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Ricard Camarena, en su restaurante de Bombas Gens. LP
La obsesiva perfección del cocinero que eleva la huerta a lo más alto

La obsesiva perfección del cocinero que eleva la huerta a lo más alto

Ricard Camarena ha transformado el concepto de creatividad para que sea el producto que cada día recibe en el restaurante el que dicte las normas sobre cómo debe llegar al comensal

Vicente Agudo

Domingo, 21 de noviembre 2021, 09:04

En las tripas de su restaurante hay una pequeña sala en la que pesa y amasa. La pandemia frenó en seco su trabajo pero desató su actividad cerebral. Quería hacer pan y durante meses se convirtió en una obsesión. No sabía si sería el mejor, pero sí quería que fuera único y que se sirviera en su restaurante. Porque así es Ricard Camarena, un perfeccionista incansable que nunca olvida el bar de la piscina de Barx en la que empezó su sueño. Allí, junto a su mujer, Maricarmen Bañuls, comenzaron a marcar un camino que les ha llevado a lo más alto, pero que no ha estado exento de lágrimas y sacrificios.

Los inicios de Camarena en ese bar fueron sintomáticos de los que vendría después: compaginaba los bocadillos y tapas con un menú gastronómico. Enseguida llegaría su salto a Gandia con Arrop, donde muy pronto logró la primera estrella Michelin, un galardón que mantuvo cuando trasladó su restaurante a Valencia. Pero en 2012 lo cerró para embarcarse en un proyecto más personal. Al final, toda esa idea ha desembocado en un emporio gastronómico con cinco propuestas distintas.

De cerca

  • Producto. Su abuelo le enseñó a distinguir los mejores productos durante las continuas visitas que hacían juntos al mercado de abastos de Gandía.

  • Premios. Además de dos estrellas Michelin, también ostenta la estrella verde por su firme compromiso con la sostenibilidad.

  • Proyectos. La nueva iniciativa de Camarena se llama BarX, un restaurante ubicado en el Mercado de Colón con una cocina que estará permanentemente abierta durante 12 horas.

En su cabeza bullen ideas como en una olla a presión. No para. Pero no todas sirven, y ahí es donde juega un papel fundamental su mujer, que es la encargada de aterrizar todas esas iniciativas. Ahora su obsesión es la huerta, en la cual pasa horas con el agricultor Toni Misiano. Juntos han revolucionado el mundo de las verduras y las han elevado de nivel. «Hay que tratarlas como si fuera caviar, no como una guarnición», le inculca a su equipo. Quizás ese músico que lleva dentro le da ese sexto sentido que todo cocinero necesita a la hora de percibir que los ingredientes encajen. Ahora abandera la sostenibilidad hasta la última expresión, no sólo en sus productos, sino en el personal. Pronto llegará otro objetivo. Su cabeza no para. Es su estado natural.

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