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El Descubridor
Jueves, 26 de octubre 2023, 19:46
Dicen que Valencia no es ciudad para bares. Que se estila más un tipo de local en el ámbito hostelero distinto al modelo implantado en ... Madrid o el norte de España. Que el bar estilo tasca o taberna que triunfa por esos pagos no termina de implantarse entre nosotros, pero si semejante sospecha fuera cierta, también es verdad que haberlos, haylos. Que también por las calles de Valencia puede tropezar la clientela potencial con un bar del formato antedicho, un bar por ejemplo como Bodega Oliví, que desde la calle Calatrava, corazón de nuestro centro histórico, defiende una manera de entender el negocio admirable. Un bar de contenido tamaño, jugosa oferta de tragos y bocados, encantador ambiente y ese algo, ese intangible, que nos cuesta definir pero que identificamos a la perfección en cuanto lo tenemos delante: una atmósfera distinta. Un bar para estar mejor que en casa.
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Oliví nació en 2015, nos cuenta Raquel, la dama que pilota este bar en compañía de su socio, Ezequiel. Anteriormente era El Celler de Peamflo y antes de eso era la antigua paquetería Casa Montaba, avisa para informar a los valencianos del ala senior. En sus palabras late esa intención mencionada en el primer párrafo: dotar a su proyecto de un ambiente que recree ese tipo de universo tan grato, tan propio además de Valencia: rescatar el concepto de las antiguas bodegas de barrio, «donde podías consumir el producto en el lugar o bien, llevártelo a casa», relata Raquel. En su cabeza palpitaba convertir el Oliví en un bar distinto a la competencia, a partir de una serie de rasgos diferenciales muy evidentes: por ejemplo, una encantadora decoración vintage y castiza, las estanterías donde se alinean colecciones de botellas de gaseosa y referencias al comercio tradicional valenciano. Una divertida memorabilia rica en objetos, diseminados la mayoría por la hermosa vitrina, y presidiendo las paredes para añadir un toque personal, como ese luminoso donde brilla el rótulo de 'Géneros de punto Federico Martí' o los espejos de generoso tamaño o la marquetería fetén de las paredes: una estética camp que congenia con otros detalles decorativos, como el suelo hidráulico del baño, revestido de una preciosa cerámica.
Pero el meollo de Oliví no figura en este tipo de elementos, salvada sea su importancia para la fisonomía del bar. El corazón del negocio habita en una amplia y diversa bodega, sustanciada en más de 300 referencias de vino, cava, vermuts o aceites. «De ahí viene el nombre Oliví, oli aceite y ví vino, en valenciano», aclara Raquel. Conservas, galletas y chocolates se alían para componer una oferta acogida con una sobresaliente respuesta, un éxito que ha convertido al Oliví en una querida referencia ciudadana, como se observa en los llenos que registra a cualquier hora del día: es muchas veces casi imposible hacerse con un hueco en su barra aunque aquí funciona bastante bien la vieja frase de tantos bares, según la cual al fondo hay sitio. «Poco a poco», informa Raquel, «la gente se iba decantando en consumir los productos en local, pero sigue teniendo la opción de consumir la botella de vino en Oliví o llevártela a casa».
Porque ahí, en ese mundo líquido de vinos y vermús, reside principalmente su encanto, su factor distintivo. «Es un lugar de barra en la que tomarte una copa sin necesidad de sentarte en mesa con la obligación de comer», recalca su propietaria, consciente de que «en Valencia no hay muchos lugares con barras útiles y cómodas, que es algo que también buscábamos: un lugar de paso para seguir la ruta o puedes tomarte tu tiempo y perder la noción del tiempo, hasta que te digan que es la hora de cerrar». Una propuesta que dispone del favor de su parroquia casi desde el primer día, con especial predilección por la hora del aperitivo o el atardecer. Nuestra clientela es, pese a estar en una zona muy turística, principalmente gente del barrio, aunque también tenemos gente que se desplaza desde otras zonas de Valencia sólo para acudir a Oliví«, advierte. Y añade: »Los turistas son un plus, pero no potenciamos que sean los únicos clientes: muchos vienen a tomar una copa y luego vuelven varios días después durante su estancia en Valencia e incluso pasado los años cuando regresan a Valencia«.
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Raquel gobierna el bar por cierto con extremada profesional. Una modélica manera de honrar a su oficio donde tal vez se oculte también la clave del fervor que le reservan sus clientes. «Mi intención siempre ha sido que quién nos visite tenga ganas de volver», advierte. «Es un proyecto tan personal que realmente es como si te abriera las puertas de mi casa, donde la atención al cliente sea ese punto que, aparte del local, el ambiente y el producto, le haga volver». Una intención a la cual ayuda bastante ese carácter propio, esa identidad tan acusada. «Desde el primer momento decidimos cuidar los detalles, mantener la esencia de las bodegas antiguas como decía: ese es el primer reclamo de Oliví», señala Raquel. «Luego viene también tener un buen producto, tapas frías como conservas, salazones, embutidos o un buen queso sin apenas elaboración ni florituras, como las bodegas de antes», agrega. «Un buen producto no necesita más», opina, aunque Oliví sí que aporta ese algo más: «Crear un buen ambiente también es un reclamo: música de fondo, buena música, iluminación y decoración». Los atributos que anidan en el corazón de un bar de los de antes. Un bar de los de siempre.
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