio supuso una cuantiosa suma. Bezos ha estado en Baleares en agosto.
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