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Del esperado regreso de Michael Mann al largometraje para estrenar el biopic de Enzo Ferrari me quedo con el papel de Penélope Cruz, y no por su irreprochable interpretación, sino ante los matices del personaje al que da vida. Penélope es Laura Garello, mujer arrasada ... por una pérdida irreparable, traicionada en la vida y en el lecho, y hasta ahí puedo leer so pena de destripar la trama. Sin embargo, la 'mamma' sabe que por encima de sus desdichas está la marca, el Cavallino, orgullo de Módena, y ningún desprecio del 'Commendatore' la distraerá de cuadrar los números cada día más rojos -rojo ferrari-, a costa incluso de exponer su control accionarial. Entre las escenas filmadas elijo una inexplicablemente suprimida en el montaje final. Ocurre horas antes de que arranque en Brescia la Mille Miglia de 1957, cara o cruz para la viabilidad financiera de Maranello en su lucha por la supervivencia con Maserati. Esa noche decide dormirla Laura en el propio garaje, arrebujada entre bólidos, para cerciorarse de que no habrá sabotaje que corte los hilos que sostienen el negocio familiar. Su firmeza asentaba los cimientos de un imperio.
Traslado el ejemplo a nuestra mugrienta actualidad política, ojeo el reparto de izquierda a derecha y me pregunto quién de entre todos estos sacrificaría sus intereses particulares, renunciando al rédito fácil, cavando incluso su propia fosa profesional, a cambio de apuntalar el proyecto común; salvo que ande yo equivocado y éste no sea España sino el limitado horizonte de unas siglas. No hablo de patrias ni banderas, de himnos o fronteras, sino de bienestar social y principios que deberían quedar fuera de la línea de fuego, al margen de este ambiente irrespirable donde todo pasa ya por la trituradora ideológica. La vida convertida en carne picada. El hombre que mata y la mujer que muere. ¡Coged de una maldita vez la pancarta que toca! El muchacho atrapado en un cuerpo femenino que decide mudarse al que le corresponde. ¿Se puede saber qué pintan ahí tus narices? El desahuciado dispuesto a poner fin a su inhumana existencia. ¿Quién te crees tú para prohibírselo? El cambio climático, capaz de derretir Groenlandia pero no la gélida sesera de los yetis de nuestro entorno. La cultura, boicoteada por unos, analfabetos, sobada por otros, manipuladores, y entre todos convertidos en campo de batalla hasta una entrega de premios o un festival de música. El discurso guerracivilista que a estas alturas del futuro en lugar de inteligencia artificial me obliga a hablar con mis hijos del cara al sol, conversación en cualquier caso edificante si la incitara la docencia y no los miedos del asustaviejas, un presidente que frivoliza con cosas muy serias, pasa unas páginas pero relee otras y entierra o exhuma el pasado a conveniencia, hablemos de Franco pero no de ETA, que al parecer la memoria histórica además es selectiva. La desigualdad ante la ley en un país donde la tolerancia con quien la violenta depende de la dote que aporte al matrimonio de los pactos. El «todo vale» de Sánchez, tan dueño del relato que tras sus juegos malabares aún tiene el cuajo de acusar a un rival de mentir o de venderse para agarrar el poder... Al rebufo de la estridencia, unos y otros no merecían lírica sino prosa dura, así que como dijo Víctor Manuel esto no es una canción, esto es un corte de mangas. Y lo de Galicia, otro.
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