Es difícil saber qué es más vergonzoso y humillante, si ver al Valencia haciéndose por iniciativa propia el harakiri para convertirse en un muñeco de ... trapo a merced de un equipo que llevaba cuatro partidos sin marcar un solo gol, o ver a Baraja totalmente desesperado, desquiciado y hasta superado por las circunstancias. Que la cámara de televisión enfoque al banquillo del Valencia nada más encajar el 3-0 y pille al entrenador haciendo todo tipo de aspavientos, a muchos les produce bastantes escalofríos. Si Baraja entra en depresión, apaga y vámonos. El Valencia no se puede permitir ningún lujo. Competir en la liga de los torpes te hace entrar a veces en una dimensión cruel, donde cualquier detalle por mínimo que sea te hace desangrarte. Este Valencia no tiene ni alma, ni piernas ni cabeza y aunque se puede discutir si es demasiado dura la triple apreciación anterior, al menos nadie duda en admitir que si tiene algo de eso no le da para sobrevivir lejos de Mestalla. El equipo vuelve a meterse en el barro y lo que es peor, lo hace por méritos propios. Permitió que una Real con tantos problemas como dudas propias (sólo había marcado tres goles hasta este sábado) se diera un auténtico festín.
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Que nadie se crea que la Real bordó la excelencia, ni que su fútbol fue sublime. Eso es posiblemente lo que más duele. Ver al Valencia desmoronarse en la último tirón del partido levanta muchas más dudas aún sobre la estabilidad emocional que tiene este grupo. El equipo está cogido con pinzas, no sólo en cuestiones puntuales en lo que a aspectos futbolísticos se refiere, sino en aspectos más intangibles. Con 1-0, por ejemplo, en la segunda mitad y tras escuchar la regañina del descanso de Baraja, el Valencia casi consiguió engañar a todos. Quiso acercarse a la portería donostiarra pero con una inocencia que asusta. Hugo Duro, que estaba para jugar un rato como el mismo Baraja había anunciado al principio, no tuvo otro remedio que resistir como pudo todo el encuentro sobre el césped. Eso descubre todavía más las carencias que hay, porque ni con los cambios que metió consiguió el técnico transformar la escena.
Lo más curioso es que avisados están todos de sobra. El Valencia parece que se refugia como puede en Mestalla y sabe que fuera está condenado a morir en la orilla. Por un gol como pareció durante muchos minutos, o por tres como tristemente sucedió. ¿Cómo puede defender tan mal y de manera tan desordenada este equipo si precisamente está cosido, en teoría, para todo lo contrario? Lo del primer gol es digno de analizar. A Mosquera le pilla casi en el extremo izquierda, a Foulquer entre dos aguas, Tárreja llega tarde al cruce y Jesús Vázquez tiene que bascular pero deja a Kubo completamente solo sin que Rioja le eche un cable. A la contra la Real hizo dos cosas: marcar y dejar con las vergüenzas al aire a los valencianistas. Que te marquen antes del minuto ocho es un golpe tan duro que para estos futbolistas supone una condena casi eterna. No hubo forma de encontrar algo de sentido al juego valencianista en la primera mitad, y en la segunda, cuando trató de armar algo de fútbol, se descentró como si de infantiles se tratara.
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El segundo y el tercero fueron prácticamente un calco. Acciones frágiles del Valencia, pérdidas de balón y todos fuera de sitio. La Real aplicó el sentido común a la contra y sacó más que petróleo. Ya había aparecido Mamardashvili en un remate a bocajarro de Oskarsson pero la historia estaba escrita de antemano y no había ya nadie que la enderezara. El Valencia se deshacía sin que nadie lo pudiera evitar. Hugo Duro ya estaba agotado física y mentalmente; a Dani Gómez no le alcanza para ser el revulsivo; Rioja ha entrado en una fase de cierta incertidumbre; Canós no acaba de encontrar su sitio y Almeida y Barrenechea salieron seguramente demasiado tarde. Los cuatro de atrás, superados. Fue en definitiva una sensación de gran impotencia la que se percibió en este tramo final del encuentro, cuando teóricamente un equipo menos imberbe se hubiera mantenido más firme y habría sabido mantener la cabeza fría para ver si en esos últimos minutos, en el arreón aunque fuera a la desesperada, hubiera podido tocar al menos la lotería.
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Son las cosas que tiene este Valencia, que no acaba de creerse de verdad que puede presentarse ante adversarios de más envergadura y tratar de dar la sorpresa, como a veces ocurre con los equipos pequeños. La Real venía muy tocada, con ceguera total en lo que a puntería se refiere y con un lastre importante en lo que a victorias se refiere. Tuvo que ser el Valencia el que le pusiera en bandeja su propia cabeza. En otros tiempos, el Valencia hubiera ido a San Sebastián y al menos hubiera intentado clavarle los dientes. Ahora hay que conformarse con cubrir como se puede las apariencias y evitar en todo lo posible que no se note el tembleque en el cuerpo.
Hay que mirar la clasificación otra vez para ver a lo que está condenado este Valencia, que sobrevive como puede en Mestalla y que empieza a engrandecer esa leyenda, negra ya, de que fuera es un cadáver ya desde que baja del autobús. Ojo, que el viernes que viene hay que vérselas con un novato como el Leganés... ¡qué miedo!
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Ficha técnica (3-0)
REAL SOCIEDAD: A. Remiro, Zubimendi, Zubeldia, Barrene (Turrientes, 60'), Oyarzabal (Oskarsson, 60'), Javi López, Take (Magunazelaia, 85'), Sergio Gómez, N. Aguerd, Sucic (Brais Méndez, 76') y Aramburu (Elustondo, 85')
VALENCIACF: Mamardashvili, Foulquier, Mosquera, Tárrega, J. Vázquez (Thierry R., 37'), Hugo G. (A. Almeida, 77'), Pepelu (E. Barrenechea, 77'), Diego López (S.C. Tenés, 62'), L. Rioja, Javi Guerra (Dani Gómez,62') y Hugo Duro
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GOLES: 1-0 Take, 8'. 2-0, Oskarsson, 80'. 3-0, Oskarsson 93'.
ÁRBITRO: Javier Alberola Rojas (C. Castellano-Manchego).
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