Corriendo entre frutales: a qué saben las naranjas mientras haces deporte
huevos estrellados ·
Santi Hernández, aficionado al 'running' y experto gastronómo, reflexiona en este artículo sobre el presente y el futuro de los cultivos valencianos más emblemáticos
Una de las ventajas del running es que te permite llevar una alimentación variada, en la que con moderación puedes comer de todo y esto a medida que nos vamos haciendo mayores es un lujo. Pues bien, todas las semanas salimos a correr varias veces y para ello nos desplazamos por los alrededores de donde vivimos. Afortunadamente vivimos rodeados de un término municipal formado principalmente de huerta y naranjos. Somos unos privilegiados aquellos que en tan solo cinco minutos andando salimos de la población y nos adentramos en carreteras secundarias, caminos, sendas o barrancos y así descongestionarnos del día a día.
Durante estos años he podido observar la transformación del medio en el que vivo y es un tanto preocupante observar que cada vez más los campos se abandonan o se transforman buscando un futuro mejor que muchas veces te llevan a un callejón sin salida. Empezamos trotando a un ritmo lento y veo campos de naranjos abandonados por que ya no son rentables. Muchos agricultores han optado por una transformación a otro tipo de cultivo como el caqui, el kiwi o la granada. Estas son algunas de las alternativas que puedo ver mientras vamos consumiendo kilómetros. Pero lamentablemente la producción de las diferentes frutas tiene su demanda y ya observamos campos con los caquis o las granadas en el árbol. El mercado está saturado y no les da un precio rentable, por lo que en muchas ocasiones no le merece la pena al agricultor recoger la fruta del árbol.
Mientras saltamos de un término municipal a otro por carreteras rurales veo extensiones de cultivo dedicadas a la huerta. Es bonito ver cómo lucen miles de lechugas rizadas verdes y moradas milimétricamente alineadas gracias a la tecnología que aplican hoy en día con el láser la maquinaria agrícola. Y es que para que resulte medianamente rentable el agricultor tiene que disponer de grandes extensiones de anegadas. Por este motivo, muchos pequeños agricultores optan por alquilar sus tierras a un precio simbólico a cambio del mantenimiento de estas y evitar así el abandono de sus tierras.
Corremos y corremos y junto a los campos veo alguna motocicleta, furgoneta y algún tractor. La agricultura del minifundista se ha convertido en una afición para nostálgicos que se resisten a abandonar sus tierras. Esos hombres de avanzada edad con una expresión curtida que acuden a sus tierras todos los días que se pueden escapar. Tierras que en su día fueron rentables. Esos hombres que para minimizar gastos doblan su espalda junto a su azada, que podan sus árboles con la ayuda de un serrucho, y abonan sus campos esparciendo el abono con la ayuda de un capazo. Hombres que cargan sus espaldas con una mochila para limpiar de plagas sus naranjos. Estos hombres son los agricultores de toda la vida. Los que luchan por no perder sus señas de identidad aunque ya no resulte rentable.
Mientras hacemos una parada técnica para beber y recuperar fuerzas junto a mis compañeros veo campos parcelados en pequeñas propiedades para alquilar. Son mini huertos que ofrecen una alternativa a la gente que no dispone de tierras o que vive en la ciudad y quiere cultivar sus propias verduras y hortalizas. Es una fantástica propuesta que ayuda al agricultor a rentabilizar sus tierras y además fomenta el consumo de verduras y hortalizas de forma tradicional. Alcachofas, berenjenas, calabacines, habas y un sinfín de posibilidades.
Arrancamos de nuevo para seguir con nuestros últimos cinco kilómetros. Después de una parada siempre cuesta arrancar y las piernas ya empiezan a acusar el cansancio. De camino a casa vemos alguna cuadrilla de recolectores de naranjas. El cabo está en el margen del campo ordenando y preparando los cajones para cargarlos después en el remolque del tractor o camión. Algunas de estas naranjas irán a las cooperativas, otras a empresas privadas. Los jornaleros se adentran en el campo con sus alicates y su capazo y poco a poco se van llenando los cajones.
Recuerdo que cuando era más joven en casa siempre había naranjas. Era una fruta que nunca la compramos. Siempre directamente del campo a casa, pero cada vez me resulta cada vez más difícil conseguirlas. Menos mal que siempre hay buenos amigos que tienen unos cuantos naranjos para consumo propio y de vez en cuando me traen a casa varios kilos de naranjas. Uno de ellos es Ángel Raúl Fort Marí, buen amigo y gerente de la empresa Morales Júcar. Una empresa ubicada en Corbera (Valencia) que trabaja la naranja desde mediados del siglo XX. Ángel Raúl me cuenta la situación delicada que atraviesa la campaña actual, siendo la del presente año quizás una de las más graves que estamos viviendo. El precio de la naranja está tocando mínimos históricos, lo que ocasiona que el agricultor no cubra ni los costes de producción. Durante nuestra conversación probamos diferentes tipos de mandarinas, analizamos las diferentes causas de la complejidad del asunto y me explica los diferentes tipos de naranjas que podemos encontrar en el mercado actual.
Diferenciamos entre naranjas y mandarinas, aunque me comenta que dentro de cada tipo existen muchas variedades. Las naranjas las podemos diferencias a su vez en dos tipos. Las naranjas de mesa y naranjas para zumo (no son tan dulces). Naranjas de mesa como por ejemplo la navelina, la navel lane late o la navel powell y por otro lado podemos encontrar naranjas para zumo como la Valencia late y la salustiana.
Por otro lado, me explica los diferentes tipos de mandarinas que podemos encontrar. Diferenciamos entre la satsuma, la clementina y la mandarina. Dentro de cada tipo existen muchas variedades. Satsumas como la okitsu, la iwasaki o a la clausellina. Clementinas como la hernandina, la oronules o la arrufatina. Y mandarinas como las clemenvilla, la nadorcott (Marruecos), la tango (California) o la orri (Israel). Estas tres últimas variedades como curiosidad os diré que tienen royalty, es decir, que todo aquel que quiera plantar esta variedad tendrán que pagar un canon. Por una nadorcott se paga alrededor de 18.000 euros la anegada y por una orri, unos 100 euros por planta. Alucinante.
Finalizamos la ruta de 15 kilómetros de running y llegamos a casa. Durante más de una hora corriendo por caminos rurales he podido ver y sentir cómo mi entorno padece y no vive su mejor época. A mi alrededor el campo se transforma con diferentes tipos de cultivo y arrendamientos. Después de todo este recorrido me pregunto qué aspectos hemos descuidado a lo largo de estos años. ¿Se podría haber evitado? No lo sé. El tema es complejo y daría mucho de qué hablar. Quizá no hemos aunado nuestros esfuerzos para darle el prestigio suficiente a este producto tan valenciano. Quizás no hemos sido capaces de darle el prestigio y una seña de identidad, como los canarios a su plátano de Canarias, o como los riojanos a su vino.
Hoy en día, en un mundo globalizado donde la temporalidad de las frutas y verduras prácticamente ha desaparecido, debemos marcar la diferencia respecto a otros países para garantizar el consumo de la naranja valenciana como un valor a nivel mundial y así minimizar los daños colaterales que se derivan de este tipo de comercio. Debemos fomentar un consumo de proximidad que a su vez coexista con un comercio global y que de salida al pequeño agricultor y así que no abandone sus tierras. En definitiva, debemos poner en valor nuestras raíces y adaptarnos al mundo en que vivimos. Una tarea
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