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A vueltas con el tema de Halloween sí o no, llega un momento en que parece que eso del terror es cosa inventada por Bram Stoker, Mary Shelley, H.P. Lovecraft, Stephen King y algunos más, cuando la verdad es que la literatura española es abundante en cuentos y narraciones terroríficas que podríamos tildar de «modernas».

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Así me lo hizo notar hace unos días un amigo con el cuento La Resucitada de Emilia Pardo Bazán, que pueden encontrar en abierto si lo googlean y es prácticamente una historia de zombis. Pero no es el único ejemplo. Wenceslao Fernández Flores, tiene una enorme colección de cuentos que no le dejan dormir bien a una después de leerlos y en el Bosque Animado, quizá su libro más famoso por haber sido llevado al cine, aparecen también elementos sobrenaturales, como la Santa Compaña.

Más conocidas quizá son las Leyendas de Bécquer, que no me negará nadie que no son terroríficas: El monte de las ánimas, La Cruz del Diablo, Maese Pérez el Organista… O podemos ir más allá en el tiempo a buscar entre las páginas de El burlador de Sevilla y Convidado de Piedra, de Tirso de Molina. Hasta no hace mucho, Don Juan Tenorio, de Zorrilla, se representaba y se veía con fruición en Todos los Santos.

Si nos vamos al ámbito de la Comunidad Valenciana, tenemos las Rondalles Valencianes reunidas como joyas por Valor, en las que recogía también diversos monstruos que ahora vemos como ajenos, como es el caso de los vampiros. O en la tradición oral de la Marina Alta, por ejemplo, que nos cuenta sobre reuniones de brujas y fantasmas en Llombai, allí arriba en la Vall de Gallinera, o la misma existencia de la Cueva de las Calaveras, rodeada de oscuras leyendas.

¿Por qué sentimos esa atracción por el terror y el misterio? Se han escrito cientos de miles de páginas al respecto, y el fenómeno no es exclusivamente occidental. En todas las culturas humanas hay historias terroríficas que se cuentan a media voz y pasan de generación en generación. Mitos ancestrales que han llegado hasta nuestros días, como si hubiera algo en el hecho de escuchar estas cosas que nos atrajera de algún modo.

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También, en todas las culturas, se han encontrado formas más o menos supersticiosas de conjurar estos miedos: ajos contra los vampiros, sal para contener a los espíritus malvados, plata contra los hombres lobo, danzas macabras…

En este contexto, la fiesta de Halloween, la actual, la que conocemos gracias a la influencia universal de EEUU en el siglo XX, no es más que una de tantas formas de vencer a lo terrible que han llegado hasta nuestros días pasadas por el filtro de la modernidad, muy al estilo del Sr. Otis limpiando meticulosamente las manchas de sangre del desafortunado Fantasma de Canterville. Como que nos da igual.

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No es extraño que una fiesta cargada de caramelos, calabazas, disfraces y diversión en torno a aquello que nos produce más miedo, haya sido capaz de conquistar el mundo. Que nuestras tradiciones sean más sobrias no implica que no nos guste la fiesta ni tampoco que por atender a unas dejemos desatendidas las otras. Y a mí, sinceramente, me dan una ocasión para compartir risas entre amigos y ya me tienen ganada.

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