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La insoportable levedad del estar
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Anoche la lluvia de estrellas, las Perseidas o lágrimas de San Lorenzo, dejó un halo de deseos venideros. Anoche la fe hacia lo efímero y deseado abrió el sendero incierto de la esperanza. Hoy este trocito de papel escrito se dibuja en un cuadro de ... deseos, de esperanzas y anhelos. El deseo de un sector más feliz, la esperanza de un oficio, este de servir, que siga creciendo en valores y metas, y el anhelo de una puesta en valor y reconocimiento a quienes nos dedicamos a este noble arte de dar de comer y dar de beber.
Decía Milan Kundera en su gran novela «La insoportable levedad del Ser»: «El hombre nunca puede saber que debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. ¿Pero qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma?». En este evento que es la vida, durante este tiempo estival de gran trabajo en nuestro sector, el estar se hace un poquito más difícil. Hace unos días un buen amigo y mejor profesional andaba con los ánimos bajitos y me contaba lo duro y complicado que se le hacía el sonreír a diario, lo que me ha llevado a compartir con todos vosotros esta reflexión del cómo poder repartir felicidad cuando el trabajo es agotador y poco gratificante.
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Quienes nos dedicamos a dar felicidad, a crear ratitos de asueto agradables o quienes trabajamos con la sonrisa por bandera, intentamos a diario dejar a un lado los problemas personales para no trasladarlos a nuestros clientes o comensales. Esta tarea que parece tan sencilla, en tiempos en los que el trabajo supera todo, es mucho más ardua. Ahora cuando hablamos de la necesaria comprensión de la salud mental y de su cuidado, se nos olvida que quien nos sirve está sometido a presiones tan duras como el calor, la exigencia del cliente, las más o menos mejores condiciones laborales, el estrés del trabajo intenso concentrado en pocas horas o la poca gratitud demostrada por el cliente. Está claro que cada uno elegimos dónde trabajar y quejarse sería lo fácil, mi mensaje y mi anhelo como os contaba es otro, es una petición. Mi petición es sencilla, solo que empaticéis con quien os sirve. Pongámonos en su piel, entandamos su cansancio, respetemos su trabajo, valorémoslo, quien nos sirve lo hace desde el corazón y todo lo que el corazón abarca genera sonrisa y sentimientos. Sintamos y empaticemos, por favor.
No soy mucho de pedir, pero hoy realmente creo que debo hacerlo, si queremos un sector mejor debemos pedir que nos respeten, que nos valoren y que nos quieran. Yo en mis clases suelo empezar contando que lo que todos queremos en la vida es que nos quieran. El cliente quiere ser querido, entender esto tan sencillo nos hace mejores. Pero también, que nos quieran a nosotras y nosotros. Y vuelvo a Kundera: «Quien busque el infinito que cierre los ojos.»
Reflexionemos.
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