Zigor Aldama
Shánghai
Domingo, 10 de mayo 2020, 00:23
Escribir un diario en plena era de las redes sociales, y cuando incluso los blogs han pasado de moda, parece algo desfasado. Pero si lo que recogen esas páginas son los pormenores de cómo estalló la pandemia del coronavirus, el asunto cambia radicalmente y el material se convierte en oro editorial. Es lo que ha demostrado 'Diario de Wuhan', el relato en primera persona que la escritora china Fang Fang hizo durante la crisis sanitaria que asoló la capital de la provincia de Hubei desde finales del pasado mes de enero.
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Sus crónicas, publicadas primero en el ciberespacio chino, recogen el dolor, la incertidumbre y la rabia que se vivieron en el epicentro de la epidemia durante las primeras semanas, en las que China se enfrentó a un enemigo invisible y desconocido de forma titubeante y apostando por la opacidad. «El virus es el enemigo común de toda la Humanidad y también una lección para la Humanidad», escribió Fang Fang antes incluso de que el Covid-19 se extendiese por todo el planeta.
Muchos internautas siguieron en directo su diario y aplaudieron la honestidad con la que esta laureada literata retrató una ciudad herida, en la que los hospitales se veían desbordados y los cadáveres de los infectados que habían sucumbido al coronavirus eran incinerados sin que sus allegados pudiesen darles un último adiós. «Su voz tiene una autenticidad inusual. Es un antídoto contra la avalancha de propaganda. Llora, grita y denuncia a quienes trataron de ocultar la verdad. Mientras la prensa oficial china se saca de la manga historias de héroes y eslóganes llamativos, Fang Fang habla del sufrimiento del pueblo», alabó en una columna del diario 'Los Angeles Times' su corresponsal en China, Alice Su.
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Muchos chinos coincidieron en un inicio con esa opinión. Sobre todo en la primera fase de la epidemia, marcada por un aluvión de críticas a las autoridades locales que alcanzó su punto culminante la noche en la que falleció Li Wenliang, uno de los médicos amonestados por dar la voz de alarma. Pero los aplausos que Fang Fang recibió entonces se han convertido ahora en insultos. Porque su diario está a punto de ver la luz en inglés, publicado por Harper Collins, y el mundo ya no es aquel que miraba a Wuhan con más indiferencia que preocupación. No, ahora China ha logrado salir victoriosa de la primera batalla contra el SARS-CoV-2 y trata de convencer a un mundo que cuenta los muertos por decenas de miles de que gestionó la crisis de forma admirable.
El Partido Comunista ha creado una narrativa a su medida y, en una coyuntura global cada vez más tensa por las responsabilidades que muchos países comienzan a exigir a China, el 'Diario de Wuhan' es una verdad inconveniente. Fang Fang se ha convertido así en una traidora. «Publicar este diario en el extranjero es una falta de respeto a la patria. Siempre debemos anteponer los intereses de la nación a nuestra libertad de expresión», comentó Zhu Yan, una joven china que estudia en Estados Unidos, al diario 'South China Morning Post'.
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Y muchos están de acuerdo con esa estudiante. «Ahora que Donald Trump amenaza a China constantemente, debemos unirnos todos para hacerle frente. El 'Diario de Wuhan' es munición para que las potencias occidentales nos disparen», comenta en Weibo uno de los muchos internautas que han participado en un agitado debate que no tiene visos de cerrarse pronto. No en vano, en esta red social similar a Twitter, la etiqueta 'Fang Fang' ha recibido unos 300.000 comentarios y casi mil millones de visualizaciones.
El coronavirus en cifras
En este clima de patriotismo y nacionalismo exacerbados, pocos apoyan a la escritora. «Si el nacionalismo chino continúa su deriva hacia el extremismo y se convierte en xenofobia, será un escollo para la futura cooperación de China con el mundo», advierte Gu Su, profesor de Filosofía y Política en la Universidad de Nanjing.
