Soñar lo imposible incluye darle colorido y personalidad a un estadio en estos tiempos de pandemia. Y eso lo consiguió el levantinismo, condenado a disfrutar desde la distancia un hito para el que ha estado más de ocho décadas esperando. Igual que aquella eliminatoria contra el Sabadell hace ya muchísimos años, la afición granota disfrutó y soñó a partes iguales. Y como en aquella ocasión, el equipo llegaba justito de fuerzas tras un inicio de 2021 trepidante. Los viajes ya no son en autobús y por unas carreteras tortuosas, pero sí el ritmo de partidos, compaginando Liga y Copa y, para postre, teniendo que recuperar un encuentro aplazado.
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También esta vez el desenlace fue cruel para un equipo que se ha dejado la piel en la Copa. Después de que la simbiosis a distancia con la afición estuviera a punto de surtir efecto, los futbolistas acabaron el encuentro desolados, tumbados en el césped, sabedores de que habían estado a minutos de la final de Copa. Tocados (puede que un poco hundidos) por no haber correspondido con un alegró al esfuerzo de su jugador número 12, que una vez les alentó, aunque fuera por videoconferencia. Surtió efecto la iniciativa del club, que colocó cinco pantallas gigantes alineadas por toda la parte baja de la grada central. Sus leds fueron proyectando durante toda la noche las imágenes de los hinchas que las han enviado durante la última semana. Había capacidad para que más de 10.000 granotas alentaran a los suyos.
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También pesaba la camiseta. Al menos la tela con la que estaban confeccionadas las elásticas gigantes que también adornaban el remozado Ciutat. Cualquier detalle contaba en una semifinal tan igualada como al de ayer. Y a falta de público, existe el debate candente y totalmente justificado de si debería abolirse lo del valor del gol en campo contrario. Hay poca ventaja en eso de jugar como local. Sin público, una de las pocas con las que contaba el Levante eran los recogepelotas. Sí, en el caso de un final apretado, pero también hicieron su función mucho antes. Sobre todo el chaval que más cerca estaba de la portería defendida por Aitor en la primera parte. El chico hizo lo imposible por poner nervioso a Raúl García en el lanzamiento de penalti. Claro está, con un futbolista tan experimentado la tarea no era sencilla y así lo demostró el centrocampista del Athletic con su certero disparo.
La tarde se calentó definitivamente pasadas las 19 horas. La afición granota quiso recibir al equipo. Como en las grandes ocasiones pero con menos granotas que en aquel día en que el equipo de Luis García se jugaba el ascenso contra el Castellón. O cuando los pupilos de JIM buscaban el billete para Europa, curiosamente, también frente al Athletic. La pandemia impidió que Orriols fuera el de las grandes ocasiones.
Pero el levantinismo alentó a los suyos. Con mascarilla, arropó al equipo hasta la entrada del estadio, donde también se presentó un coche de época de unos seguidores del Athletic que se dejó ver durante el día por la ciudad. Una vez más, Roger celebró su gol donde acostumbra, en esa grada de Levante Fans que sigue vacía. Silenciosa. Como se quedó la afición, que sufrió y remó a la distancia. Después de todo el esfuerzo, un desafortunado rebote supuso un despertar con sobresalto. Una pena, ya se atisbaba la lotería de los penaltis.
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Nada que reprochar. Ni a los futbolistas ni a la afición. El levantinismo ha demostrado su crecimiento frente a la pandemia. Sólo espera no tener que esperar más de ocho décadas para verse en una como esta. Y que cuando llegue, Orriols pueda ser una olla a presión y no a distancia.
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