El comerciante Domingo Rodríguez en su puesto en el Mercado Central, La Parada de las Especias. DAMIÁN TORRES

La especia imprescindible en el Mercado Central de Valencia

EN EL MERCADO ·

Después de más de 125 años en marcha, Domingo Rodríguez cuenta la historia familiar tras esta parada del edificio valenciano

PAULA MORENO

Jueves, 13 de mayo 2021, 21:43

En el pasillo Arquitecto Enrique Viedma del Mercado Central, hay una pequeña parada que podría pasar desapercibida al paseante de no ser por dos hechos. El primero, el colorido exuberante de las especias que copan casi todo el mostrador; el segundo, el olor apetitoso ... del azafrán, apilado en torres de cajitas tras las que se encuentra Domingo Rodríguez, dueño de La Parada de las Especias. Desde las siete de la mañana ha estado reponiendo el género y metiendo pedidos en pequeños paquetes blancos, encargados por personas que compran especias online del único puesto que las ofrecía en todo el Mercado Central hasta 1970.

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La actitud enérgica de Domingo se trasluce nada más empieza a contar la historia de su puesto: «Nosotros somos cuatro generaciones que empezamos en la plaza». El vínculo con su negocio se puede ver a primera vista, en la camiseta con el logo de 'La Parada de las Especias' que lleva puesta. Este puesto es un hilo que ha unido a la familia por generaciones, de tal manera que al relatar la vida de sus bisabuelos, abuelos y padres es casi como si fuese la propia. Valenciano de orígenes manchegos, afirma que él llevaba un estilo de vida bohemio hasta el 1992, año en que, por circunstancias familiares, le tocó volver a la tienda. Desde entonces, ha estado en la parada. Pero, para entender por qué Domingo ha acabado vendiendo especias, es necesario remontarse 125 años atrás.

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Todo empieza con un comerciante en Albacete, su bisabuelo. Por aquel entonces, vendía azafrán yendo de pueblo en pueblo, pero siempre perdía más dinero del que ganaba. Un día, se hartó. «Un año dijo 'ya no lo vendo más, me voy a Valencia'», cuenta. Instaló una parada en la explanada que era antes el mercado, en los escalones de la Lonja. De ahí, pasó a vender toda clase de especias, y sería su hijo, el abuelo de Domingo, quien acabaría montando el puesto dentro del mercado.

Su abuelo, hombre de ideas peculiares con fuerte temperamento, no vendió colorante alimenticio en los 42 años que estuvo al frente del negocio. Le ofrecieron dinero y electrodomésticos sofisticados para que lo hiciera, pero no dio su brazo a torcer. ¿El motivo? «Decía que eso era un veneno», cuenta, riéndose. De su mostrador, coge una de las decenas de cajitas azules de cartón que rezan 'Colorante alimentario'. «Ahora somos otra generación y tenemos muchísima competencia», argumenta.

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A pesar de lo difícil que se ha vuelto el negocio, al pensar en el momento más complicado por el que ha pasado la parada se remite a la guerra civil y a la posguerra. Es esta perspectiva la que le permite afrontar con optimismo la situación actual, pero con cautela: «Por hoy nos da de comer a mi familia», señala. Esta capacidad de adaptación también se ve en su rutina diaria: se levanta de noche, a las cinco de la mañana, para poder abrir la parada a las siete. A pesar de estos tempranos horarios, y de ser las ocho, no se ve en su cara cansancio alguno. «Como por la tarde no abrimos, nos compensa una cosa por la otra», bromea.

Mientras que él no es de los comerciantes que debe ir a la lonja todas las mañanas para conseguir producto, sí que debe acudir pronto para reponer las existencias y hacer los pedidos para la tienda 'on line'. Y aunque la página esté empezando a despegar, afirma que el trato presencial es una de las mejores cualidades del mercado, junto al producto fresco. «Clientes y vendedores somos una gran familia», declara. En los puestos colindantes se escuchan carcajadas y animadas conversaciones, fruto de esta cercanía que acaba convirtiendo a comprador y vendedor en amigos.