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Fang Fang, sin embargo, ha evitado la controversia y se ha limitado a comparar a quienes la vilipendian con los Guardias Rojos que durante la Revolución Cultural de Mao Zedong aterrorizaron a la población en su particular guerra contra todo aquel considerado contrarrevolucionario. Pero es en vano. La opinión pública ya ha dictado sentencia: «Quiere hacer dinero y ganar fama con miserias que no se deberían airear», critica una joven.
Eso último, airear las miserias de Wuhan durante el inicio de la epidemia, es lo que estuvo haciendo Chen Qiushi, un abogado convertido en 'ciudadano periodista'. Viajó hasta el epicentro de la epidemia con el firme propósito de mostrar la dura realidad que obviaban los medios de comunicación chinos y publicó decenas de vídeos con impactantes imágenes. A él se sumó un ciudadano de Wuhan, Fang Bing, que publicó un clip en el que se veía una furgoneta llena de cadáveres. La prensa de todo el mundo se hizo eco de sus informaciones.
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Ambos sabían el riesgo que conllevaba hacer público ese material. «El Ministerio de Justicia me ha vuelto a llamar. La Policía de Qingdao también me ha llamado de nuevo. Incluso han ido a hablar con mis padres (...). Tengo miedo. Tengo al virus delante de mí, y detrás al aparato de las fuerzas de seguridad de China. Pero perseveraré. Mientras esté con vida, seguiré informando», dijo en uno de sus últimos vídeos. «¡Que os jodan!», fue el último mensaje que envió al Partido Comunista. Desde el 6 de febrero no se sabe nada de Chen. Y Fang Bing desapareció tres días después.
«Había ido al hospital de campaña y ha desaparecido», contó la madre de Chen en un vídeo en el que pedía ayuda para localizarlo. Al día siguiente, agentes de policía les aseguraron a los padres de Chen que su hijo estaba en cuarentena, algo que no concuerda con su larga ausencia.
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Como ha sucedido en otras desapariciones –que han sufrido desde afamados artistas como Ai Weiwei hasta disidentes políticos como Gui Minhai– es posible que Chen y Fang reaparezcan en algún momento para dar cuenta de sus delitos en confesiones forzadas retransmitidas por televisión o frente a un jurado que les condena por haber «provocado problemas», el cargo que el régimen utiliza contra todo aquel que le molesta.
Pero la caza al traidor que ha lanzado el gigante asiático para cimentar su mensaje no se circunscribe únicamente a quienes tratan de mostrar lo que el partido pretende mantener oculto. Incluso reputados científicos pueden ser víctimas de esta caza de brujas. Lo sabe bien la viróloga Shi Zhengli, conocida por haber dirigido en los laboratorios de Wuhan algunos de los estudios en murciélagos que han dado pie a diferentes teorías conspirativas: desde la rocambolesca idea de que el coronavirus es un arma biológica, hasta el contagio accidental que Trump sugiere siempre que tiene ocasión.
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Sin comerlo ni beberlo, Shi se ha visto envuelta en una polémica por diversas especulaciones sobre su intención de desertar a Estados Unidos, algo que se ha visto obligada a negar en su cuenta de WeChat. «No hemos hecho nada malo y continuamos teniendo fe en la ciencia. Llegará el día en el que las nubes levanten y salga el sol. No importa lo difícil que sea la situación, yo no desertaré como dicen los rumores», escribió. Y para demostrar que sus palabras son ciertas las acompañó de nueve fotografías tomadas en China durante los últimos días.
Los rumores afirmaban que Shi tenía intención de solicitar asilo político en la Embajada de Estados Unidos en París a cambio de documentos confidenciales que podrían probar el origen del coronavirus. Eso ha provocado que muchos la tachen también de traidora, aunque no está claro dónde se han originado esas habladurías ni con qué intención. Shi siempre ha sostenido que su laboratorio no ha tenido nada que ver con el coronavirus. «Lo prometo por mi vida», ha llegado a decir.
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Su caso, sin embargo, es la prueba de que ni siquiera los expertos más reputados están a salvo de los 'guerreros del teclado', como se ha comenzado a conocer al nutrido ejército de patriotas chinos que se dedican a diseminar, cada vez con más beligerancia, la narrativa oficial sobre el coronavirus.
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