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El horno de San Nicolás, considerado el más antiguo de Valencia, cerrará sus puertas este martes. A las siete de la tarde el propietario del negocio, Ramón Chirillach, bajará la persiana para siempre, y ha aludido a la fuerte inversión que habría que hacer en el edificio para poder adecuarse a la normativa. «Vienen los inspectores, me dicen que hay que acometer reformas pero yo ya no puedo más, me veo abrumado», explica Ramón, que ha dedicado toda su vida a ser panadero desde que comenzó de pequeño en el negocio familiar y cogió las riendas del que se convertirá en el último local que regente, el del Horno de San Nicolás, del que hay testimonio, según sus propias palabras, incluso desde el siglo XVIII. «Me hacía ilusión en aquel momento que tuviera tanta historia detrás», argumenta el propietario para explicar cuál fue su motivación a la hora de quedarse el local, en el que da empleo a seis personas para las que hoy es su último día de trabajo.
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Ramón se mostraba realmente apesadumbrado por tener que llegar a una situación en la que no ha visto salida viable, y siente la responsabilidad de ser él quien cierre un negocio con tanta historia detrás. «Ojalá pueda venir alguien que pueda hacerse cargo de las reformas necesarias y el horno de San Nicolás vuelva a abrir», desea el panadero, que en todos estos años ha ido diversificando su oferta, y no sólo vendía pan y bollería, «todo artesanal», también pastelería tradicional. «La última capuchina se fue a Barcelona», asegura, y la voz se le ilumina. A sus setenta años está cansado. «Ya no puedo más», llega a decir durante la conversación, no por el día a día al frente del horno, sino por todas las exigencias que le ha ido reclamando la administración y que no se ve con fuerzas de afrontar. «La inversión no compensa».
Sobre el local, en la fachada del edificio una cerámica recuerda que el horno de San Nicolás funciona desde 1802, aunque Ramón contaba que hay referencias a él incluso anteriores a esa fecha. El horno está ubicado entre plazoletas a espaldas de la plaza de San Nicolás, mucho más conocida desde la restauración de la iglesia. Sin embargo, no eran los turistas su clientela más asidua, sino que tenía una comunidad fiel de vecinos que ahora tendrán que buscar otro lugar donde comprar el pan. «Hemos pasado momentos duros, como la pandemia, pero finalmente ha sido por cuestiones que no tenían que ver con el trabajo el motivo del cierre», explica Ramón, que a su edad le hubiera gustado jubilarse en circunstancias diferentes.
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