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El templo entre ninots

El templo entre ninots

En Ciutat Fallera la decadencia de la actividad de los talleres ha ido dejando libres algunas naves industriales para otros fines, una de ellas la ocupa una iglesia sij en la que se venera su libro sagrado, el Sri Gurú Granth Sahib Ji

Txema Rodríguez

Valencia

Viernes, 8 de marzo 2024, 19:37

Acudo a Ciutat Fallera, distrito de Benicalap, barrio fronterizo con la CV-30, adornado con pequeñas manchas de terreno cultivable, poblado por fachadas que hace tiempo necesitan de una mano de pintura. Dejo el coche en un descampado y contemplo una extraña escena. Un anciano conduce su vehículo a una velocidad extremadamente lenta seguido a un par de metros por otro de la Policía Local que hace sonar sus sirenas para que se detenga. Algo habrá hecho, nadie sabe. Pero el continúa su marcha de ritmo fúnebre unos metros hasta la puerta del taller fallero de Latorre y entonces, cuando baja el agente a decirle algo, acelera de nuevo hasta la alcanzar la asombrosa velocidad del paso humano. De manera que no se detiene y ahora el policía camina a su lado mientras su compañero le da caña a la sirena hasta que se asoma el vecindario. Todo esto resulta absurdo y no significa nada. Al final de la calle, con ayuda de otro vehículo policial, logran interceptar al anciano. Que no se puede decir que huyera, tampoco se puede decir que no lo hiciera. Pero en este interludio surrealista, y dado que nunca me marco un objetivo concreto que no sea el de la mera observación y llegado el caso la interacción con humanos que despierten mi interés quedo parado en la puerta de una nave en la que un letrero amarillo anuncia «Gurudwara Sikh Sangat». Así que deduzco que es un templo Sij y un muchacho de largas barbas que asoma por la puerta me lo confirma. Nos sentamos en la entrada y en inglés me explica que ellos han de llevar el pelo largo, recogido con un pequeño peine de madera que se llama khanga. Entre otras cosas que no logro apuntar. Le explico que he llegado al lugar para hacerme una idea de la decadencia de la actividad fallera y que el templo, de hecho, ocupa una nave que antes tuvo su uso. No sé si entendió muy bien lo que le dije (no me extraña) pero en unos minutos ya andaba yo lavándome los pies para entrar, purificando también mis manos y cubriendo mi cabeza con una tela de color naranja que he de decir que no me queda del todo mal. Me explica el chaval que puedo hacer lo que quiera, que también hay comida (sencilla y deliciosa si les gustan las salsas picantes) y una cocina abierta las veinticuatro horas del día para cualquiera que entre al templo. Son lactovegetarianos porque consideran que comer carne es un daño a otro ser vivo.

Primero entro en la nave industrial con el suelo ahora cubierto por una moqueta marrón. Y me siento a mirar lo que parece un altar. Parecen venerar unos textos sagrados, en concreto un libro que se llama Sri Gurú Granth Sahib Ji. A mi lago está Dilbag, con su hija pequeña y su esposa, que medita con un trozo de comida dulce en el cuenco de sus manos. Me cuenta que vive en Xirivella y me invita a venir el próximo fin de semana, cuando el templo está lleno. Son amables y siempre sonríen. Hacen que me sienta bien en el silencio acogedor de este espacio, tan ajeno al trajín de la calle. Les pregunto si saben algo de las fiestas valencianas y Dilbag me dice que a su hijo mayor, que en ese momento está en el colegio, le encantan los petardos; luego se van con una reverencia y me ofrecen un té chai masala. Me invaden sus sabores frescos y picantes, noto el jengibre y el cardamomo mezclados con el sabor de fondo de la almendra y siento que me quedaría aquí sentado por mucho tiempo. Lejos de cualquier mundo.

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