Hay días que marcan el destino. Y el 13 de junio de 2010 fue uno de ellos. Representó el comienzo de una nueva era para el Levante y para toda una masa social que pudo comprobar que, a veces, los milagros existen. Sí. Porque el ascenso alcanzado hace una década no entraba en ninguna lógica. La entidad granota, que apenas dos años antes había bajado a Segunda bajo la seria amenaza de la desaparición, consiguió algo más que sobrevivir. Sumido en la precariedad económica y atenazado por las deudas, el club resurgió. Se reinventó. Y formó un grupo de técnicos y jugadores que desafió a la leyes del fútbol.
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Los de Luis García demostraron que había otra forma de hacer las cosas. Aquella gesta se fraguó en el vestuario, donde se alcanzó un nivel de complicidad y humanidad insólito. Una magia que permitió creer. Que condujo al éxito. Que trascendió. Que dejó una huella imborrable en todos los que la sintieron. Y que contagió a la grada. Ahora, cuatro aficionados especialmente activos recuerdan cómo vivieron esa tarde en el Ciutat de València en la que el conjunto azulgrana se impuso por 3-1 al Castellón para firmar el histórico retorno a Primera División. Fue el broche de oro a la celebración de un centenario que, poco tiempo atrás, había llegado a peligrar.
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Alberto Martínez de la Calle
Mikel Barrachina, presidente de la Delegación de Peñas del Levante, pasó los 90 minutos pendiente de la radio. Como miles de hinchas. En el banquillo y el palco de Orriols también sabían lo que ocurría en cada momento en el Salamanca-Betis y el Hércules-Rayo. El conjunto alicantino logró el triunfo sobre la bocina, pero los verdiblancos no pasaron del empate en el Helmántico. Con los pitidos finales, delirio en el Ciutat.
«Fue un día inolvidable y lleno de tensión porque, si no subíamos esa jornada, nos lo jugábamos en la última a cara o cruz con el Betis en su estadio», rememora Barrachina, quien no se perdió la invasión del terreno de juego: «Yo estaba en la esquina de Orriols Alto y, antes de que pitara el árbitro, ya había bajado. Fue una locura de temporada. Desnudé a Ángel en el césped. Fue maravilloso conseguir el ascenso en casa».
A lo largo de los 90 minutos, Susana Martínez se iba enterando de cómo evolucionaban los duelos del Betis y el Hércules. «Tenemos los pases en Grada Central. Un amigo y un señor de delante estaban con la radio e informaban de los otros dos partidos. Yo estaba en vilo», comenta la presidenta de la Peña Moncada.
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Unos nervios que le afectaron especialmente: «Estaba embarazada de siete meses de mi pequeño. Estaba en tensión todo el rato. Pensaba: 'Susana, tranquilízate, no puedes estar así porque vas a dar a luz'. Hubo un momento en que la barriga se me empezó a poner dura y yo decía: 'Madre mía, ¿a que me pongo de parto y no puedo ver terminar el partido?'. Cuando terminaron los encuentros, me levanté llorando y quería saltar al campo pero no podía. Me era imposible. Mi hijo mayor y mi marido sí que saltaron con la bandera», añade. Su pequeño, Iván, nació el 8 de agosto de 2010: «Me ha salido granota totalmente. Es un sentimiento exagerado con nueve años que tiene. Es portero. Paco Fenollosa –presidente de honor del club– dice que ya está contratado para el Levante».
Un veterano como Salvador Liñana ya había vibrado en la grada con los ascensos de 1963 en Vallejo, de 2004 en Jerez y de 2006 en Lleida: «Teníamos mucha preocupación y nos juntamos en la Peña Amics Granotes e hicimos la típica paella antes del encuentro. Luego, sin embargo, fue uno de los partidos más tranquilos que he vivido. Llegamos al descanso 3-0 y diciendo: '¡Que esto está hecho!' Se me están poniendo los pelos de punta mientras hablo». A sus 65 años, el presidente de la Peña Calpe destaca el vestuario: «Aquel equipo tenía carácter, ganas de trabajar. No era un equipo con grandes figuras. Fue una piña. Y esa unión hizo la fuerza. Hubo armonía, compañerismo y mucha amistad. Eso para mí fue lo más importante esa temporada».
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Raquel Fosati tiene una colección de objetos antiguos relacionados con el Levante. «Mi casa es un museo», dice orgullosa. Y a la hora de hablar de sus experiencias como granota, no duda: «Aquel ascenso es lo más especial que he vivido como aficionada. Una experiencia única». Forma parte de la Peña Paquito Fenollosa y de la directiva de la Delegación: «Con el Levante siempre estás padeciendo, pero ese partido el equipo lo tenía muy controlado. Pese a los nervios, se disfrutó muchísimo. ¿Qué más se puede pedir? Yo estaba operada de la espalda. Iba con el corsé y 40 puntos, pero saltamos al campo. Mi hijo, que tenía ocho años y estaba llorando de la ilusión, arrancó un trozo de césped. Yo no me di cuenta. El bolso pesaba mucho y cuando salimos del campo dije: 'Pero Mario, ¿qué llevo aquí?' Tuve el trozo plantado en casa una temporada. Él lo recuerda como si fuese ayer». Una hazaña que concedió una nueva vida al club.
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