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Relación más compleja es la que hay entre los comerciantes del mercado y la hostelería. De ser de los mayores consumidores de las especias de Domingo, han ido comprando menos y menos cada vez. La aparición de más proveedores ha afectado al mercado entero. «Es la política de compra barato y vende caro», explica. Aun así, sigue manteniendo restaurantes y bares como clientes, pues buscan la calidad y el producto fresco que no pueden encontrar en las grandes superficies. «Aquí compras una manzana y te dura dos semanas», afirma. Y al hablar del prestigio del mercado, su cara se ilumina de orgullo, casi como si fuese hijo suyo, y no es para menos: su familia, junto a las dueñas de otras paradas, han sido quienes han hecho crecer el mercado hasta lo que es hoy. «Siempre ha sido un punto de referencia para los demás mercados», argumenta.

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Tanto le gusta que no le ve ningún defecto. De hecho, el único aspecto negativo que señala no está dentro del edificio modernista, sino fuera. «El Mercado Central no tiene barriada», observa. Señala que muchos de los vecinos de los barrios cercanos son personas que trabajan fuera de la zona y que hacen sus compras por las tardes cuando salen de trabajar y en supermercados accesibles en coche. A esta problemática se le añade el hecho de que los vecindarios más céntricos están envejeciendo mucho, y cada vez viven menos personas. «En el barrio no hay gente: o es gente muy mayor o gente joven que no viene al mercado», lamenta. Al mirar a otros puestos, la mayoría de los carritos que se acumulan en las colas son de mujeres de entre 50 y 60 años. Muy pocas excepciones contradicen las observaciones de Domingo.

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Queda también por ver el futuro de la Parada de las Especias. Domingo, que tiene cuatro hijos, opina que alguno querrá quedarse con el negocio. «De momento, ninguno quiere», aclara. Una vez termina la conversación, coge de nuevo los paquetes que estaba preparando y empieza a amontonarlos mientras abre y llena, concentrado, cajas que llegarán a todas partes del país. El mercado se llena de vida, y los carritos de la compra empiezan a circular por el pasillo Arquitecto Enrique Viedma. Domingo los espera en su parada, tal y como su bisabuelo los esperó a los pies de la Lonja. El día ha comenzado.

DAMIÁN TORRES

«Yo le vendo más a amas de casa que a algunos restaurantes»

¿Cuánto tiempo llevan en el mercado? ¿Son la primera generación de este negocio?

Desde el 1928, cuando se colocaron mis abuelos. Antes, mi bisabuelo vendía en los escalones de la Lonja, y yo soy la cuarta generación.

¿Cuál es el producto que más vende de su parada?

El azafrán, sobre todo. Tengo dos calidades de azafrán, y es un producto a nivel de especia que se cotiza. Es para grandes restauradores y el ama de casa. Yo le vendo más a las amas de casa que a algunos restaurantes.

¿Y en qué época del año venden ustedes más?

En Navidad. Antes de la pandemia vendíamos todo el año más que en navidad, sobre todo por el turismo. Y como el turismo afectaba a restaurantes y demás, ellos compraban más.

¿Cuál es el cambio más notorio en el mercado?

Tenemos un servicio a domicilio desde hace algunos años bastante bueno, servimos bastante bien. Desde que la asociación se quedó la autogestión del mercado, se nota la limpieza.

A usted, de su parada, ¿Qué producto es el que le gusta más?

El azafrán y la vainilla. Mi vida y mi familia venimos de la Mancha a vender su azafrán, y para mí es lo más. Además, es lo más caro que vendo.

¿Qué puesto del mercado que no sea el suyo recomendaría usted?

La carnicería Lloris, lo tengo claro. Sé que ellos lo fabrican todo todos los días. Según el gremio, te podría recomendar uno u otro: por afinidad o porque es donde yo compro.

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