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Ponerle sal al mercado
EN EL MERCADO ·
Ximo Gay, tercera generación de vendedor de salazones, habla sobre su experiencia en el Mercado del Cabanyal y el mayor defecto de esteSecciones
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Ximo Gay, tercera generación de vendedor de salazones, habla sobre su experiencia en el Mercado del Cabanyal y el mayor defecto de estepaula moreno
Jueves, 16 de septiembre 2021, 18:41
El lunes a primera hora de la mañana, en el Mercado del Cabanyal reina la quietud. Algunos clientes merodean por los pasillos en busca de ... las paradas a las que van habitualmente. Aquellos que conversan con los vendedores lo hacen a media voz. Hay varias paradas cerradas, que en las secciones más escondidas del Mercado son pasillos enteros de toldos echados.
No es así en los pasillos centrales, donde la mayoría están abiertas, como es el caso de la tienda de salazones 'Ximo i Carmen Olives', ubicada en una esquina junto a la puerta oeste del Mercado. En su mostrador se acumula una gran variedad de aceitunas, y en las estanterías de las paredes hay amontonadas latas de sardinas y de bocados gourmet. Encima del mostrador hay dos grandes botes de donde saca aceitunas en salmuera con un cucharón para meterlas en envases de plástico para llevar.
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Ese día, Ximo Gay, dueño de la parada, se encuentra solo en el pasillo. La mayoría de las paradas están cerradas, y las únicas personas que pasan por ahí son clientes que van directos a su tienda. La mitad de las tiendas son de pescadores que ese día no abren al no haber pescado fresco, y la otra, son personas que los lunes no abren.
En ese momento, Ximo se encuentra preparando pedidos para la tienda online. Mira el pasillo vacío y suspira antes de atender a varios de sus clientes. Es un día de mucho trabajo, y apenas puede parar a conversar sin que llegue otro cliente.
Una vez ha acabado de atender, se para frente a unas sardinas de bota en salazón, y rememora los orígenes de su negocio. Su abuelo era marino, y sus viajes en barcos mercantes le llevaban a continentes lejanos. «Hasta que llegó un día en que el barco naufragó», cuenta. El barco se hundió en las costas cubanas, y tan solo unos pocos se salvaron. Entre ellos, el abuelo de Ximo. Lo llevaron a Gales, de donde fue repatriado. «Mi abuela le dijo: 'se acabó'», relata.
Más tarde, compraron un puesto en el mercado antiguo del Cabanyal, donde ahora está la plaza del Doctor Lorenzo de la Flor, y fueron sus hijos quienes compraron dos paradas dentro del edificio del Mercado del Cabanyal. Actualmente, su familia tiene tres puestos en el lugar.
Para Ximo, la parada es todo. Desde joven, tal y como sus hermanas hicieron, ayudó a sus padres en las épocas de más trabajo, al mismo tiempo que estudiaba. A los quince años dejó los estudios y empezó a trabajar a tiempo completo en la tienda.
Unos pocos años después, conoció a su mujer, quien trabaja en el negocio actualmente. Desde aquel entonces han pasado 42 años, y nunca ha trabajado en ningún otro lugar. «De aquí ha salido todo lo que tengo: mi casa, la educación para mis hijos», afirma, con orgullo.
Tantos años en la tienda le han permitido conocer en profundidad a sus clientes. Algunos de ellos eran muy mayores cuando empezó a trabajar, por lo que ya no están, pero muchos otros son hijos de antiguos clientes que siguen yendo a su parada.
Esta relación tan duradera permite un trato personal en los mercados que en las grandes superficies no hay. «No es por desprestigiar, pero allí los clientes no tienen nombre, es 'el siguiente'», afirma. Explica que los clientes con los que habla diariamente le amenizan la larga jornada de trabajo propia del Mercado.
