Estoy en contra de los toros, o mejor debería decir de quienes los liquidan. Torturados por placer, humillados, ejecutados con alevosía y a sangre fría ante cientos de gargantas atrapadas en la paradoja. Dicen que los veneran -olé-, y que los respetan -olé-, y tan ... profunda pasión sienten por ellos que los matan para preservar la bravura de la especie -olé-. Al animal que lucha hasta el descabello, lengua colgante, el negro zaíno ya rojo sangre, lo llaman noble, y como reliquias pasean en procesión sus dos orejas y el rabo. Al que se desparrama temprano, su debilidad vivero de paladares insatisfechos, manso, y corresponde a ese miedoso el desprecio 'post mortem', compartido con el ganadero que fracasó en el intento de educarlo para morir de pie. No hay mayor herejía que la del hombre que juega a ser Dios, autolegitimado para dar y usurpar vidas. Ya sea en el frente o en una plaza.
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Rechazo aunque no me ofende que me llamen animalista. Creo que el estado natural del ser humano civilizado es respetar las criaturas de su entorno. Por tanto deberían ser ellos, los taurinos, quienes se colgaran el prefijo. Antianimalistas. Interpelo al diestro que reza en su capilla antes de saltar al ruedo, deseoso de protección celestial. Que repase su credo. ¿Acaso no creó Dios al toro y al hombre el mismo día? ¿De dónde bebe tanto supremacismo?
Lamento que nuestra genética polarización también emponzoñe un debate que debería ser transversal, cuestión de valores y no de siglas. Si en esta materia cuanto más a la izquierda mejor ondea la bandera de la humanidad el problema lo tiene la derecha con su defensa en tromba del pensamiento único. En lugar de ir asignando divisas y ganaderías entre la disidencia, ahí va otro para el corral de la izquierda sectaria, ocúpense de agarrar el mástil correcto.
No entiendo que aún se emplee como argumento el valor histórico, negándonos a pasar la supuesta 'fiesta nacional' -ahórrense las mayúsculas, pues ni es fiesta ni lo es de todos- por el filtro del sentido común, como tantas tradiciones que en un contexto social pudieron ser admisibles pero decayeron con el progreso. También tenían su arraigo cultural los combates de gladiadores o el derecho de pernada y alguien decidió abolirlos. Ya sé que aquellas víctimas eran personas y estas animales, o cosas según el concejal Badenas, pero eso ya depende de dónde fija cada cual el listón de su moral.
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Es de ley posicionarse contra un premio que exalta y recompensa con dinero público el tormento animal. ¿O acaso lo vas a negar? ¿Te gustaría que probaran contigo? Elige: bola de fuego o banderillas y espada. Susto o muerte.
No desmentiré la plasticidad de la tauromaquia, el sabor de una buena crónica taurina o el arrojo del matador, pero esto va de principios, no de léxico y bemoles. También es valiente quien participa en carreras clandestinas o se anuda un cinturón de explosivos y ello no vuelve lícita su conducta.
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«Me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano. ¿Qué es mejor, la guillotina? ¿Usted cree que hay derecho a enterrar a un hombre hecho pedazos?» Quedan por último los tibios, capaces de jerarquizar las formas de tortura, reacios a las corridas pero no a los bous al carrer, que defienden con informes de impacto económico. Pónganse 'El verdugo' y escuchen a Pepe Isbert.
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