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BBernd Knöller siempre dice que un buen marinero no se hace en aguas tranquilas. Necesita temporales, olas inmensas y vientos huracanados para lograr pericia al timón. Begoña Rodrigo bien podría ser capitana de un petrolero o de uno de esos inmensos barcos ... que cargan miles de contenedores. A sus 46 años, y a pocos días de 47, ya pocas cosas asustan a esta cocinera de Xirivella, que le tocó madurar demasiado pronto y a quien la cocina le llegó muy tarde, pero a la cual se agarró con fuerza hasta convertirla en su profesión y, sobre todo, su pasión.
Begoña es una mujer de raíces y valores. Los mismos que le inculcaron sus abuelos en Sot de Chera cuando ella pasaba allí todo el verano con sus hermanos mientras sus padres trabajaban. Un Seat 127 y tres horas por delante de pura aventura eran sólo el preludio de lo iba a deparar la época estival. Tres meses en los que sólo se acordaba de volver a casa para alimentarse.
Pero pronto se pondría cuesta arriba la vida. Una grave enfermedad de su hermano le obligó a ponerse al frente con sólo 14 años de la expendeduría de pan que regentaba su madre. La otra piedra, y bien grande, que se encontró en el camino fue la de una padre maltratador que gritaba y golpeaba hasta que se marchó de casa. Estudios y trabajo se convirtieron en lo cotidiano. Poca diversión. No sabía ni lo que es hacer botellón. De un saltó pasó esa etapa de su juventud. Y en medio de toda esa vorágine, se convierte en empresaria de dos locales más de pan en las que llega a tener seis empleados. Más trabajo en su vida.
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Pero un día decide irse de vacaciones, una palabra que sólo conocía de niña. Cogió un avión y se plantó en Amsterdam. Acostumbrada a vivir en un pueblo controlada por todos, lo que encontró allí fue algo que la estremeció: libertad. Vio que, además del trabajo, había todo un mundo. Regresó a casa extasiada. Tanto, que dejó la carrera de Industriales, malvendió los dos establecimientos y se marchó de nuevo a Holanda, pero está vez con la maleta llena. Sin saber holandés o inglés, sólo encontró trabajo limpiando habitaciones, aunque pronto metería la cabeza en cocina. No fue fácil, porque tuvo que falsear el currículum, ya que su bagaje culinario era muy pobre. Es más, de pequeña era una pésima comedora: la empresa Danone catapultó sus beneficios gracias a Begoña, pues sólo se alimentaba de yogures.
Comenzó preparando los desayunos en el hotel Marriot, pero por las tardes se dejaba caer por el restaurante gastronómico para curiosear. Nick Reader, el que fuera jefe de cocina durante 17 años de Michel Roux, vio en ella una pasión que no habitaba en el resto de empleados, así que se convirtió en su mentor y le enseñó las bases de la cocina. Como en Holanda las horas extras se pagan con días libres, Begoña acumulaba meses de vacaciones que gastaba viajando por todo el mundo y empapándose de nuevas gastronomías. Tras ocho años en Amsterdam, se marcha a Londres a cocinar en el restaurante de un club privado donde se cobraba hasta por respirar.
Pero tocaba regresar a Valencia, y lo hizo de la mano de un holandés de apellido impronunciable: Jorne Buurmeijer, aunque todos, ella incluida, comenzó a llamarle 'guiri'. Y es precisamente aquí donde nace La Salita. Solicitó algo de dinero al banco, no mucho para no deber si la cosa se torcía, y empezó como un bar de tapas. Los primeros meses, Begoña y Jorne no hacían otra cosa que mirarse las caras, ya que las mesas estaban vacías. Decidieron cambiar y apostar entonces sólo por un menú degustación, algo pionero en ese momento. La cosa cuajó y poco a poco el comedor se fue llenando de comensales que fueron mostrándole una fidelidad inquebrantable.
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Y en medio de esta progresión, Rodrigo decide presentarse a Top Chef en 2013. Con una clientela fiel, el riesgo era grande, pero ella quería gritar a toda España que en Valencia había un restaurante en el que se cocinaba bien. Al final, contra todo pronóstico, aunque ella no sólo se presentaba por participar, logra alzarse con el primer premio, que mitigaba en parte las críticas recibidas por un programa que acabó convirtiéndose en un reality show. Pero si algo se llevó Begoña, además de dinero en metálico, fue la posibilidad de interactuar con cocineros de primer nivel, un mundo hasta ahora desconocido para ella. Después vendrían otros programas de televisión por los que fue duramente criticada, pero que ella contestó a través de las redes sociales: «A todos los que me dan lecciones de dignidad por aparecer en Telecinco me ofrezco para pasarles mis cuentas para que paguen las facturas», indicó Rodrigo.
