Desde que en abril cambiaron la hora el último domingo de marzo la tarde cada vez es más larga y el cuerpo empieza a salir de su letargo invernal. De hecho nos encontramos con el refrán que dice que la primavera la sangre altera. Y es que la luz estimula la producción de serotonina, el nivel de energía y el estado de ánimo. La primavera favorece la secreción de feromonas, oxitocina, dopamina y noradrelania, que según los expertos son «hormonas relacionadas con el estado de ánimo, aumentan el interés por realizar actividades y por relacionarnos con otras personas.
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Pues bien, en un país como el nuestro donde el sol brilla gran parte del año, las terrazas de bares y restaurantes son el lugar idóneo para desprenderse de todo el estrés generado durante todo el año. Son espacios terapéuticos diría yo. Son lugares donde las relaciones sociales adquieren otra dimensión. Y es que el lugar en sí es importante, pero hay una serie de aspectos que son claves para que resulten más atractivos todavía. Son el eje principal para generar sensaciones durante diferentes momentos del día. Sensaciones gastronómicas todas ellas terapéuticas y regenerativas.
Un desayuno viendo amanecer en las costas levantinas, descalzo en la misma playa, puede ser el broche final para cerrar una noche de fiesta con tu gente. Sin embargo, a mi edad ello supone hipotecar el día siguiente y casi prefiero desayunar al amanecer para ir a hacer un poco de deporte. Por no hablar de nuestro almuerzo. Los almuerzos de verano son más intensos. Son aquellos en los que estás de vacaciones y no hay que mirar el reloj para volver al trabajo. Son aquellos en los que da igual dos, que cuatro. Almuerzos donde nos despojamos de las tensiones y dejamos medio mundo arreglado. El otro medio para el siguiente almuerzo. Almuerzos que te dejan medio ko y dan pie a vivir uno de los momentos más gozosos del periodo vacacional. Me refiero a la «siesta del borrego» o siesta del cordero. Una siesta que se practica justo antes de la hora de comer, cuando después de un buen almuerzo te da un «parraque» y te quedas totalmente indispuesto dando una cabezadita. Una siesta que no es muy común, por lo que adquiere un valor especial.
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Pero si no sois de siesta del borrego no os preocupéis. Otra terapia muy recomendable es la hora del aperitivo, el cual se practica todo el año, pero en verano tiene algo especial, ¿verdad?. Todos estamos mucho más sonrientes, morenitos y ligeros de ropa. Algunos incluso llegan descalzos o con chanclas. Sabemos cuando llegamos, pero no cuando nos vamos. En verano hay que hidratarse y el momento aperitivo es ideal para saborear tapas, cervezas, vinos o vermuts, que tan de moda vuelven a estar.
Sin embargo, os recomiendo que durante el verano visitéis aquellos restaurantes, bares o terrazas donde comer o picotear. Esos lugares que tenemos anotados en la agenda y que nunca podemos ir porque vamos súper estresados y nunca encontramos el momento. Pues bien, ahora es el momento. Coged la agenda, llamad y reservad. Daros un capricho con los amigos, con la familia o quien más os apetezca. Ese momento en el que esperas ansiosamente para disfrutar de la comida y de las vistas. Platos que enamoran, de temporada, vistas espectaculares al mar o a la montaña. Carne, pescado, da igual. Una buena compañía y lo mismo, dejad el reloj y el móvil guardado. No hay prisa. Esta terapia tiene un coste económico más elevado, pero es importante que saboreéis el vino, el sol, la compañía y pensad lo afortunados que somos por poder disfrutar de esos momentos.
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Después de comer es importante recuperar fuerzas y algunas siestas deben de haber, algún libro que leer o algún paseo que dar. Esas rutinas de verano que hacen fluir nuestros pensamientos hasta perdernos y olvidarnos de todas nuestras obligaciones. Pero llega la tarde y la gente vuelve a salir como los caracoles. Llega el tardeo, el hermano vespertino del aperitivo. El tardeo tiene un valor incalculable durante el verano y es que no sabes cómo va acabar. Las terrazas se empiezan a llenar, el sol empieza a caer y las temperaturas se empiezan a calmar. El tardeo es uno de los momentos más sociables y terapéuticos del día, ya que nos sirven para contarnos todo lo que vivimos la noche anterior o aquello que no podemos guardar en nuestro interior. Vuelven las cervezas, los vinos y los vermuts, así como algún cóctel. Y mientras seguimos con nuestro tratamiento, se van abriendo las puertas de la noche para dar paso a las cenas.
Esas cenas donde nos acicalamos y donde nuestra piel tiene otro brillo. El brillo que se desprende del sol y del verano. Ese relax en nuestras caras, que solo las vacaciones son capaces de amansar. Miradas y sonrisas especiales que regeneran nuestro cuerpo y nuestra mente. Imprescindible estar siempre acompañado de buena compañía y no mirar el reloj, insisto. El menú el que más nos guste y nos acople.
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En definitiva, y como decía mi madre, «a l´estiu tot el món viu», es decir, que en verano todo el mundo vive, lo que nos viene a decir que durante esta época del año todas las personas sacan sus pasiones y hasta los más retraídos en los meses de frío salen a disfrutar del buen tiempo. Así pues, os voy a recomendar una terapia para que la pongáis en práctica este verano. Recomendaciones que van asociadas a la gastronomía y al acto de socialización de las personas, ideal para quitarnos el estrés generado durante todo el año.
Tratamiento de verano: un amanecer o una puesta de sol tiene que caer, algunos almuerzos para reír y soltar adrenalina, algún aperitivo con amigos sin que os importe la hora de comer, alguna comida de las que dejan huella con la familia y amigos, tardeos unos cuantos y alguna que otra cena de las que recordar todo el año. La combinación dependerá de nuestra edad, de nuestra capacidad de aguante y de nuestro bolsillo, claro. Una terapia ideal para que durante el invierno recordemos esos momentos vividos con la gente que realmente nos importa. Un verano terapéutico.
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