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Urgente La juez de la dana imputa a la exconsellera Pradas y al exsecretario autonómico Argüeso

Es el libro más disparatado que he leído jamás. Narra Errol Flynn en sus memorias cómo, mientras saltaba de cama en cama, se metía en ... líos inverosímiles hasta para el cine. Entre ellos, contender con las tribus caníbales de Nueva Guinea. Se atacaban unas a otras en busca de sal, más valiosa por aquellos páramos que nuestro aceite de oliva virgen extra, y ya de paso «decapitaban a los niños y les sacaban el cerebro para comérselo». En el supuesto de que todo ocurriera según lo relata, que el amigo Errol apunta a fantasma, en medio de aquel infierno desarrollaba él sus chanchullos, y lo sorprendente es que el futuro Robin de los Bosques no quedara reducido allí mismo a glamuroso entrecot, para desgracia del cine clásico y mayor honra de la antropofagia. En cierto modo, dichosos que somos, también nosotros tenemos un Errol Flynn. Les sobran los paralelismos. Guapos los dos. Epopéyicos en sus autobiografías, de las 'Aventuras de un vividor' de Flynn al 'Manual de resistencia' de Sánchez. Intrépidos, que nuestro clon no interpretará nunca al general Custer pero acumula ya más cadáveres políticos que todo el Séptimo de Caballería antes de hincar la rodilla en Little Bighorn. Y al igual que al demonito tasmano del bigotillo, tampoco a él le asusta desarrollar sus tejemanejes entre antropófagos de estómago rugidor -estos chungos aliados con hambre atrasada-, imbuido de esa sensación de inmortalidad que impulsó a Ícaro al encuentro con el sol. Lo normal es que acabe emplatado, oído cocina, en su irracional empeño por salvar una legislatura imposible, cimentada sobre placas tectónicas en permanente movimiento, aunque de peores ha salido. Visto desde el más profundo desapasionamiento, tiene gracia esto de los políticos. Siempre la misma película, la Guardia Civil que investiga, los sumarios sin secretos, la oposición que exige cabezas de forma apresurada, la pena del telediario, y el gobernante que invoca a la responsabilidad mientras dice lo contrario de lo que piensa: dejemos trabajar a la justicia. Se revuelve Sánchez contra el ventilador pepero, pasado de revoluciones desde el minuto uno del caso Koldo, y no le quito la razón. Pero resulta infantil que lo argumente él, que llegó al poder como lo hizo. Mejor que nadie debería comprender el ruido ensordecedor de los tam-tam anunciadores de caza mayor: ¿por qué conformarse con un exasesor, un subalterno o incluso una presidenta del Congreso si puedes decorar tu salón con las melenas del genuino rey de la selva política? Tras patinar con Ismael Serrano y Machado mejor hará Feijóo en olvidarse de la música, pero si Sánchez le reprocha falta de altura política siempre podrá cantarle aquello de Sandro Giacobbe: lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo. O ponerse salsero y recordarle el destino de su tocayo Pedro Navaja. Entre tanto trapo sucio aflorante, la soga de Puigdemont y la estrategia de Sumar, que es restar, el camino de nuestro Errol se empina, aunque no infravaloremos al superviviente. Con el rostro que tiene, igual se marca otro ejercicio de escapismo, abracadabra, y al final del número el que está dentro de la caja mágica es Feijóo, con la encantadora azafata a su lado mostrando al público las cuchillas. Cosas más raras se han visto, que entre el 28-M y el 18-F se sacó de la manga un 23-J y le salió redondo.

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