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A finales del siglo XVIII, Adam Smith publicó 'La riqueza de las naciones', uno de los libros más importantes de la Economía y la Ética. Aunque sus observaciones se limitan a los Países Bajos e Inglaterra, sus reflexiones sobre el interés individual, la libertad económica, ... la competencia y el comercio son básicos para entender el funcionamiento de la vida económica. Un siglo más tarde, Charles Dickens describía las malas condiciones sociales de aquel 'orden natural' defendido por su compatriota y despertó entre la biempensante sociedad victoriana la necesidad de conciliar el sentido de la justicia con aquél orden, aparentemente espontáneo, que también estimulaba la ambición, la avaricia y el empobrecimiento. Ambos planteaban una reflexión sobre la riqueza de las naciones, pero se olvidaban de un factor determinante que aparecerá en el siglo XX: la enseñanza media y la formación de bachilleres.
En el siglo XX, los responsables de la educación en Europa son conscientes del papel que las clases medias desempeñan en el progreso de sus pueblos y ponen en marcha unos bachilleratos con los que organizar la 'verdadera' riqueza. El despegue económico en la España de los años sesenta y el capital social con el que se realizó la transición y entramos en Europa, no estuvo causado por un demiurgo económico, genio maligno o mano invisible. Las reformas educativas que emprendieron personajes claves de aquellos años apuntaban a una robusta enseñanza media que con la LOGSE (1990) se ha ido desmontando desde dos frentes: por un lado, mediante la infantilización de la secundaria; por otro, mediante el embrutecimiento de la orientación universitaria. Llamo embrutecimiento a la instalación de las pruebas de acceso a la universidad que estabulan, mecanizan, simplifican y alteran la formación integral del bachillerato.
Recuerden que se llamaba 'unificado y polivalente' porque entendía unitariamente el conocimiento científico con la responsabilidad social, no impedía la lectura de los clásicos a quienes se formaran en Matemáticas y facilitaba la capacitación científica para los amantes de Cervantes o Virgilio. La reducción a dos años y la utilización del segundo para la preparación de las pruebas de acceso (PAU), lo ha reducido a un único curso académico. Aunque su calidad no sea una de las preocupaciones del CIS o de las élites políticas, el adiestramiento de la voluntad, la forja del carácter que facilita la formación integral y el sancho-quijotismo juvenil que se descubría, son factores educativos determinantes. No solo para conocer las causas de la riqueza sino para afrontar las causas de la pobreza.
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