Y es que así es Begoña, una cocinera sin dobleces. La quieres o la odias, no hay término medio. Su lengua carece de aditivos y no tiene filtros para decir lo que piensa. Bien es cierto que con los años ha moderado un poco su carácter, pero no su personalidad. Y poco importa quien se plante delante de ella: crítico gastronómico, político o cliente maleducado. Todos ellos recibirán una buena ración de 'La Rodrigo'.
Su cocina ha ido evolucionando conforme lo ha hecho ella. Primero fue muy viajera, después extremadamente barroca, donde se reflejaban sus inseguridades y en los que se veía platos llenos de muchos ingredientes, hasta llegar a la actual. Ahora ha eliminado todos los elementos que sobraban hasta quedarse con la esencia. Su aprendizaje culinario no se ha cocinado en una escuela de hostelería, sino en libros y revistas gastronómicas y en la fortuna que se ha dejado visitando restaurantes. De todos ha cogido un poco para ir conformando menús hasta que ha llegado a tener, dos décadas después, una cocina que la identifica. Siempre se ríe de los jóvenes cocineros que a los dos años ya aseguran tener su propia cocina, cuando sólo el tiempo y el trabajo es el que dicta esta sentencia. Ahora los platos de Begoña tienen su sello personal y transmiten todo lo que lleva dentro, que no es otra cosa que felicidad sin olvidar lo más importante, el sabor y las raíces.
Pero llegar aquí no ha sido fácil. No era extraño encontrarse a Begoña sola a las tres de la madrugada con las ollas echando humo. Cuando eso pasaba se sabía que había un evento a la vista y tenía que dejar todas las elaboraciones hechas. Se sentía sola y no había encontrado algo fundamental en una cocina: el equipo. Le costaba un mundo delegar. Ahora, con la vista puesta atrás, se vanagloria de haber conseguido un grupo increíble y bien engrasado y no duda en afirmar que es lo mejor que ha hecho en los últimos 14 años. Se trata de jóvenes que le transmiten actitud, ya que ella es consciente de que las habilidades en la cocina se pueden trabajar, pero no la constancia y el esfuerzo. Precisamente, con este equipo fue con quien gritó y saltó de alegría una noche de noviembre de 2019 cuando consiguió una estrella Michelin que tantos años le había sido esquiva.
La pandemia también supuso un punto de inflexión en la vida de Begoña. O más bien de reflexión. La cocinera se adaptó a las circunstancias y transformó la Salita en un restaurante de comida para llevar. Cuando las medidas se fueron relajando y las puertas de los establecimientos hosteleros abriendo, Rodrigo se dio cuenta de que la conciliación familiar suya y la de sus empleados tenía que cambiar. Ahí su hijo Mik tuvo mucho peso a la hora de posicionarse. Así pues, decidió cerrar los fines de semana su restaurante emblema y abrir l'Hort al Nu con personal que no había trabajado de lunes a viernes capitaneados por Chabe Soler, que se incorporó al equipo.
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Y todo ello en un marco incomparable que Begoña ni siquiera soñó. Cuando aterrizó en Valencia procedente de Londres, sus ojos se fijaron en un edificio del siglo XVIII enclavado en el corazón de Ruzafa. Se quedó maravillada, pero su imaginación todavía no volaba lo suficiente. Ahora, décadas después, La Salita, su casa, su vida, forman parte de este inmueble. Y es allí donde se obra la magia, la misma que llena de cromatismo todos y cada uno de sus platos como si quisiera gritar que el negro, ese color que inundaba su ropa cuando de joven se rebelaba contra el mundo, ya no va con ella. Que esa adolescencia robada a base de gritos y palizas es parte de un pasado del que ya no quiere ni hablar.
Su vida ahora transita entre la cocina y su hijo. Y cuando saca tiempo para ella siempre la encontrarás rodeada de amigos en torno a una mesa o en las profundidades del mar con una bombona de oxígeno a su espalda. Porque allí abajo todo es calma. Nadie pregunta. Nadie juzga. Todo es belleza. Como su cocina. Ahora ya, libre.
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