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Un Aplec para remojar los prejuicios

La puesta en valor del arroz es un deber para los valencianos, esta vez ante 25 grandes chefs de toda España. También una oportunidad para sacudirse el puritanismo e invitar a que todos participen en el juego

Jueves, 23 de junio 2022, 16:53

Aplec es germanor. Apretujarse en la albuferenca para surcar el lago, donde hay muchos horizontes, pero pocos puertos, y cantar al unísono cuando se alcanza el embarcadero. Es no ceder ante la humedad de la marjal, donde el sol hiende la herida. Arremangarse ... el pantalón de rayas, que no el saragüell; apretar la faixa, para contener la cintura; y explicar al compañero cómo anudarse las espardenyes, también conocidas como albarcas. Hay que hacerlo antes de enfangarse en campos inundados. Porque la Albufera es un entorno natural con cualidades excepcionales para el cultivo del arroz, pero se precisa la mano del hombre en la plantà, que nada tiene que ver con la falla. Separar el esqueje de la mata, sumergir los brazos en el agua y doblar la espalda para enterrar la plántula al fondo, caminando hacia atrás para no pisar lo sembrado.

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Una lección que aprendieron con disciplina Albert Adrià (Engima) o Andoni Luis Aduriz (Mugaritz), Jesús Sánchez (Cenador de Amós) o Francis Paniego (El Portal de Echaurren), Oriol Castro (Disfrutar) o Ramón Freixa (Ramón Freixa Madrid), y así hasta 25 grandes chefs, dispuestos a quitarse la chaquetilla y meterse en la piel del llauro. Porque el agricultor es también el espécimen que más protege este hábitat: 21.120 hectáreas de naturaleza, a tan solo 10 kilómetros de València, apenas conocidas en el resto de España. El Aplec, impulsado por la DO Arròs de València y Turisme Comunitat Valenciana, que ha tenido lugar desde el domingo hasta el martes pasado, aspira a quebrar las barreras. Es una apuesta por la experiencia inmersiva. Un relato genuino de la vida en L’Albufera.

Es que no puede ser que Albert Adrià hubiese visitado arrozales en China e Indonesia, pero no en Valencia. «Ha sido mágico y nos ha permitido darnos cuenta de la dureza y la complejidad de un trabajo que representa la identidad de todo un pueblo», afirmaba el chef gallego Pepe Solla. «Es la inmersión en el pasado, el punto de vista del productor», constataba Aduriz. Paniego concluía que nunca más iba a pelear el precio del arroz -que recientemente ha aumentado alrededor de 1 euro en el mercado: «Las cosas valen lo que valen, y baratas me están pareciendo». Venía a redondear la idea el restaurador Ricardo Sanz: «Apreciar, agradecer y disfrutar». Pues claro, y no solo de Comunitat para adentro: es evidente que hace falta discurso de territorio en muchas otras direcciones.

La paella, ¿última frontera?

Aplec también es folclore. Celebrar el esfuerzo con el esmorzaret, donde no faltarán los cacaos, y sacar a pasear la retranca, porque el piropo siempre apacigua la pulla. El canto de albaes. Una reunión cultural, con vocación reivindicativa, durante la que los territorios que comparten lengua se enorgullecen de su propia idiosincrasia, empezando por el legado de la huerta y terminando por la riqueza de la alacena. La gastronomía popular siempre sirvió de hogar a la alta cocina. El sudor salpica el fuego mientras los chefs avivan la leña, pero nada quema si hay tragos juntos a los amigos, y nada importa cuando se compite -de boquilla- por lograr la mejor paella, suponiendo que haya un punto del arroz que otorgue la victoria. En el debate hay tantas opiniones como personas que concurren.

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En este caso, tres ponentes. Los chefs anfitriones Ricard Camarena, Quique Dacosta y Begoña Rodrigo. Moderados por Cuchita Lluch, quien todo lo eleva. «El arroz es una forma de entender la vida, que representa sentimiento, vertebración y reflexión», daba inicio Dacosta. Confesaba Rodrigo que ella misma no se había atrevido a preparar una paella valenciana hasta hace pocos meses, por mera autoexigencia con el resultado. «Y precisamente por eso hay que perderle el miedo», apostillaba Ricard, quien se llevaba el arroz a la cotidianidad y el domingo en familia: «Si no ha crecido más es precisamente por tanta ortodoxia». Quique invitó a la alta cocina a reinterpretar las recetas clásicas desde su propia cultura: con centollo o con caza, al estilo de Extramedura o de Murcia, llevándoselas a la riqueza de sus territorios. Sin remilgos.

Y es que el arroz, como casi todo en la gastronomía, es en realidad un símbolo. Un plato identitario que sirve como excusa para hablar de belleza, literatura, historia y cultura de la Comunitat. Al son de la música de la dolçaina y el tambor de la muixeranga, disfrutando de la teatralización de la vida de Blasco Ibáñez o adentrándose en las tripas del molino, donde se procede a la molienda. La valenciana no debería quedarse en una sola receta -la paella valenciana- ni en un solo producto. Este Aplec del arroz debe ser el acicate de todo el recetario, donde hay guisos como el all i pebre de anguila, masas como la coca de dacsa, pistos como la titaina y postres como el arnadí de calabaza. Debería ser un ensayo en pos de la heterodoxia, que también favorece la tradición: no se trata de estancarnos en lo que fuimos, sino en crecer a partir de la raíz.

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Como ese labrador que planta, siempre hacia atrás, sin pisar el futuro que viene.

La gran despensa

«Nos ha costado 1.200 años disfrutar de este paisaje, que no pasen otros 1.200 para conservarlo», brindaba Santos Ruiz, presidente de la DO, mientras todos los invitados del Aplec abrían los ojos al atardecer. El primer día, todos ellos disfrutaron de un paseo en barca desde la Gola del Pujol, para terminar cenando en una barraca tradicional. Durante la segunda jornada, no solo se les enseñó el trabajo de la plantà, sino que compitieron en la elaboración de paellas, guiados por agricultores de la zona- ¿por quién si no?-. Ya el martes, visitaron el Museo del Arroz. Una aproximación sin precedentes a la riqueza de la Albufera, que está protegida por la importancia de su flora -carrizos, juncos, eneas- y de su fauna -ánades reales, patos, garzas-, además de constituir una inmensa despensa para la gastronomía. Esta zona aglutina el 90% de las plantaciones de la DO Arròs de València y, anualmente, ofrece cosechas en dirección a toda España. La siega de 2022 llegará con retraso, quizá para octubre, porque las lluvias de primavera obligaron a roturar de nuevo.

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