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Los adjetivos acaban perdiendo sentido cuando tienen que ayudar a describir una tragedia de la magnitud de la que ha asolado Valencia. Un desastre del que todavía no se conoce el balance definitivo de víctimas mortales, que no cesa de aumentar conforme los servicios de ... rescate recuperan cuerpos en sótanos y garajes o en coches y camiones arrastrados por el agua. Sea cual sea la cifra final, se trata ya del mayor desastre natural en España desde que se tienen registros fiables. El terrible dato del número de fallecidos ya es suficiente para dar cuenta de las proporciones destructivas que alcanzó la DANA. Las imágenes de devastación de los pueblos que arrasó son el complemento necesario de esta radiografía de la muerte. Un suceso que marcará un antes y un después en la vida de la Comunitat Valenciana.
Valencia intenta recuperar una imposible normalidad que pasa, en primer lugar, por localizar a las personas desaparecidas y por dar sepultura a los que desgraciadamente perdieron la vida en tan terribles circunstancias. El restablecimiento de los servicios públicos esenciales y la reconstrucción de las infraestructuras dañadas es el siguiente paso de la inmensa tarea que tienen por delante las administraciones públicas. A su vez, los ciudadanos y las empresas que han visto cómo sus hogares o empresas quedaban anegadas, se enfrentan al desafío de restablecer las condiciones anteriores, una labor que se va a ver complicada por las dificultades en las comunicaciones por carretera y ferrocarril.
Todo esto, el día después de esta hecatombe, precisa de un ambiente político de unidad y de colaboración y lealtad institucional. Como el que ayer escenificaron, a pesar de sus evidentes diferencias ideológicas, los presidentes del Gobierno y de la Generalitat, Pedro Sánchez y Carlos Mazón. Escenificación que no se vio acompañada por otras actitudes y comentarios -especialmente en las redes sociales, cuya toxicidad en esta ocasiones supera todos los límites imaginables- de dirigentes políticos y opinadores ocasionales que se dedicaron a ajustar cuentas con sus rivales y a arrojarse responsabilidades y culpas. Cuando no es este el momento, al no haberse cerrado el recuento de las víctimas ni la estimación de los daños que van a requerir una inmediata reparación.
No hay que eludir el debate político sobre la tragedia. No hay que dejar de reflexionar sobre si se han cometido errores en los sistemas de alerta a la población, que evidentemente llegaron tarde. Si se actuó conforme marcan los protocolos, es evidente que hay que actualizar y mejorar esos protocolos. También es preciso abordar la razón de por qué no se han ejecutado todas las obras públicas previstas para reducir el peligro del barranco del Poyo cuando se registran lluvias torrenciales. El nuevo cauce del río Turia es la mejor demostración de que el ser humano no se debe quedar cruzado de brazos ante el irresistible poder de la naturaleza. Finalmente, no hay que eludir la crítica hacia un modelo territorial que ha construido en exceso y sin tener en cuenta que el agua vuelve siempre a buscar su cauce. Todo debe ponerse sobre la mesa, a la búsqueda de mejoras y avances que minimicen los riesgos asociados a los temporales en tiempos de cambio climático, en los que estos fenómenos multiplican su peligrosidad. Todos los debates son posibles y hasta necesarios, pero con altura de miras, con sentido de Estado. Con responsabilidad, sin estridencias y sin afanes partidistas y electoralistas. Que es justo lo que se empieza a echar en falta en las primeras horas de una inmensa tragedia que tiene en shock no sólo a la sociedad valenciana sino a toda España.
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