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PASO OLÍMPICAMENTE

¿Quién da la cara en el Levante?

Capitanes con orgullo pero cuyo rendimiento pone en entredicho, un entrenador novato que se expone a abrasar su imagen y una directiva que se repliega para redefinir su estrategia son los rostros del caos generado por una nefasta planificación

Martes, 4 de enero 2022, 12:39

A quien haya leído recientemente 'Línea de fuego' de Pérez-Reverte, las escaramuzas de diez días relatadas en 682 páginas no pueden sino recordarle a la situación de este Levante. Quizás incluso por el nombre de uno de los dos puntos estratégicos fijados en ... Castellets del Segre: el Pitón de Levante. En la novela ambientada en la guerra civil -y también se respira ese ambiente en el club y su entorno- la defensa de ese enclave se cobra decenas de vidas de uno y otro bando. Si el autor opta por la equidistancia en su relato, aquí evitaremos las semblanzas con personajes de la obra evitar susceptibilidades. Pero en plena crisis institucional auspiciada por la deriva deportiva, es digno de analizar quién se está partiendo la cara por el escudo.

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El batallón de vanguardia son siempre los futbolistas, quieran o no. Mercenarios casi todos, para bien y para mal. Cobran su salario ganen o pierdan y eso es algo que al aficionado, sobre todo al más visceral, le cuesta digerir cuando pintan bastos. La tropa se resguarda tras los soldados con galones. Después del desastre de Vila-real, quienes dieron la cara fueron los capitanes. Los demás, si están afectados por el ridículo, si se la trae al pairo, o si ya están encargando a sus agentes que les busquen acomodo a partir del 30 de junio, eso ya es algo que muchos reservan para su intimidad. Con el Comandante, el baluarte, en la enfermería por un rasguño propio de estos tiempos revueltos, les tocó a otros tomar la iniciativa ante los seguidores más encolerizados.

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La grada es soberana y los más incondicionales son también los más exigentes. No van a ser condescendientes con Coke, de quien cuesta entender su gran irrupción y su casi nulo rendimiento tras firmar un contrato largo. Esto empaña su innegable liderazgo en el vestuario y su gallardía al dar la cara ante los aficionados, sabiendo que iban a partírsela (en sentido figurado, endiéndanme). A Postigo le salva la etiqueta de héroe del último ascenso y su esfuerzo cuando el físico le permite rendir a cuentagotas. Y Roger habla mucho mejor en el campo que ante los micrófonos. Cuando falta Morales queda patente lo bien habría venido poder repescar a Iborra. El de Moncada, por cierto, fue en La Cerámica un mercenario (para bien): cumplió con el club que le paga y dedicó un guiño en redes al que tiene en el corazón.

En el libro de Reverte aparece también la figura del oficial joven, condecorado en pleno campo de batalla mientras se enfría la sangre desparramada de su predecesor. Con los restos de Paco López aún casi tibios y con Pereira de cuerpo presente, tras el juicio sumarísimo a la dirección deportiva, Quico Catalán dio poderes a Alessio Lisci. Nadie duda de que el regalo tiene veneno por dentro, pero al italiano le han otorgado galones de 'general manager', rango que entrenadores con mucha más experiencia que él no consiguen en toda su carrera.

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Sólo Alessio Lisci sabe si concibe el Levante como un trampolín o si está defendiendo la institución de la que se ha enamorado en los últimos diez años. Independientemente de sus aspiraciones, está poniendo la cara a sabiendas del alto riesgo de que se la abrasen. Plantarse junto a Pedro López ante los aficionados encolerizados, en Vila-real y en Orriols, ahí con los capitanes, no ha sido su mayor gesto de valentía. Tampoco se ha camuflado en el disfraz de entrenador de circunstancias que hace lo que puede. Ha coreado que llevará la voz cantante en el mercado de fichajes, así que los aciertos, errores o ausencias de hechos en enero le serán achacables. Ha optado por la puerta grande, la enfermería o, incluso la morgue.

Mientras tanto, los altos mandos se han decantado por el repliegue. Quico Catalán y su consejo se han quedado sin escudo y en una situación de guerra de guerrillas, a los primeros que se les pasa por las armas es a los oficiales con rango. El presidente sabe que si se planta delante de los aficionados como los capitanes y Lisci, sale peor parado que Coke. ¿Cobardía o estrategia? Posiblemente más lo segundo. Ni él ni el Levante ganaban nada bajando al barro y ensuciando más su imagen con los insultos de seguidores indignados. Se puede interpretar el silencio como su particular paso del Ebro, derrotado, mientras piensa en la siguiente batalla.

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Porque la guerra del Levante no se acabará con un descenso o con una milagrosa permanencia. Pase lo que pase habrá que regenerar una plantilla que ya no tiene credibilidad y volver a reformar la estructura financiera del club. Por vanidad o por responsabilidad, Quico Catalán quiere asumir esa tarea. Tampoco estaría mal que rediseñase su gabinete de crisis. Lo de los capitanes y el entrenador calmando a las masas tiene su parte épica que puede reducir la inflamación como el Ibuprofeno. Pero lo que realmente necesita el levantinismo es conocer cuál es el plan de reconstrucción tras el apocalipsis que estalló en Palma. Sí, todavía en la primera vuelta y contra el Mallorca de Luis García, que vuelve este sábado a Orriols.

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