![La perdida tradición de la bodega en Valencia](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202105/06/media/cortadas/bodegas-kmbB-U1402893336864MG-1968x1216@Las%20Provincias.jpg)
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Érase una vez una bodega. No cualquier bodega: una bodega que llamaremos urbana. Porque no se dedicaba tanto a elaborar vinos en las fincas del interior de Valencia, todas esas hermosas fincas desbordantes de cepas y más cepas, como a distribuir entre la clientela el fruto de las vid y del trabajo humano. Vinos de la tierra que salían al encuentro de sus feligreses gracias a la intermediación de este haz de bodegas urbanas diseminadas por la capital de la Comunitat, testigos de un tiempo desaparecido. Porque la sociedad dijo adiós a los viejos hábitos de consumo, el vino disfrutado en casa para acompañar el menú familiar se convirtió casi en reliquia y todas estas bodegas que fortalecían la vida vecinal y se convertían en iconos de sus respectivos barrios… También tuvieron que decir adiós o reinventarse. El vino llega hoy a nuestros hogares a través de otros procedimientos, lo cual no evita derramar alguna lágrima imaginaria en homenaje a aquel paraíso perdido. Donde los dueños fiaban a su parroquia más fiel y forjaban un vínculo que iba más allá de la relación propia de todo negocio con su clientela. Esas bodegas tenían alma. Un espíritu propio que hablaba en valenciano.
Lo confrima Arturo Cervellera, médico de profesión, quien acaba de publicar un volumen dedicado a recopilar la memoria de cuantos cafés en Valencia han sido. Curioso investigador en el mundo de la hostelería, dispone de una relación de aquellas antiguas bodegas que todavía hoy siguen funcionando. «Hay de todo», advierte. «Desde dos bodegas medievales a otras que subsisten como locales de venta de vinos y las que, que conservando el espíritu del vino, se han convertido en tascas o restaurantes». Son las siguientes:
Un comercio de venta de vinos y licores que lleva activo «desde 1960». «El actual dueño corresponde a la tercera generación», explica Cervellera.
Una bodega nacida en 1973, «que actualmente sirve tapas y aperitivos en un local decorado con barriles».
Santo y seña de Ruzafa, se inauguró «en 1932», señala Cervellera. «Mantiene cubas en su subsuelo donde caben 10.000 litro de vino», añade. Actualmente continúa como comercio de venta de vinos donde también organizan catas y eventos.
Un negocio ubicado en la avenida del Puerto destinado a la venta de vinos y licores.
Enraizado en el barrio de Benimaclet desde 1957, el local ofrece servicio de vino a granel. «También se pueden tomar unas tapas», informa Cervellera.
Una institución de la castiza calle Corregería, nacida nada menos que en 1870, más que una bodega es casi un museo del vino. «El dueño es coleccionista», señala.
En la calle Baja del barrio del Carmen se alojan los restos de una de las bodegas medievales más antiguas de Valencia, que incluso ofrece visitas guiadas.
Otro clásico valenciano, particular faro del Cabañal: allí se ubica este negocio con su vieja bodega, cuyo origen data Cervellera en 1836. «Hoy es un buen restaurante decorado con barriles de vino en uso y otros enseres antiguos», subraya.
En el mismo barrio, otra singular y antigua bodega, fechada en 1927 «reformada y reinaugurada el 27 de marzo de 2018 como restaurante».
Sin salir del Cabañal, otro símbolo del barrio: una antigua bodega de 1906, que en 2013 abrió como bar de tapas y aperitivos.
En la lista (donde, como apunta Cervellera, se puede incluir incluso la bodega medieval alojada en el vientre del Centro de Arte Bombas Gens) no figuran por supuesto todas esas bodegas desaparecidas, evaporadas con el paso del tiempo. Así ocurre con un negocio que antaño también formaba parte de la trama de locales repartidos por Valencia: se llama Bodegas Santander y se aloja en Patraix, defendida por José Llorens, tercera generación del negocio que fundó su abuelo, llamado como él. Aquel Llorens Máñez a quien alguien tal vez podrá recordar aún al frente del local situado en la calle Mallorquins, junto al Mercado: una bodega que suministraba vino a granel «y también aceite», recuerda su nieto. En una doble versión: la clientela podía hacerse con los vinos tintos y blancos originarios de la Cooperativa La Viña, en Fuente la Higuera, o de Ricardo Cervera, de Cheste, acudiendo con su garrafa hasta la bodega o bien forma parte de esa legión de incondicionales a quienes los Llorens servían a domicilio.
Un negocio que fue prosperando hasta reclamar de la segunda generación su extensión hasta la calle Santander, donde sobrevive desde 1965 aunque carente de su atributo original: los tres depósitos, los tres hermosos depósitos de madera que antaño sirvieron no sólo vino sino otros néctares (moscateles, quinados o incluso los entonces populares vinos rancios para condimentar el recetario familiar), permanecen vacíos. Son el testimonio de aquel tiempo desaparecido, cuando los más pequeños de cada casa tenían entre sus primeras obligaciones ayudar a los mayores con este tipo de recados que hoy parecen una anacronismo: acudir con la botella a por el vino que se consumía en el hogar. «Menudas filas se formaban aquí», sonríe José, que se inició en la bodega familiar en el apasionante mundo del vino, donde hoy ejerce como perito y custodia joyas como los vales que en la bodega original se ofrecían como papel moneda para el intercambio comercial. «Aquí servíamos también vermús y brandis», rememora. «Pero aquel modelo de negocio ha desaparecido», concluye.
En efecto, es otro paraíso perdido. Aunque como sostiene Cervellera, todavía sobrevive entre nosotros el consumo de vino practicado según esta modalidad en las bodegas arriba citadas, y aunque el propio José Llorens esgrime los casos de David Navarro o Eduardo Mestres como ejemplo de resistencia, Valencia ha ido dejando atrás este modelo que popularizó el comercio del vino… y que merecería una resurrección. Se buscan almas sensibles, intrépidos emprendedores, al servicio de los vinos valencianos y al servicio de otra manera de entender laciudad, la vida vecinal y el disfrute del tiempo libre. El ocio sabe mejor con una copa de vino en la mano, compartida en tu barrio.
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