Y aunque la relación con sus clientes se ha mantenido igual, observa que ha habido cambios en el Mercado. »Ha ido modernizándose», nota. El aire acondicionado o la construcción del parking del mercado son algunas de las mejoras que Ximo aprecia, pues han hecho el lugar más accesible y más cómodo tanto para comerciantes como para clientes.
Además, señala que los puestos están al día con las nuevas tecnologías. Esto no les ha hecho evitar las crisis económicas, que han afectado de manera destacada a los pequeños negocios. «El poder adquisitivo ha sido inferior, han bajado ventas, y ha tocado apretarse el cinturón», relata.
Algunas de las buenas cualidades que el Mercado ha tenido siempre son la variedad de producto y la calidad, así como el hecho de ser fresco y autóctono. El tamaño del Mercado le ha permitido tener 115 vendedores, entre los que hay una gran diversidad de oferta de verduras y frutas, pescado, carne, charcutería y muchos otros productos. «El pescado, que es de la costa de Valencia, le da prestigio», explica.
Al hablar sobre los defectos del mercado, se queda en silencio y levanta la mirada al pasillo. Con su mano derecha señala los puestos con el toldo echado, y suspira. «Hoy deberían estar abierto todos los puestos», señala.
Y es que los domingos el Mercado cierra, pero el lunes ha de abrir. El paisaje de estos pasillos oscuros es desolador, y no anima al cliente a perderse por el mercado y descubrir los puestos, sino a evitar en el futuro el sitio, cosa que puede acabar repercutiendo a todos los negocios del edificio.
Tras tantos años de trabajo, a Ximo le quedan ocho para jubilarse. Aún no sabe qué hará con el negocio, pero lo que tiene seguro es que sus hijos no continuarán, pues han encontrado otros trabajos. «Conmigo se acabó la maldición del genio», bromea. No le costará mucho encontrar quien quiera quedarse con su puesto, al lado de una puerta y en uno de los pasillos centrales del Mercado. Por el momento, Ximo se centra en el día a día, y no piensa demasiado en echar el toldo.
P: ¿Cuánto tiempo lleva su familia en el mercado?
R: Pues somos tres generaciones. Mis abuelos empezaron en el mercado viejo, en la calle Escalante, en la plaza Lorenzo de la Flor. Hicieron el mercado nuevo después de la riada y aquí entraron mis padres.
P: ¿Cuál es el producto que más venden?
R: El bacalao. Antiguamente este tipo de puestos se les llamaba 'tonyiners'.
P: ¿En qué época del año venden ustedes más?
R: Cuando más vendemos es en semana santa, porque aquí hay mucha tradición de la cuaresma. En esta zona del marítimo hay mucha tradición de comer bacalao. Sobre todo, de hacer albóndigas de bacalao. Y la titaina, que es muy típico desde siempre. En semana santa hemos llegado a ser cuatro despachando y vender más de 1200 kilos en quince días.
P: De esta parada, ¿Qué producto es el que más le gusta?
R: Las aceitunas. Me encanta, no me canso. Casi todos los días como.
P: ¿Cuál es el cambio más notorio que ha visto en el mercado?
R: Pues yo he observado que está viniendo más gente joven. Sobre todo, en los puentes viene mucha familia joven. Les gusta, les llama la atención. Alucinan con la carne, la pescadería. Es un género mucho más mimado.
P: ¿Qué otra parada del mercado que no sea la suya recomendaría?
R. Pues recomendaría la frutería Vicente Ruiz Gil, que son labradores. Tiene sus naranjas, que son de su campo.
Al acabar de hablar, Ximo vuelve a afanarse en preparar los pedidos online de ese día. El silencio impera en esta parte del mercado en la que todo está cerrado menos la tienda de salazones. En la parte este del edificio, cada vez hay más personas que caminan entre las paradas, y el eco de las conversaciones resuena por todo el lugar. Varios puestos más abren, iluminando los pasillos oscuros. El día comienza en el Mercado del Cabanyal.
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