La dicha

El sonido de la dolçaina i tabalet acompañando a las falleras vestidas de gala el pasado fin de semana, casi me saca una lágrima. Y el próximo, moros y cristianos celebran el mig any. En nada se me llenará la calle de olor a pólvora y a buñuelos, y habrá críos correteando de aquí para allá vestidos de seda y saragüells.

El pleno de Dénia recupera el jueves el público y las preguntas. En marzo se entregan los premios CEDMA. En abril vuelve el concurso de la gamba roja. Y han programado Nabuco en Teulada.

Alcalalí sin flor, que eso ha sido triste. La baixà del Bullent, en cambio, diversión. Y tocan carnavales en breve: en Xàbia, en Benissa, en Xaló, en El Verger…

Vamos tres vecinos de diferentes pisos en el ascensor y sonreímos de forma cortés. Se acabó ya hace tiempo mirar el reloj y apretar el paso para llegar a casa, que lo hicimos. Y lo hicimos con miedo, aunque no a la enfermedad -que eso también aterrorizaba- sino a las multas, que luego se demostraron contrarias a nuestro ordenamiento constitucional. Como aquella Navidad en que no pudiste estar con tu familia por estar en una comunidad autónoma distinta. Aquello tampoco fue legal, y tragamos. Hasta ahí dentro llevábamos metido el miedo.

La gente en la calle va ya a cara descubierta y ayer mismo borré del móvil la licencia para hacer vida social. Se ha puesto sobre la mesa, en el debate, el fin de las mascarillas también para interiores y escolares, y pronto, muy pronto, ir a un concierto en cualquier bar será algo más libre. Sabíamos que pasaría esto porque al final sabemos que todo pasa, pero al menos a mí se me estaba haciendo demasiado largo.

Cuando los ximiriters i tabaleters volvieron a recorrer las calles aprendí, en las profundidades del invierno, que en el interior de todos y cada uno de nosotros, habita un verano invencible.

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