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Un templo del vino oculto en el corazón de Valencia
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Vinorte, un coqueto local en la calle Cervantes, sirve como refugio y santuario para brindar por la pasión con que Iría y César defienden su propuesta... que también es gastronómicaSecciones
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Vinorte, un coqueto local en la calle Cervantes, sirve como refugio y santuario para brindar por la pasión con que Iría y César defienden su propuesta... que también es gastronómicaEl Descubridor
Jueves, 1 de junio 2023
Esta es una historia de amor. Pero es una historia de amor que se desarrolla en varias pistas. El idilio fraguado entre Iría y César; ella, gallega, unió su destino al de él, valenciano aunque con raíces familiares en Galicia, cuando se conocieron en aquel ... rincón de España. Sellaron un futuro compartido y cruzaron el país hasta desembarcar en Valencia, cerca del negocio que los padres de César habían defendido durante largo tiempo: Norte, una casa de comidas ubicada cerca del local donde hoy ambos están a punto de cumplir un año de felicidad, sudores y más proyectos agitándose siempre en sus cabezas. Vinorte, un templo del vino, uno de los raros negocios de este linaje con que cuenta Valencia. Un coqueto establecimiento oculto en una pequeña calle, la peatonalizada Cervantes, en el corazón de la ciudad. Un santuario que pasa desapercibido pero que garantiza jornadas memorables no sólo a los amantes del vino: su oferta gastronómica, también de campanillas, fortalece una oferta digna de ser descubierta.
Vinorte abre en horario de tarde de martes a sábado en su recoleto local. Una barra precede al espacio donde en mesas altas y bajas se distribuye la clientela para dejarse arrullar por las más de 500 referencias que en forma de botella gestiona César y para dejarse aconsejar por su buen ojo y esmerado criterio. Formado en lo más granado de la hostelería valenciana, tuvo más o menos siempre claro que su porvenir estaba destinado a forjar su propio itinerario en compañía de Iría, de ancha experiencia en el sector a pesar de su jovencísima edad. Así nace la otra historia de amor: amor hacia Vinorte, hacia ese sueño que bullía en sus imaginaciones y sólo fructificó hace un año, en el verano del 2002. En una finca familiar, que les permite compartir trabajo y hogar con solo bajar la escalera, nació este bar de vinos. A todos los vinos, aunque César confiesa una debilidad que se observa muy bien su carta. Le gustan los vinos envejecidos. Españoles, por supuesto: ahí figuran unos cuantos Riojas de relumbrón. Pero también italianos, franceses y de otras regiones cuya cultura vinícola apuesta por la guarda. Por alumbrar botellas donde se saborea la historia.
Ahí reside en realidad la otra gran historia de amor donde se enmarca Vinorte: el amor de Iría y César a los vinos. Al vino, en general. A esas botellas esparcidas por su local en concreto, que llegan hasta la calle Cervantes luego de un protocolo donde se detecta la clase de pasión que habita en Vinorte: son vinos que ellos han saboreado previamente. Vinos que algo les dicen, vinos que conquistan sus corazones. En ese atributo radica la clave de su éxito: su bar es un bar pero también una experiencia emocional, ilustrada por el enorme entusiasmo que depositan en la explicación de su proyecto, la configuración de su carta, los proyectos venideros...
Pongamos un ejemplo de esa ilusión que forma su ADN. Una cata a puerta cerrada donde los asistentes profundizan en las peculiaridades de su oferta vinícola y gastronómica. Un amontillado de tronío para empezar, al que siguen un sorprendente blanco de Loira y un deslumbrante Albariño que rompe con todos los tópicos. Un tinto también gallego de esmerada elegancia, otro tinto valenciano de acababa intensidad (un Trilogía añada 2015, ahora en su punto óptimo) y espectacular remate: un Burdeos con más de 35 años, la edad de César, que ha abierto por la mañana y llega a última hora del día en su plentitud para asombrar a la parroquia. Nos despedimos con un moscatel de Enrique Mendoza: aquel viaje iniciado unos minutos antes guiados por las mejores uvas de la variedad palomino nos ha llevado desde Jerez hasta Valencia luego de picotear por medio mundo.
Se trata de la misma clase de aventura que Vinorte propone a la clientela conspicua, la que llega hasta sus mesas atraída por una oferta cada vez más conocida gracias al boca-oreja y que se beneficia del carácter insólito que un bar de esta clase todavía representa en Valencia. Un lugar donde disfrutar del vino acompañado de las golosinas que una pareja de cocineras filipinas prepara en la cocina: de su país llega por ejemplo a la mesa un sabroso pollo marinado o las gyonzas elaboradas a mano que se acompañan de unas misteriosas y suculentas salsas. Vinorte pone también un énfasis especial en el laterío: ahí están los exquisitos mejillones en escabeche que les provee una emergente conservera gallega, Conservas Nosa, donde Iría y César ha encontrado el mismo espíritu artesanal en sus elaboraciones que impregna el alma de su local. Sardinilla-Xouba de Rianxo, navajas de Ribeira, zamburiñas de Rianxo, berberechos de Noia...
La oferta gastronómica se completa con más gollerías (steak tartar, ensaladilla rusa, empanada gallega) y termina de dotar a Vinorte de lo que buscaban sus propietarios cuando este bar donde hoy se confiesan dichosos era sólo una fantasía. Los ingredientes adecuados conspirando para forjar una historia de amor en múltiples vertientes. Con Valencia, desde luego, pero también con esta calle con tantas posibilidades (cerca de todo, pero con garantía adicional de discreción). Amor hacia la tradición familiar y, en fin, amor al vino, al que consagran este santuario donde ofician de sumos sacerdotes con el favor creciente de la feligresía. Un refugio para celebrar la vida y brindar con su espléndida cristalería por los valores y los principios que Iría y César reivindican: un local vivo, una oferta nunca aburrida, un bar de ambiente familiar y... Y lo intangible: la magia. Que por algo Vinorte nació en Galicia, tierra de meigas.
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