Urgente El Ministerio de Transición Ecológica admite que la ley de la huerta impedía las actuaciones en el barranco del Poyo

La globalización se ha impuesto en los últimos años como tendencia económica. Fabricar las cosas cada vez más lejos, en países con costes más económicos, mano de obra más barata y servicios sociales más bajos que permiten abaratar los costes.

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Parecía que ganábamos todos, aunque sabíamos que no, que muchas veces cada vez que se compra algo traído desde muy lejos se deja de fabricar aquí, pero era y es el precio a pagar para ser competitivos, y ahí andábamos.

Como todas las tendencias, el péndulo empieza a mirar hacia otro lado. La crisis del COVID, la ausencia de las mascarillas, la escasez actual de chips y de materias primas ha vuelto a poner en valor lo local. Es una tendencia que en Estados Unidos lleva años creciendo, con restaurantes que presumen en su carta de ofrecer productos que se generan a menos de 100 kilómetros de su sede.

En el mundo del automóvil el asunto de los chips está trayendo cola, y ha hecho que Bosch prepare en tiempo récord una nueva fábrica en Alemania para intentar suministrar a toda Europa. Los fabricantes ya no buscan en sus compras el precio más bajo por el producto más fiable, sino que no se rompa la cadena de suministros, aunque este sea más caro, y el efecto 'bola de nieve' ha llegado también al eslabón final de la venta: los concesionarios.

Son los expertos en ventas de toda la vida, los que tratan con los clientes finales, los que capean gran parte de esta crisis, hablando con los clientes, ofreciéndoles alternativas a sus coches, haciendo entender qué ocurre y por qué se retrasa tal o cuál modelo con las opciones pedidas por cada comprador.

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Esto jamás se podrá hacer a distancia ni 'on-line' por eso, aunque a muchos les pese, el valor de lo local vuelve a estar al alza. Y nos gusta.

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